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Tomás Tenorio Galindo

OTRO PAÍS

*Rogelio Ortega, una decepción histórica

En su discurso de toma de posesión el 26 de octubre, el gobernador interino Rogelio Ortega Martínez se comprometió a estar del lado de los normalistas y de los padres de los 43 estudiantes desaparecidos en Iguala. Así planteó ese compromiso: “…Quiero comprometerme con ustedes, y dirigir un especial mensaje al pueblo de Guerrero, a la nación y al concierto internacional de las naciones que tienen puestos sus ojos en nuestra entidad, que será desde este momento mi principal prioridad atender el reclamo justo para que se haga justicia ante los asesinatos de una señora, tres normalistas y un joven del equipo Avispones, que perdieron la vida. De mayor relevancia, trabajar incansablemente para que hagamos todo lo que esté a nuestro alcance, junto con las autoridades locales y federales, para encontrar con vida a los 43 jóvenes desaparecidos. Quiero decirles a los jóvenes de la escuela normal rural de Ayotzinapa Isidro Burgos, con quienes he tenido la fortuna de convivir y trabajar, y dialogar con ellos, desde que fui presidente de la Federación Estudiantil Universitaria Guerrerense y cuando trabajé en la Subsecretaría de Educación Media Superior y Superior del estado de Guerrero, que confíen en la palabra de Rogelio Ortega; que trabajaré junto con ellos, en un diálogo franco, abierto, de cara a la sociedad, para que sus demandas sean atendidas”.
También hizo el compromiso de liberar a los líderes sociales encarcelados injustificadamente por su antecesor Ángel Aguirre Rivero. “Haremos todos nuestros esfuerzos y coadyuvancia para lograr la libertad de los guerrerenses recluidos, dirigentes y luchadores sociales recluidos en prisión, con apego a la ley, con apego al derecho y con apego a la justicia”, dijo en el Congreso del estado. Cuarenta días después, que es una cantidad enorme de tiempo para un gobierno de sólo once meses, Rogelio Ortega no ha hecho nada para cumplir esos compromisos. No sólo no ha contribuido a que se haga justicia, sino al contrario, ha combatido las movilizaciones de los padres de los normalistas con quienes dijo estar comprometido, y todo sugiere que se ha olvidado de los luchadores sociales presos por cuya liberación dijo que iba a esforzarse.
Por ello y por otros hechos de incongruencia –su obsequioso discurso ante Peña Nieto en el acto de ayer en Acapulco–, el gobernador interino ha provocado una gran decepción en la sociedad de Guerrero. Esa es una historia colateral en la tragedia que vive actualmente el estado, pero tiene su importancia, pues refleja con claridad las graves distorsiones que el poder ejerce incluso en personas a las que se suponía de convicciones firmes. Ortega Martínez se formó en la izquierda universitaria de los años setenta, aquella que fue perseguida con ferocidad por los gobiernos de Luis Echeverría y Rubén Figueroa Figueroa. Desde entonces era compañero de Guillermo Sánchez Nava y de Armando Chavarría Barrera, conoció la vida en la clandestinidad y sufrió la experiencia de estar desaparecido por algunos días, rapto del que lo rescató un valiente gesto público de su madre frente al temible Figueroa Figueroa. Con esos antecedentes, hasta ahora nadie le habría regateado su identidad de izquierda, aunque hacía muchos años que Ortega Martínez se hallaba refugiado en la academia y acariciaba la posibilidad de ser rector de la Universidad Autónoma de Guerrero.
Es posible que a Rogelio Ortega le haya tocado ser el primer gobernador que surge de la izquierda, si se toma en cuenta que quienes ocupan o han ocupado con credencial de izquierda ese puesto, o provienen del PRI o de grupos que usurpan la etiqueta (Zeferino Torreblanca, por ejemplo, que es de derecha). Por esos motivos se creó momentáneamente la expectativa de que ejercería el poder de una manera distinta y asumiría los riesgos que de ello se derivarían, y él mismo dijo que así lo haría, pero al cabo de estos cuarenta días es evidente que no será así y que se trató de una expectativa falsa.
Rogelio Ortega no parece ni es, y ni siquiera parece que haya querido serlo, un gobernante de izquierda, sintetizada esta opción en la sensibilidad que se habría esperado que mostrara frente al drama de los normalistas y la premura que se creyó daría a la liberación de los luchadores sociales apresados por Aguirre Rivero. En cambio, parece un priísta cualquiera al que le fue regalado el poder y no da un paso sin pedir permiso. Sorpresivamente y de manera irreconocible, Ortega Martínez se puso a la sombra del presidente Enrique Peña Nieto, a cuyas directivas responde, y ha dado señales de una frivolidad y protagonismo que chocan con el escenario de pesadumbre social y violencia generalizada que agobia al estado.
Aun si se consideran las grandes dificultades que rodean el caso de los 43 estudiantes desaparecidos, le bastaba a Rogelio Ortega con ser congruente con su discurso para ganarse el respeto de los normalistas y la sociedad agraviada. Es obvio que no lo hizo porque decidió tomar el sentido contrario y seguir los lineamientos del gobierno federal, para el cual la tragedia de Iguala terminó en el basurero de Cocula y los responsables nada más son el ex alcalde José Luis Abarca y su esposa. Se puso del lado del poder y no de los ciudadanos como ofreció hacerlo, y de esa forma consumó una traición a la combativa izquierda guerrerense a la que alguna vez perteneció.
La liberación inmediata de Nestora Salgado García y Marco Antonio Suástegui Muñoz, junto a la decena de promotores y policías comunitarios que se encuentran en prisión injustamente, tampoco presentaba complicaciones que la voluntad política del gobernador no pudiera resolver. Y sin apartarse de la ley. Basta con que la Fiscalía General del Estado se desista de las acusaciones que les fabricaron Ángel Aguirre y el ex procurador Iñaky Blanco Cabrera, lo que un juez federal hizo ya en cuanto a los cargos de ese orden que se le habían formulado a la coordinadora de la Policía Comunitaria de Olinalá. Pero en ese caso Rogelio Ortega tampoco ha movido un dedo. Ni siquiera ha aceptado hablar con los diputados federales que impulsan la liberación de los detenidos.
En consecuencia, es una verdadera lástima y un fiasco descomunal que un representante de la izquierda como lo era Rogelio Ortega, haya sucumbido a la fascinación del poder y como gobernador no se atreva a hacer frente a los desafíos que dijo iba a asumir. Así serán sus once meses de gobierno. ¡Qué decepción!
Peña Nieto cierra el caso Iguala
El presidente Peña Nieto declaró cerrado ayer el caso de la matanza y desaparición de los normalistas de Ayotzinapa. Al pedir en Coyuca de Benítez que “superemos esta etapa, demos un paso hacia adelante”, tácitamente dio por concluida la investigación de los hechos. Como si hablara de un acontecimiento del pasado, expresó que la tragedia “va a generar un hito, va a marcar un momento y va a permitir la construcción de mejores instituciones”. Es una decisión temeraria que ofende a los padres de los normalistas desaparecidos, pues lo cierto es que el caso está lejos de concluir.

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