Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Eduardo Pérez Haro

1 de diciembre, 2012-2014

*Los estudiantes han dicho no a la represión, no a la impunidad, no a la educación subordinada a un proyecto que no los considera, como lo demostró el decálogo que se elaboró a espaldas de la sociedad.

Para los padres y hermanos de todos los estudiantes.

El presidente Enrique Peña Nieto cumplió dos años de haber tomado el cargo como presidente de la República en medio de una paradoja, consiguió mover a México, pero en su contra.
Suena a mal chiste, pero no es broma. La marcha de ayer, 1 de diciembre, se convocó para salir de la plaza central de la capital de la República y arribar a la casa oficial de Los Pinos en la que habita la pareja presidencial, aunque finalmente se concluyó cerrarla en el Ángel de la Independencia.
Enrique Peña Nieto conmemora su segundo año de gobierno en medio de la reclamación masiva por la presentación con vida de los 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa, y en la que ciertamente se cuestiona su proyecto de gobierno y se asoma la solicitud de su renuncia, razonable o no, viable o no, eso es otra cosa, el asunto es que en medio de todo se deja ver, y la multitud lo corea en el devenir de las movilizaciones sociales.
Nos preguntamos si el Presidente tiene otro balance acerca de la crisis política que se atraviesa, creemos que no. Parece que a pesar de sus ideas y convicciones y de que sus interesados colaboradores le pueden seguir diciendo que no pasa nada, que sólo son unos rijosos que pronto se agotarán y que todo regresará a su cauce, el Presidente sabe que llega con un esquema agotado que le ha colocado en crisis de gobierno por el descontento interno y la resonancia mundial de su desprestigio. No hay Un Nuevo México como él quiso hacernos creer.
La crisis, para no entrar en honduras conceptuales, la referimos a cuando el sistema se torna inestable y su funcionamiento regular se perturba; éste es el caso, el Presidente lo sabe cuando dice que unos violentos siembran la inestabilidad contra el proyecto que encabeza, y tiene razón, el movimiento estudiantil-popular que se ha detonado a partir de los 43 desaparecidos de Ayotzinapa es ya un movimiento nacional con amplia solidaridad internacional que cuestiona el proyecto del régimen, que al aislarse en la vía de legislar sin consultar ni discutir dejó de lado a la sociedad, y permitió la expansión y asociación del crimen organizado con los hombres de gobierno.
El Presidente no es ajeno a lo que sucede en el territorio nacional, sino directamente responsable; sabe bien del uso desmedido e ilegal de las fuerzas de seguridad del Estado no sólo por los hechos de Iguala y Ayotzinapa, sino por Atenco, Michoacán, Tlatlaya y muchos más. El mismo papa Francisco ha expresado su consternación por los 43 desaparecidos y muchos problemas semejantes que afectan a nuestro país. Para nadie, en México y el mundo, Ayotzinapa es un asunto local ni un caso aislado. La Comisión Nacional de Derechos Humanos reconoció que en México hay cerca de 25 mil desaparecidos, sin entrar a desglosar el sinnúmero de muertos.
El presidente dice “todos somos Ayotzinapa”, y advierte que no permitirá protestas violentas, a la vez que señala que un grupo de no más de 150 Anarquistas ha violentado la protesta pacífica de decenas de miles de personas que marchan por las calles de la capital del país y de buena parte de las ciudades de los estados, y clama que las protestas vayan por el camino de la propuesta.
La propuesta está sobre la mesa, pero antes, al menos hay que decir entre paréntesis que, por más que se asusten los analistas malabaristas sobre el asunto de los anarquistas, tienen que recordar que los piquetes de acción directa de los grupos o segmentos radicales del movimiento existen en cualquier parte del mundo, y son parte de la diversidad y de las dificultades que debe atender el movimiento. Pero ese no es el asunto, sino el de los infiltrados patrocinados por el gobierno, que son orejas que señalan a los liderazgos para su represión selectiva y que se camuflan como radicales para crear el argumento oficial de la ley y justificar la represión masiva.
La agenda deja ver sus puntos específicos; Ayotzinapa no es una casualidad, el movimiento estudiantil no es una casualidad, la movilización de la sociedad civil no es una casualidad, la resonancia internacional no es una casualidad, que nadie se sorprenda, sólo es el agotamiento de la paciencia, el hartazgo contra la soberbia de un proyecto, que dice reformas, bla bla bla, pero que no tiene resultados de corto y mediano plazos, y sí desplantes desmedidos de poder como el de atentar contra la seguridad laboral de los maestros –cerca de medio millón– que no se disponen a ser expulsados so pretexto de que serán evaluados y los que no pasen serán dados de baja en bien de la educación, suena lógico y muy bien, pero es una trampa.
