Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

“Me encerraban en mi recámara hasta por cinco horas”

Caso del catalán que mató a su hija y a su yerno

Aurelio Peláez

Tercera y última parte

En su primera confesión de culpa ante el Ministerio Público, el martes 9 de marzo, el ciudadano español Miguel Argemi dijo que “ya estaba enfadado de la vida que me daba mi hija” y afirma que “me dejaban encerrado en mi recámara hasta por cinco horas. Me hacía la vida imposible. Decía que era por mi propia seguridad, para que no me fueran a secuestrar”.

Y en una ambigua muestra de arrepentimiento, respondió que “no” a la pregunta “¿está de acuerdo con lo que hizo?”.

Tras la rejilla escucha su primera declaración que le lee la auxiliar del juzgado, en silencio. Escucha lo que dijo del problema del automóvil, que su hija María Cristina y su yerno David Enrique lo querían sacar de la agencia a donde lo llevó a reparar, sin su permiso; de las amenazas de muerte que reconoció les hizo “porque ya me tenían harto” y lo de los disparos que hizo, así como el parte policiaco que cuenta que él llamó a la policía para informarle de los crímenes.

–¿Está usted de acuerdo con esta declaración?

–Sí.

–¿Está de acuerdo con lo que hizo?

–No, de acuerdo no, afirmo lo contrario, pero ratifico lo que dije.

Enfrente tiene a una abogado de oficio.

–Desea agregar algo más.

–No.

Viste una camisa amarilla Chemisse Lacoste, que ya se ve sucia. Pide luego que alguien mande por su ropa y que se la pidan “a esa gente que se quedó con mi casa”. Antes, al dar sus datos generales, aparenta frialdad.

–¿A cuántas personas mantiene?

–Buena pregunta… ¿mantengo?… mantenía a los difuntos y al niño.

–¿Cuál es su peso?

–Ochenta kilogramos, aunque no lo parezca.

Todo era mío

“La relación fue mala desde el principio (de su llegada) –dice el catalán a la auxiliar del juzgado que le pregunta sobre los motivos de sus desencuentros son su hija: “A la más mínima discutíamos, éramos incompatibles, totalmente incompatibles”.

–¿Pero si eran incompatibles, por qué no dejó la casa? –le pregunta el reportero finalizada la diligencia.

–Porque la casa era mía, todo era mío, entonces los que tenían que marcharse eran ellos, y no puede ser.

Y se queja: “Me han intervenido mis cuentas, mi auto y no lo pueden intervenir”.

–Pero la casa está a nombre de su esposa, y el auto al de su hija.

–Pues claro, porque yo soy extranjero y no me lo ponen a mi nombre, hay que ponerlo a nombre de un mexicano.

–¿Su familia en España ya conoce su situación.

–La conocen. Tengo mucha familia. Cinco hijos de mi primera esposa.

–¿Van a venir?

–No van a venir

–¿Su relación con sus vecinos?

–Inmejorable.

–¿Entonces por qué dice que su hija temía por su seguridad, por qué dice que no lo dejaban salir?

–Mi hija al igual que su madre tienen miedo de todo, son retraídas y son muy extrañas, tienen miedo

–¿Pero no le daba seguridad a su hija si tenía usted un arma?

–Pues no lo sé si se sentía segura o no.

Del arma, declaró en el juzgado que la adquirió hace 23 años en Tlapehuala; la familia de María Cristina cuenta que se la compró hace unos días a un vecino, que es policía.

–¿Dice que mantenía a la pareja?

–Hombre, tan seguro porque él era un soldado y ganan muy poquito, porque como está hecha la casa, hay que tener el guardadito, era bien claro que estuviéramos jalando de mi sueldo –una pensión que según su yerno Tío era de 6 mil pesos mensuales, aunque en cortes de cuenta llegaba a tener hasta 65 mil, según comprobantes bancarios que le recogieron de su recámara.

Durante la diligencia de ese martes 9 de marzo, en el juzgado quinto de lo penal, se acerca la señora Margarita Sánchez y una de sus hijas. Se miran. El sostiene la mirada sin mostrar expresión alguna. Nadie habla. “¿Qué hace ella aquí”, preguntaría después a la auxiliar del juzgado.

“La vida con mi hija era muy mala, y con mi esposa que la he visto aquí, más mala aún. Porque tiene la desfachatez de estar viviendo con otro en Estados Unidos, y aún ser mi esposa. No me ha dado el divorcio y cuando se lo pedí, me pidió 150 mil pesos”.

“Para qué ir a Estados Unidos a vivir con otro, habiendo tantos aquí. Yo me fui a trabajar, como todos y porque allá están mis hijos”, dice la señora y agrega que llegó a California, pero que se trasladó a New Jersey, donde consiguió trabajo en un Taco bell.

El catalán está incómodo. Dice que no tiene ropa, dinero e insiste en que le quitaron su casa. Advierte: “Están buscando que yo haga otro disparate”, como confiando poder eludir los 50 años de prisión que le esperan a sus 67 años de edad.

Argemi firma papeles de la ratificación de su primera declaración, y se retira. Tres días después el juez lo declararía formalmente preso. El reportero revisa las preguntas que garabateó en su libreta, y encuentra una que se quedó en el aire. Ya el catalán se perdió tras la cortina de barrotes de metal y de rejas: “¿La quería? ¿Quiso alguna vez a su hija?”.

468 ad