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Humberto Musacchio

Se desata de nuevo la guerra sucia

Otra vez, como hace seis años, la campaña electoral está marcada por una guerra de insultos, difamación, medias verdades y mentiras completas. Este nuevo despliegue de propaganda negra se desató a raíz de que una encuesta colocó a Andrés Manuel López Obrador a sólo cuatro puntos del presunto puntero Enrique Peña Nieto y de que se pusieran en movimiento los jóvenes del #YoSoy132.
Lo que está en juego son dos proyectos de país. En uno se mantendrían excluidos los de siempre, los de abajo, como ha ocurrido hasta ahora; en el otro, la amenaza es la eliminación de privilegios para una minoría, lo que por supuesto esa minoría no está dispuesta a aceptar, pues le representaría una carga onerosa en tanto que tendría que pagar impuestos y ajustar toda su actuación a la ley.
Como puede verse, lo que está en juego no es asunto menor. Se trata, ni más ni menos, que de mantener las condiciones en que se ha movido la economía durante casi tres décadas y profundizar la actual desigualdad en beneficio de pocos, o de empezar a revertir la situación: más de lo mismo o una reorientación que permita el crecimiento económico y una distribución de la riqueza menos injusta que la actual.
El PRI y el PAN, otra vez, juntan sus fuerzas para combatir al candidato de la izquierda, a quien consideran “un peligro para México”. De esta manera traen a la memoria colectiva episodios tan nefastos como el desafuero de López Obrador, quien era entonces jefe de gobierno de la ciudad de México, operación en la que el Poder Ejecutivo –entonces encabezado por el ahora peñista Vicente Fox– buscó sacar de la contienda presidencial al tabasqueño y para hacerlo contó con los diputados del PAN y con los del PRI, que según se dijo entonces en los corrillos de San Lázaro se embolsaron un millón de pesos por cabeza, cifra hasta ahora incomprobable, pues se les acusa de sinvergüenzas, no de idiotas.
Hoy que se repite la campaña excrementicia contra AMLO es inevitable recordar lo ocurrido hace seis años. Con la ilegal propaganda negra se trataba de ablandar a la sociedad mexicana para que aceptara el resultado electoral contrario a López Obrador, de quien se difundía la imagen diabólica de quien se proponía incendiar al país. La operación “Haiga sido como haiga sido” se consumó y lo demás lo sabemos todos.
Lo que ahora está por verse es si nuevamente la guerra de lodo y cosas peores tendrán éxito, si el IFE continuará volteando para otro lado mientras sigue el insultante derroche de la campaña priista y si, a fin de cuentas, la opinión pública aceptará un resultado dudoso. Hace seis años la falta de claridad y los manipuleos del IFE y el Trife dividieron a la sociedad mexicana, le ocasionaron una fractura de la que todavía no se repone.
Pretender que la historia se repita sin costos es una completa irresponsabilidad. Toda lucha por el poder suele ser feroz, aun cuando se disfrace con los ropajes de la civilidad, pero aun la mentira, el derroche y otros excesos deben tener límites. Si López Obrador pierde en buena lid, ya anunció que se irá a La Chingada, como se llama su finca tabasqueña. Pero si se repite la turbiedad de hace seis años, lo quiera o no el candidato de la izquierda, se echará a andar un movimiento que ya no quiere más trinquetes electorales, pero que sobre todo no está dispuesto a admitir que todo siga igual en México, sin oportunidades para los jóvenes ni compasión para los viejos. A ver si lo entienden los señores consejeros del IFE y se deciden a asumir cabalmente su responsabilidad.

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