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Celebran indígenas tlapanecos y mixtecos el cuarto viernes de Cuaresma en La Montaña

*  El festejo en el Tejocote se extiende por tres días

* Los feligreses acostumbran llevar al “Padre Jesús” ofrendas de velas y flores

Tlachinollan * El Tejocote es una comunidad Me ‘phaa (tlapaneca) del municipio de Malinaltepec y tiene alrededor de mil 200 habitantes que viven en pequeñas casas de adobe. En este rincón olvidado de México los viernes de Cuaresma se cuentan y el cuarto es el más importante de todos: ese día el pueblo detiene sus actividades cotidianas porque es tiempo de fiesta y debe entregarse a ella.

La celebración comenzó el miércoles y duró tres días, en los que se les unió gente de lugares cercanos.

“Ayer vinieron 13 bandas de varios pueblos. Vienen a presentar sus ofrendas de velas y flores, y cantan y tocan. También vienen danzantes de otros pueblos. Estas personas corresponden a la visita que los de El Tejocote hicieron a la fiesta de ellos”, cuenta el sacerdote de origen maya encargado de la parroquia, Carlos Saravia Uc.

Quienes se acercan a compartir el festejo son en su mayoría Na savi (mixtecos), “porque hay más pueblos mixtecos alrededor”, pero también llegan indígenas Nauas. Esto transforma a la fiesta principal de una comunidad chica en una ocasión para que converjan los tres pueblos originarios de la Montaña de Guerrero. Aquí parecen mimetizarse Nauas, Na savi y Me ‘phaa en una misma expresión de fe.

El cuarto viernes de Cuaresma comienza al mediodía con una misa. La iglesia está repleta y ya no cabe nadie más. Las personas que se quedaron afuera tratan de escuchar desde el otro lado de la puerta abierta. Al mismo tiempo, en el interior del edificio, el fuego de las velas –muchas y de todos los tamaños– recibe cual temazcal a los fieles que se acercan a dejar su ofrenda a la imagen del “Padre Jesús”.

“Es un poco raro, pero así se llama”, admite Saravia Uc. Y explica que es “teológicamente contradictorio” el nombre que le da el pueblo a este objeto de veneración. Con respecto a la imagen en sí, nadie al parecer sabe de dónde proviene, pero coinciden en que lo han adorado desde mucho tiempo atrás.

“Yo realmente no recuerdo bien, pues, qué año fue cuando se organizó la comunidad para que se comprara la imagen. Tengo entendido que fue un mayordomo quien lo trajo”, se esfuerza para rememorar un hombre que se encuentra sentado en la galería del curato.

Alrededor de la iglesia se empieza a reunir más gente que espera la partida de la procesión. Ya llegaron los bailarines, jóvenes de la comunidad ataviados en ropas de colores brillantes que combinan a la perfección con este día de sol potente y cielo limpio. Al final del peregrinaje harán una danza que representa la conquista de México para “recordar la historia del país”. Algunos danzantes, los que personifican a los españoles, usan capas cortas azules. En cambio, los aztecas tienen capas largas rojas. Entre los personajes interpretados se encuentran la reina Xóchitl, Cortés, Malinche, Moctezuma y Cuahutémoc.

Además de ellos, están los chareos: niños vestidos de rojo que llevan machetes en sus manos, sombreros con forma de conos adornados con flores de papel y moños de regalos y máscaras de “nobles guerreros” que les cubren los rostros de a ratos, cuando deciden ponérselas. Son definidos como “mascotas” y apenas están iniciándose en el baile. Cuando sean más grandes se integrarán al grupo de aztecas y españoles. Pero mientras esperan que el tiempo pase harán su propia danza, simularán que pelean con los machetes y brincaran a su antojo.

A la 1 de la tarde la misa ya terminó y la procesión parte desde la iglesia, adonde regresará luego de recorrer el poblado. El Padre Jesús abandona la quietud de su morada y es llevado “para que bendiga a todo el pueblo”. En todo el camino nunca tocará el suelo: está sujeto con una cuerda a una mesa de madera y, cada vez que se detengan, esa mesa será apoyada sobre un petate.

