Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Jaime Castrejón Diez

 Escandalos y populismos

Con los escándalos provocados por los videos, las renuncias y las investigaciones abiertas contra altos funcionarios del gobierno del Distrito Federal, se ha desatado una lucha política en la que, ante la sorpresa de quienes creíamos haber evolucionado, hemos visto renacer los antiguos métodos de llenar la plaza pública, no para contestar las acusaciones sino para mostrar fuerza. Este es el indicio de los rasgos populistas que creíamos haber ya superado.

Para confirmar esta actitud recordé lo que había escrito Juan Jacobo Rousseau en el Contrato Social que “en la persona del magistrado podemos distinguir tres voluntades, pero la voluntad como individuo de buscar su propio beneficio viene primero”. La visión pesimista de Juan Jacobo Rousseau parece confirmarse en los hechos que hemos vivido recientemente. Pareciera que la idea del interés personal del servidor público (el magistrado en el lenguaje de Rousseau) confirma  las actitudes de quienes usan el poder para beneficio propio y quieren que los gobernados culpen a quien se opone a sus intereses más que a servir a la justicia. Claro que es malo el mostrar a la población vía los medios de comunicación y no en los tribunales los actos de corrupción flagrantes, pero también es un retroceso político el tratar de no afrontar los hechos sino llenar la plaza pública para mostrar fuerza, es decir estar de regreso a una nueva forma de populismo.

Para juzgar una institución política hay siempre dos criterios: cómo empezaron y qué tan legítima es, decir el criterio de su origen y su función. Nadie pone en duda que el origen del gobierno del Distrito Federal es legítimo, fue una elección a todas luces democrática, pero el origen no es suficiente para explicar la función, no se es demócrata solamente en las elecciones, el ser democrático es también el ejercer las funciones con dignidad, honradez y con apego a la ley, es decir, sentirse sujeto a la evaluación de su función por sus gobernados. Pero a esto le podemos agregar el problema de actitudes, en medio del escándalo por corrupción, la pose del jefe de Gobierno de decir “a mí no me afecta”, “a mi gallo no le han quitado ni una pluma”, nos muestra que se está poniendo por encima de las leyes y está deslegitimando su función aunque su origen haya sido legítimo y sus respuestas nos hacen pensar que no se ha dado cuenta que ya no está en un palenque.

El hecho es que las balconeadas en los medios vienen a poner a personajes  de diferentes ámbitos y de diferentes actitudes al examen público, pero se ha tendido una cortina de humo que ya no se sabe quienes son víctimas o villanos: el que dice “chin, ya nos cacharon”o  el que trata de utilizar su presencia y sus conocimientos para salvar a los corruptos del legítimo castigo que pide la sociedad.

Mucho menos pensado de lo que significó el acto político del domingo 14, con una plaza llena, acarreados gran parte de ellos y anunciado como un informe, se convirtió en lo que yo llamaría un destape en desgracia. Se vio el estilo del pasado de llenar las plazas para evitar la caída y el sentido triste de que pudiéramos regresar a la legitimación por demostración de masas, en un populismo más peligroso que hace pensar que el jefe de Gobierno pudiera ser nuestro equivalente de Hugo Chávez.

Lo más triste de todo este asunto es que afecta fuertemente a un partido que venía recomponiéndose y trataba de estructurarse mejor, haciendo a un lado las tribus y las luchas internas para tratar de ganar la voluntad del electorado. Esto ha hecho que una parte del PRD trate de tomar el plano alto de la moralidad y pida la investigación a sus propios compañeros de partido en ejercicio de poder y tratar de mantener la moralidad como uno de los valores centrales de este movimiento. De hecho el rechazo a la corrupción es lo que atrajo a un gran número de ciudadanos hacia las filas o simpatizantes que votarían por sus candidatos. Pero con el regreso a la idea de la plaza pública como sustituto de un tribunal de justicia nos regresa no sólo al populismo sino a un caudillismo primitivo.

En medio de todo este problema revive la posibilidad de la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas aún cuando de antemano se sabe que va a perder, que no es el Lula mexicano. Esto es triste para la democracia mexicana, porque lo que estamos viendo es la desintegración de una parte del elenco político que representa una alternativa a un bipartidismo de facto y nos va llevando a él, dando a la sociedad el dilema o la tradición priísta o la nueva visión panista que no acaba de convencer.

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