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Arturo Solís Heredia

CANAL PRIVADO

*El verdadero enemigo de todos

¿Qué les digo, tolerantes y pacientes lectores?

Digo, en caso de que alguno anduviera con el pendiente por la inexplicada ausencia de esta columna durante las últimas semanas, desde que la trágica noche del 26 de septiembre en Iguala, tendió su manto fúnebre sobre el ánimo y el espíritu de los mexicanos, especialmente de los guerrerenses, ya de por sí y desde hacía rato en tinieblas.
Aunque, aquí entre nos, les digo la neta: a juzgar por la nula recepción de mensajes suyos respecto en mis buzones virtuales, ninguno pareció percatarse o a todos pareció valerles gorro la mentada ausencia.
No le’anque, porque de todos modos me y les pregunto ¿qué les digo?
Primero les digo lo mismo que he dicho varias veces antes: no fue ausencia negligente o casual, fue silencio consciente y voluntario.
Y es que el silencio nunca me pareció ni me ha parecido más obligado, respetuoso, pertinente, necesario y útil, que en los días que siguieron y aún siguen a esa trágica noche, la más triste que se recuerde en estos y muchos lares.
Dolor, asombro, terror, indignación, rencor y desesperanza. Todo eso junto ardió la panza, quemó las venas e hirvió la cabeza de todos los que tienen el corazón bien puesto. Con todo eso dentro, la búsqueda de verdades impacientó pronto a la enorme mayoría, urgida de brujas que cazar, de chivos que expiar, de justicia, más que justa, justiciera. Todo eso junto, agigantó el griterío y empoderó la estridencia, agudizó la hostilidad y agravó el antagonismo.
Pronto, la verdad no era una, eran varias; no se buscaban, se construían; no se probaban, se proclamaban.
La condena a los culpables evidentes –los sicarios y Guerreros Unidos, y los policías municipales y el ex alcalde Abarca y su notable e intimidante primera dama–, la única coincidencia indiscutible, casi todo lo demás, discrepancia irreconciliable.
Pronto, la lógica del debate se volvió simplista y el argumento maniqueo: si decías y opinabas a favor de la salida del ex gobernador Aguirre, los en contra te tachaban de “inche simpatizante ayotzinapo”; si decías y opinabas en contra, los a favor te tachaban de “inche simpatizante aguirrista”. Ambos, seguidos de los epítetos respectivos, vándalos, guerrilleros, asesinos, narcos. Y como esa, cualquier cantidad de discrepancias, tan antagónicas como irreconciliables, de prejuicios tan cáusticos como inapelables.
¿Para qué decir y opinar algo en ese entorno, bajo esa lógica, si todo se entendía como ataque o defensa a unos u otros? Mejor el silencio… que con el tiempo serena el ánimo, aclara el juicio, afina la mirada, enfría la pasión.
No digo, cómo decirlo, que los procuradores, sus jefes y los gobiernos estatal y federal no sean culpables de omisión, y quizá alguno también de comisión. De hecho, digo que la misma culpa tienen líderes y dirigentes del PRD, y aliados electorales, diputados del Congreso local, consejeros del extinto Instituto Electoral del Estado de Guerrero, y auditores de la Auditoría General del Estado.
Lo digo porque todos o casi todos los anteriores debieron constatar, documentar, saber o sospechar de los malísimos pasos, pésimas compañías y terribles fechorías de los Abarca y sus aliados criminales, al menos desde un año antes de la fatídica noche, pero nada o casi nada hicieron al respecto.
Y con respeto, cariño y solidaridad para los paisanos igualtecos, digo que también ellos, al menos la mayoría ciudadana, son responsables de omisión, y algunos quizá de comisión, pues igual debieron constatar, documentar, saber o sospechar; sin embargo, eligieron a su alcalde y avalaron la elección, aceptaron su administración, o hicieron negocios y compraventas con él y su primera dama.
Con idénticos respeto, cariño y solidaridad para los jóvenes de Ayotzinapa y sus directivos normalistas, digo que ellos omiten verdades de sus cometidos y objetivos de esa noche y muchos otros días, y otras noches, en Iguala y lugares circunvecinos.
Aclaro y digo que entiendo y siento la airada indignación social, me agradan y aplaudo las enérgicas protestas, y comparto y coincido con el clamor por un cambio verdadero y profundo de sistema y políticos, aunque además diga que reprocho y critico la violencia irracional de vándalos enmascarados sin legítima causa.
Todo lo que pienso de entonces me atrevo a escribirlo ahora, porque el silencio de las últimas semanas me ayudó a desengancharme casi siempre de la animosa hostilidad de las discusiones, polarizadas e irreconciliables.