“Cualquier persona del pueblo que tenga devoción puede cargarlo”, comenta el sacerdote. No obstante, quien lo cargue no lo tocará en ningún momento. Cuando deba sujetarlo, lo hará con una toalla de por medio.

“Es por respeto y veneración al santo”, explica. Tampoco será expuesto a los rayos del sol, ya que una sombrilla lo cubrirá durante todo el camino.

Las paradas de la procesión serán 4, una por cada punto cardinal.

“Son 4 estaciones que cubren la totalidad de las direcciones del universo y que cubren así las dimensiones del pueblo. El pasear la imagen dentro de las 4 esquinas del pueblo significa que su santo lo ha bendecido”, comenta Saravia Uc.

En cada una de las paradas se erige un altar distinto del anterior. La explicación a la mayor o menor sobriedad se encuentra en el hecho de que cada quien “puede adornar su estación como prefiera, con alguna imagen, con flores, con velas o sin imágenes, sin nada. Es la devoción de cada persona que adorna la estación”.

Al frente de los peregrinos camina un hombre que carga una cruz verde. Cerca de él, una mujer quema copal. Adelante va una banda y atrás, otra. Ambas tocan el mismo vals triste, exquisito en su dolor, y sus instrumentos musicales se envuelven en el polvo de la marcha.

“Perdona a tu pueblo, perdónale señor”, se escucha a los devotos y su canto se pierde en el ruido estrepitoso de los cohetes que van quemando a su paso.

“Amarte es mi deber, serás mi salvación”, continúan.

Como si el peso del sol no fuera suficiente en esta caminata al mediodía, algunas mujeres cargan a sus niños en la espalda. Debajo de un rebozo azul y negro se adivina una cabecita, y un par de manos de bebé se escapan de su protección.

“Está sudando”, dice su mamá. Es una madre joven, de cara curtida, que lleva a otro niño de la mano.

La procesión atraviesa una feria de puestos de cacahuates y naranjas, de ropa y calabazas. Sigue su recorrido. Pasa por casas de las que sale humo negro de sus cocinas, ese que hace llorar los ojos. O que sirve de excusa para llorar por lo que ya se tenía ganas desde antes.

Los chareos también participan del peregrinaje por las calles principales. Uno de ellos tiene un aspecto conmovedor. Es pequeño, panzoncito y camina de lado. Tiene una trenza postiza, negra y larga hasta las rodillas, una oreja doblada por la presión que ejerce el sombrero sobre ella y un machete acorde a su tamaño. Coloradas sus ropas y colorado él, de tanto calor, ostenta una imagen entrañable.

El camino no es fácil. Siempre es empinado, en las subidas y en las bajadas. Y está lleno de piedras. Cuesta terminarlo, pero ellos están acostumbrados a caminar mucho. Los carros en esta comunidad no abundan y el transporte público tampoco. Una parte del camino que media entre ellos y el mundo es de terracería. En esas circunstancias, caminar el polvo es cosa de todos los días.

Finalmente, regresan al punto de partida. Ya en el interior de la iglesia vuelven a pasar frente al santo, que está de nuevo en su lugar. Pero muchos de ellos no le dejarán la ofrenda de alcatraces y velas que tuvieron en sus manos durante la procesión.

“Traen la ofrenda de flores y tocan al santo, por la fuerza positiva, espiritual, que adquiere la flor, y la llevan a su casa, a sus enfermos, y en los momentos que ellos necesiten pueden invocar a su santo”, aclara el sacerdote. Y agrega que “es la fuerza espiritual del santo que se llevan consigo”.

“Las flores del santito se las llevo a mi santito”, dice una mujer de blusa violeta que confirma la explicación de Saravia Uc.

Ante la pregunta de qué le solicitan alpadre Jesús, las respuestas difieren.

“Le pedimos gracias”, expresa una anciana de cabellos grises.

“No pido, son costumbres”, responde otra, y una tercera afirma que “pide por sus hijos”.

Afuera ya están por empezar a bailar. Alguien toca una flauta de madera y la tranquilidad de sus sonidos prehispánicos se funden con el bullicio de la fiesta.

En este pueblo con nombre de fruta el último día de celebración se vive a pleno, las creencias se comparten con los vecinos y las certidumbres indígenas se mezclan con las ideas de la religión formal de manera contrastante e irreprochable a la vez.

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