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Celebran dos días de fiesta oaxaqueña en el poblado de Ixcateopan

* La Guelaguetza, regalo folclórico de Oaxaca para México

 Tlachinollan * Guelaguetza es un vocablo zapoteco que significa obsequio. Y también es el nombre que se le da a ese baile característico de Oaxaca, en el cual, a través de distintos números bailables, se recorren las siete regiones de ese estado sureño: Valles Centrales, Sierra Juárez, Cañada, Mixteca, Costa, Istmo de Tehuantepec y Tuxtepec. Baile que podría interpretarse como el regalo folclórico que Oaxaca le hace al resto del país.

El fin de semana pasado, en Ixcateopan, municipio de Alpoyeca, se presentó el grupo de danzas oaxaqueñas Jaltepec, convocado por las autoridades de dicho pueblo para brindar su espectáculo de Guelaguetza a la gente del lugar y de los alrededores que se acercaron hasta allí.

En una región como ésta, en la que poco se propician los eventos culturales, una exhibición de este tipo puede atraer a muchas personas, seducidas por la idea de acceder a una muestra de arte.

El maestro de ceremonias del grupo Jaltepec es Emiliano Aragón Pérez. Él es zapoteca, de la región de los Valles Centrales y viste un gabán que lo abriga demasiado en esta cálida tarde de domingo.

Las diversas acepciones de una palabra

Aragón Pérez se explaya con respecto a las distintas acepciones de Guelaguetza: “cuando la gente oaxaqueña hace una fiesta, se lleva algo para apoyar a esa fiesta. El dueño de la casa se compromete a que, cuando la persona que le llevó el presente tenga una fiesta, él le devolverá lo mismo o el equivalente”.

Según una poesía, Guelaguetza “es la primicia hogareña”, porque era el primer fruto que daba el maíz, el cual era llevado por las siete regiones a la ciudad de Oaxaca, donde intercambiaban sus productos del campo.

En Oaxaca la Guelaguetza se festeja la tercera semana del mes de julio, siempre después del 16. En esa fecha “los españoles trataron que se festejara a la Virgen del Carmen, pero los zapotecas y mixtecos veneraban a la diosa Centeo, la diosa del maíz tierno” y así lo siguieron haciendo, explica Aragón Pérez.

El espectáculo de música y danza oaxaqueña empieza con las últimas luces de la tarde. La cancha de basquetbol de Ixcateopan, pueblo cuyo nombre quiere decir “Algodón en la iglesia a la orilla del río”, hoy sirve de escenario para el grupo de 70 bailarines. A un costado se encuentra la Banda Filarmónica Montalbán, que tocará música en vivo durante las casi 3 horas que dura la presentación.

Música y baile

El primero es un baile de la región del Valle. Quienes bailan son todas mujeres, chinas que llevan canastas decoradas con flores sobre sus cabezas, y una pareja de “marmotas”. Debajo de la falda de la mona se ven unas piernas peludas de hombre que contrastan con su aspecto femenino, detalle gracioso para quienes lo perciben.

La china oaxaqueña es la mujer sencilla que vende tortillas, carne, fruta o verdura en el mercado. Viste una falda amplia de colores que “resalta la belleza de la mujer”, indica el maestro de ceremonias. Este baile, de las mujeres solas que cargan canastas, representa “cuando la novia se va definitivamente a la casa del novio y se lleva los regalos de su familia”.

Al final del primer número, hay Guelaguetza para los asistentes: tres bailarinas salen con sus canastas y arrojan al público, a modo de ofrenda, productos producidos en tierra oaxaqueña.

Los tres primeros bailes son religiosos. Hay algo de ceremonial en ellos. Son más lentos que los que vendrán después, “como adorando a los dioses”, dice quien está a cargo de la ceremonia.

Es el momento de los sones mazatecos y una mujer mayor canta a capela. Lo hace en su idioma, el mazateco, y apela a los presentes: “si tiene alguna lengua indígena, hay que conservarla”.

Aquí ya los bailarines están en pareja. Un hombre lleva un cántaro y lo golpea. Sus sonidos traen “buenos espíritus para los recién casados”. Las mujeres arrojan al suelo pétalos de flores que sacan de sus jícaras, lo que representa “la fertilidad de la tierra”.

Los hombres están vestidos de blanco y tienen sombreros de palma; las mujeres lucen vestidos con bordados de animales que muestran “la disposición de la mujer a ayudar al hombre en las tareas del campo”. Las trenzas en sus cabellos no están exentas de simbología: si van para atrás, significa que la dama es soltera, si lleva una hacia atrás y otra hacia delante, que es casada, y si están para adelante, es soltera pero ya está comprometida.

Al final de la danza, nuevamente dan al público la Guelaguetza de tlayudas (tortillas grandes de harina de maíz), naranjas y panes oaxaqueños, como lo harán al final de cada número hasta que termine el espectáculo.

Para los sones y jarabes, hombres y mujeres visten ropas blancas. Es la “pureza del hombre y la mujer hacia la vida”, dice el maestro de ceremonias, “pureza y alegría del indígena oaxaqueño”.

En cambio, para el Ritual del Tepache, la vestimenta es más sobria y sus colores más oscuros.

Un hombre se ubica en el centro del escenario y hacia él va una anciana que le da una jícara de tepache. Alza sus brazos y dirige el tepache hacia el norte, el sur, el oriente y el poniente. Y para finalizar el rito, derrama tres gotas: una para dios, otra para los difuntos y la última para la tierra.

                        “Ya llegó la alegría”, anuncia Aragón Pérez, mientras continúa el desfile de las distintas regiones. De pronto la música se vuelve más alegre y aparecen unos hombres que cargan machetes. Son “los del mezcal”, quienes se abren paso al grito de “ay, ay, ay”.

Les seguirá la Canción mixteca, la cual fue compuesta “con fragmentos de población en población”.

“Quisiera llorar, quisiera morir de sentimiento”, cantan al tiempo que una pareja baila. Ella tiene una flor roja en los labios y su hombre se la saca con la boca, en una demostración de sutil sensualidad.

Ya es de noche cuando llega el turno de la danza propia del Istmo. Allí se cosechan huevos de tortuga y el baile representa la búsqueda de esos huevos. El hombre busca y su mujer lo ayuda. Ella abre su pañuelo para que él pueda depositar el producto de ese trabajo que realizan juntos.

En el baile de la Costa “la mujer ya no baila agachada ni de manera lenta”. Es una mujer decidida que “por darle el gusto a su hombre, le da lo que a él más le gusta”. Para alimentar al estereotipo reinante, en esta danza ella le da de beber cerveza a su hombre hasta que queda tirado en el piso.

A éste le seguirán otros bailes: uno en el que la mujer intenta enlazar al hombre con su rebozo hasta que lo logra, otro en el que el hombre torea a la mujer con un pañuelo rojo, una danza de cortejo en la que el hombre conquista a la mujer y algunas chilenas.

Para finalizar, realizaron la Danza de la Piña y la Danza de la Pluma. En la primera, las danzantes son todas mujeres que lucen huipiles hechos a mano y trenzas de corona. Llevan una piña en el hombro y le agradecen a Dios la cosecha. En la segunda, oriunda de los Valles Centrales, brincan, se escuchan sonajas y cada paso representa un movimiento astral.

El espectáculo terminó con la canción himno de Oaxaca, Dios nunca muere”, tocado por la banda. El público, proveniente de Ixcateopan, pero también de otros pueblos de Alpoyeca y de la ciudad de Tlapa de Comonfort, parecía satisfecho luego de haber disfrutado de un evento poco común en esta región donde la oferta cultural es nula.

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