Pero digo casi siempre porque un par de veces sobre un par de temas no resistí la atracción contagiosa de la mayoría, nunca menos silenciosa ni mas estridente que ésta, y me enganché sin remedio en la simple y maniquea lógica del debate; primero, con la camiseta puesta de uno de los polos, y luego, con la del otro.
Afortunadamente, en ambos casos recordé las sabias enseñanzas virales de los memes de la (por el femenino de) Rana (o debo decir del, por el masculino de) René.
En la primera de esas veces, me uní al coro popular (al menos en las redes sociales) con el puño en alto y el ánimo revolucionario, exigiendo la captura y castigo de absolutamente todos los autores materiales, intelectuales y también reponsables omisos del horrendo crimen, caiga quien caiga.
Pero luego recordé que el coro popular exigía la salida del gober y el preciso, y que hasta los acusaban de asesinos, narco gobiernos, y hasta de narco Estado, crimenes de Estado… y me desenganché de la consigna.
En la segunda, me uní al otro coro no menos popular, puño igual en alto pero el ánimo encabronado, despotricando en contra de los (confieso haber escupido el infame) ayotzinapos y echando pestes por sus abusos y excesos, tan contrariantes como agobiantes, en contra de hartos, respetables e inocentes terceros.
Pero luego recordé que el otro coro popular exigía mando dura, represión, castigo y carcel para los vándalos ayotzinapos (ahora lo dijeron ellos, no yo), y hasta que desaparecieran la Normal Raúl Isidro Burgos, y me desenganché otra vez de la consigna.
Por eso ahora digo, luego de las semanas silenciosas, que en y por muchas cosas creo, y en y por otras dudo, que en todos confío por algo, pero que de todos también por algo desconfío.
Por eso ahora opino, más sereno, claro y frío, que aunque más directas y agravantes sean las omisiones de gobiernos y autoridades, y más graves y legales sus responsabilidades en la descomposición institucional y la violencia criminal en todas las Iguala de Guerrero y el país, todos somos también en parte responsables de omisiones.
Como nuestros respetables y queridos paisanos igualtecos, a los chilpancingueños y acapulqueños, por citar los ejemplos más obvios, nos consta, sabemos o sospechamos malísimas andanzas, pésimas compañías y terribles fechorías de abarcas locales, aparentemente buenos vecinos y mejores ciudadanos, que conviven e interactúan socialmente. Y aunque la responsabilidad ciudadana es, sin duda, menor que la de nuestras autoridades, nosotros tampoco hacemos ni hemos hecho nada, por temor, apatía, complacencia, complicidad o conveniencia.
Por eso digo y opino que fue extraño que en las marchas normalistas y manifestaciones ciudadanas, abundaran las consignas en contra de Ángel Aguirre y Enrique Peña Nieto y sus gobiernos, y ninguna hubiera o se oyera en contra de Guerreros Unidos y grupos criminales semejantes, ni de la salvaje y barbárica violencia de sus sicarios.
Extraño, no porque el presidente, el gobernador, sus gobiernos y todos los demás, los que ustedes y cualquiera gustaran y mandaran, no fueran ni sean responsables de omisiones y comisiones graves; extraño, porque los únicos impunes en el implacable juicio del tribunal popular y justiciero, fueron los únicos culpables indiscutibles y unánimes de los asesinatos y secuestros en Iguala y en demasiados lados.
Por todo lo dicho, lo último que digo, tolerantes y pacientes lectores, es que nada cambiarán las movilizaciones y protestas ciudadanas, y que a nadie servirán las marchas y las acusaciones, si insistimos en culpar de todo al otro, en acusar de todo al de enfrente, sin aceptar ni permitir el menor asomo de autocrítica.
Digo que el gobierno y los políticos nada defenderán, protegerán y conservarán, si sus únicos o mejores argumentos son la represión, la imposición, el autoritarismo y el cinismo.
Lo que digo y opino ahora, tras las semanas de silencio, es que si no entendemos que el verdadero enemigo es enemigo de todos, que amenaza y aplasta a todos, la sociedad y el Estado mexicanos seguirán siendo siempre débiles y vulnerables; que sólo seremos fuertes, si somos capaces de unir fuerza, voluntad, compromiso y valor, para cambiar lo que haya que cambiar, para cancelar lo que haya que cancelar, para derrotar entre todos lo que nos ha derrotado siempre.

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