La misma que le ponen a los aspirantes de la educación gratuita, media y superior –90 por ciento rechazados–, cuando la educación privada amplía su cobertura en forma dinámica para los segmentos privilegiados de la sociedad. Ayotzinapa, igual que la desaparecida normal del estado de Hidalgo en el que han gobernado el procurador general de la República y el secretario de Gobernación, ha vivido estrangulada en sus condiciones materiales, y permanentemente reprimida y amenazada de desaparición, como todas las normales rurales calificadas como nidos de guerrilleros.
Los estudiantes del Instituto Politécnico Nacional fueron objeto de una pretensión autoritaria en su reglamentación, y ocultamente alineados al proyecto de formación de técnicos baratos al servicio de la empresas coludidas con los negocios previstos por las reformas estructurales. Los estudiantes todos se saben, en tanto que segmento especialmente excluido porque el proyecto de crecimiento no está pensado para darles oportunidad; los estudiantes ya conocen la experiencia de los egresados sin trabajo, de los posgraduados sin trabajo. La reforma educativa no es una reforma modernizadora cuando va a la par de esas acciones y pretensiones.
Hemos visto como se ha asesinado a inmigrantes (San Fernando), como se ha asesinado a trabajadores de la construcción (La Marquesa), a los jóvenes presuntas huestes del crimen organizado por parte de las fuerzas armadas (Tlatlaya), pero los estudiantes tienen una ventaja, son ilustrados y conocen las tecnologías de la información, han sabido reaccionar organizadamente y han sacado el movimiento a nivel planetario, creando una red de protección en la que los métodos de la represión se tornan menos eficaces de lo que sus mandos le sugieren al Presidente. La impunidad ya no cabe ni en el municipio ni contra los estudiantes
Los estudiantes han dicho no a la represión, no a la impunidad, no a la reforma educativa entendida de esa manera, y han dicho no a la educación subordinada a un proyecto de crecimiento que no los considera. La propuesta que reclama el presiente Peña Nieto está sobre la mesa.
1) La seguridad no se modifica con un decálogo propuesto por los mismos que han protagonizado –por acción y por omisión– la violencia criminal. Se discute y se acuerda con los otros, los agraviados que son los padres de los 43 desaparecidos y todos los integrantes de la sociedad a lo largo y ancho del territorio nacional. Decir que se hace con el consenso, acuerdo y concordancia de los superempresarios, los legisladores del pacto, los gobernadores, etcétera, es reconocer que el acuerdo es solamente entre la clase pública y privada en el poder, lo que equivale a decir que no se hace con la sociedad nacional, donde los estudiantes y sus papás son muy importantes.
2) La educación no se resuelve con una estrategia política de achicamiento, golpeo y alineamiento a lo que suponen los burócratas, sino con la ampliación y fortalecimiento del esquema de educación pública gratuita para todos sus aspirantes, acompañada de derechos y obligaciones, decididos con autonomía y en concordancia con una estrategia de crecimiento y desarrollo caracterizada por una reconocible preocupación por superar las desigualdades sociales, y las oportunidades de un empleo digno y bien remunerado para todos.
Estos dos puntos, señor Presidente, si usted quiere expresados de otra manera y desglosados con todos los elementos que en ellos se comprenden, es una propuesta clara y puntual con la que el gobierno podría construir un puente de encuentro con sus críticos, que no son vándalos, no se confunda ni deje que infiltren esa idea sus colaboradores, ni instruya a que así sea, porque eso no ayuda; y si los hubiera, ese no es el tema, la discusión no es por ellos ni con ellos. Llegado el caso, el movimiento mismo habrá de disciplinarlos o aislarlos, pero insisto, ese no es el movimiento, y todos lo sabemos.
Puede no optar por cambios porque en su convicción lo que usted propone es lo correcto, pero en la democracia no se hace lo que uno quiere, sino lo que las mayorías reclaman, y no caigamos con que somos 120 millones contra 100 mil protestantes, porque son frases de una retórica que no está a la altura de la exigencias que hoy el movimiento estudiantil, popular y democrático demanda. Ahí está el movimiento con rostro y nombre, ahí están las propuestas, usted tiene la palabra.
Si usted prefiere reprimir al movimiento social so pretexto de un grupo de anarcopunketos, o inducir provocadores para justificar una acción de fuerza como lo ha dejado ver, no sólo fastidiará a su régimen, sino la historia de este país con todo lo que ello significa. ¡2 de octubre no se olvida!

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