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Héctor Manuel Popoca Boone

Perfil del servidor público

Meses atrás, maestro y alumnos de un grupo de segundo año de licenciatura, en la Facultad de Derecho de la UAG, me invitaron a darles una plática sobre el perfil que debe tener un servidor público que trabaja, como su nombre lo indica, en la administración pública, tomando como base la experiencia adquirida.

La primera prenda que debe tener, les dije, es la honestidad. Máxime en los tiempos presentes, en que está sumamente devaluada la figura de los funcionarios gubernamentales, a la par que la de los políticos, por los escándalos de corrupción de todo tipo, exhibidos en los medios masivos de comunicación, que han enseñado la punta del iceberg de este cáncer que corroe a la sociedad mexicana. En pocas palabras, que no sean rateros y no se den a la práctica de la mordida, la mochada, recibir una corta… etc.

La segunda característica es que se deben de significar por su laboriosidad. Un lastre de la administración pública, en términos de eficiencia, es que los servidores públicos no reciben sus emolumentos económicos por productos entregados. Trabajen o no trabajen, entreguen resultados o no los entreguen, ellos reciben su paga mensual. De ahí la fama de la extrema lentitud con que hacen los trámites, las gestiones o la entrega de los apoyos gubernamentales a la ciudadanía. En pocas palabras, que no sean guevones o simuladores.

La tercera cualidad es que realicen con profesionalismo sus responsabilidades públicas. Que sean capaces y tengan las destrezas técnicas que requieren las funciones encomendadas. Sobre todo en estos tiempos, en que cualquiera puede tener un título profesional o tecnológico, emitido por diversas instituciones patito que mucho abundan. En pocas palabras, que no sean pendejos.

La cuarta es que tengan mística social y vocación de servicio. Tener clara conciencia que trabaja uno para servir a la ciudadanía y no para servirse de ella. Que los servicios, acciones y recursos administrados son de patrimonio público y no individual. Que tienen supremacía y prioridad las intereses públicos, de la colectividad, por encima de los intereses privados o particulares, de grupos o personas. En pocas palabras, que no sean gandallas o bribones.

La quinta estriba en saber trabajar en equipo; en un marco de corresponsabilidad. La interdependencia entre las partes en una administración publica cada vez es más compleja e intensa. Las sinergias provocadas en todos deben de buscarse para sobreponer las inercias individualistas limitativas; porque en estos tiempos, ningún servidor público por mucha capacidad, autoridad o recursos vastos que tenga, puede por sí solo enfrentar la demanda ciudadana. En pocas palabras, no padecer el síndrome del llanero solitario o de Poncio Pilatos.

El sexto distintivo es estar dispuesto a rendir cuentas en todo momento de actos, acciones y recursos públicos realizados. A trabajar con transparencia. El trabajo de un servidor público más que realizarse privadamente, en recinto de cuatro paredes y en lo oscurito, debe realizarse a la luz del día, en forma conjunta y como si estuviera permanentemente en una vitrina de vidrios limpios y de gran transparencia. En pocas palabras, no jugar al tío lolo ni al detective chino y no hacer cuentas del gran capitán.

El séptimo reside en guardar sencillez y humildad ante el pueblo por más autoridad y poder que detente uno. El ser servidor público de alto nivel es una situación temporal y eventual. La soberbia, el engreimiento y la prepotencia, proclives de adoptarse con el uso del poder, son malas actitudes y atributos personales réprobos e indeseables. El servidor público no debe perder conciencia que en el origen fue uno ciudadano común y corriente y que tarde que temprano volverá a ser ciudadano común y corriente. Por lo que no debe perder piso. En pocas palabras, evitar marearse con las alturas al subirse a un ladrillo, creerse Juan Camaney o la última Coca-cola en el desierto.

La octava característica es cultivar una prudencia y paciencia franciscana en el desempeño de sus funciones. Sobre todo si se actúa en sociedades muy politizadas, complejas y con grandes rezagos sociales.

La novena es ser daltónicos; o de plano, ser militante en el partido político del arco iris (todos los colores) a la hora de otorgar acceso y elegibilidad a los recursos y servicios públicos; máxime en una sociedad plural como la nuestra. Administrar la cosa pública únicamente para partidarios o afines ideológicos o con propósitos de clientelismo electoral directo es concitar a la larga repudio del pueblo en general y actuar con suma estulticia.

PD1. El ingeniero Gustavo Labra Labra, jefe de distrito rural 04 de la Sagarpa, maletero del ingeniero Morelos Vargas Gómez, que es a su vez maletero del licenciado Florencio Salazar Adame; en reiteradas y consecutivas ocasiones ha golpeteado, con malas artes, a la Secretaría de Desarrollo Rural y al trabajo que realizamos. Lo único que nos provoca es comezón en los tobillos.

PD2. Si las negociaciones para dar fin a la rebeldía de mi amigo Carlos Sánchez Barrios se están dando tal y como las reseña Hugo Pacheco León; entonces, debo de reconocer que en Guerrero vivimos en la infamia política.

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