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Jesús Mendoza Zaragoza

El diálogo como herramienta social

Un sistema político autoritario como el que hemos padecido desde hace décadas privilegia el uso de la fuerza; por naturaleza no puede desarrollar dinámicas horizontales. Está discapacitado para el diálogo. A lo que puede llegar es a una simulación del mismo. La psicología del autoritarismo está fundamentada en la percepción de la propia inseguridad ante las relaciones horizontales. Esta ha sido una característica de la política en México y una de las debilidades de nuestra transición hacia la democracia. Dialogar no le hace bien al autoritarismo porque se desmorona. El diálogo, ese valor tan pregonado en las democracias ha sido meramente formal y simulador
En mi opinión, el autoritarismo ha infectado a la sociedad de dos maneras básicas: el agandalle y la apatía. La primera forma, el agandalle, consiste en la introyección de la figura autoritaria en quien ha recibido abusos. El hijo del autoritario tiende a reproducir en sí mismo el mismo patrón de conducta autoritaria. El movimiento social no está exento de este autoritarismo que permite que unos grupos sometan a otros, que haya una tendencia verticalista en las relaciones sociales y que el más fuerte se imponga sobre los demás y que se presente a sí mismo como el representante de la sociedad.
Por otra parte, hay un gran sector de la sociedad que se ha vuelto apático, silencioso y pasivo porque ha quedado aturdido y temeroso como consecuencia del autoritarismo. Este sector está acomplejado, no cree en sí mismo, tiene actitudes infantiles, vive de lamentos y espera que otros le resuelvan los problemas. Agandalle y apatía son dos formas patológicas de comportamiento social que han impedido el dialogo en el interior de la sociedad. Unos, porque se creen iluminados y autosuficientes y, otros, porque no creen en sí mismos. Por esto es que tenemos un gran déficit democrático en todos los ámbitos sociales, desde las familias hasta las instituciones y organizaciones sociales. No sabemos dialogar. O gritamos o callamos, o nos creemos con toda la razón o no razonamos. Los verticalismos de la política los hemos asumido en la sociedad y, como dice el dicho, “el que tiene más saliva come más pinole”.
La crisis política que atraviesa el país a partir de la exhibición de los vínculos tan estrechos entre el crimen organizado y la clase política mexicana y de los amplios antecedentes oscuros en el tema de la corrupción pública ha puesto de relieve la alta carencia del diálogo, tanto en la política como en las relaciones sociales. El diálogo ha sido sustituido por la simulación del mismo, por las mentiras y los engaños, por la manipulación, por el desahogo emocional, por el escarnio y las descalificaciones. Es evidente que todo esto no abre caminos que construyan una alternativa sino que nos sume más en el hoyo del enfrentamiento y de la violencia.
No sabemos dialogar y esto es grave. No sabemos hablarnos unos a otros de manera horizontal, es decir, de igual a igual. No sabemos escucharnos y nos volvemos unos contra otros. Ahora sí, pueblo contra pueblo, como señalaban atinadamente algunas organizaciones en un conversatorio organizado por la red Acapulco por la Paz. Estamos traumados y no sabemos confiar unos en los otros. No reconocemos que nadie tiene la verdad sino que la vamos descubriendo en la medida en que nos abrimos a los demás, los escuchamos y la vamos reconociendo en muchas partes. Quienes se creen dueños de la verdad, la gritan y la estrellan en contra de los demás. Es claro que no se trata de la verdad sino de “su” verdad, tan parcial y tan precaria como la verdad de los políticos.
La verdad no necesita ser arrojada contra los otros, pues su resplandor se impone por sí mismo. La verdad es compartida y cada quien tiene una parte de ella. Tiene que ser expuesta y acogida y en la medida en que ejercitamos un diálogo respetuoso, tolerante, incluyente y reverente, en esa medida es que podemos encontrar la verdad, sobre la cual se puede construir una sociedad fuerte y capaz de asumir su propia responsabilidad histórica.
Estamos en un momento crucial para el país, en el que las mentiras se han ido derrumbando, un sistema de engaños y simulaciones ya no da para más y tenemos la oportunidad de justicia, de reconciliación y de paz. Aquí es donde es necesaria la verdad, como nunca. Por eso, reclamamos la verdad en el tema de los desaparecidos de Ayotzinapa y la verdad sobre todos los muertos y desaparecidos en la última década. Esta verdad, junto con la justicia, es indispensable para la paz. No puede haber paz sin verdad. Por eso, necesitamos abrirnos a la verdad para reconocerla en toda su dimensión, y para ello, cada quien tiene que renunciar a la absolutización de su propia verdad. Aquí es donde entra el diálogo social que pretende que podamos encontrarnos para buscar juntos la verdad porque mi verdad no está enfrentada contra la de los demás ni viceversa.
El miedo a la verdad se manifiesta en el miedo al dialogo. Eso es lo que hace el gobierno cuando pretende hacer justicia sin la verdad o con mentiras. Lo mismo suele suceder en la sociedad, donde es normal que seamos diferentes y que pensemos diferente y por lo mismo tiene que ser normal el diálogo para encontrar la verdad y construir sobre ella una sociedad justa y en paz. Las acciones violentas que se han dado en las movilizaciones sociales revelan miedo a la verdad, a esa misma verdad que se reclama. Para encontrar la verdad tenemos la inteligencia, tenemos la razón, tenemos la palabra. La violencia se utiliza cuando se carece de razones, de palabras reveladoras de la verdad. O cuando no creemos en ella.
El diálogo es una herramienta de valor incalculable en este momento de crisis y de zozobra. Hay que hacernos valientes y humildes para tomar esta herramienta. Necesita ser utilizada en el interior de la sociedad para sentarnos todos a la mesa y contar nuestras historias, para exponer nuestra manera de ver la vida y los problemas y las diversas perspectivas de las cosas. Dialogando evitamos desgastes estériles y luchas frustrantes. Y si el gobierno quiere dialogar, tiene que ponerse en condiciones de hacerlo, es decir, ponerse en línea horizontal, abandonando la actitud autoritaria. Eso no hizo en los diálogos con el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, y por eso, no fueron unos diálogos fecundos y felices para el país.
Y, ¿qué queremos conseguir con el diálogo social? Lo primero, la verdad. Este es el gran logro. La verdad nos hará libres. La verdad es el fundamento de una sociedad libre y justa. Sin verdad no hay futuro. Y queremos justicia, condiciones para que haya justicia y para construir la paz. Queremos una sociedad distinta a la excluyente, desigual e injusta. Y para que esto suceda, queremos recuperar la política como una herramienta ciudadana, al alcance de todos los ciudadanos y enfocada al bien de todos.
Por otra parte, el diálogo social va generando y fortaleciendo a la sociedad civil y va construyendo ciudadanía. El encuentro entre quienes tienen intereses distantes pero también comunes, la escucha atenta y respetuosa de otras perspectivas y sensibilidades, y la visión de conjunto que se va generando fortalecen lazos, acciones, compromisos comunes y proyectos. El México que queremos es plural pero caminando en un mismo sentido. Por eso, el diálogo es una herramienta que, si bien, está olvidada, necesita ser desempolvada para construir algo distinto a lo que tenemos. Algo mejor.

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