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Silvestre Pacheco León

El pasante

(Parte décimo quinta)

*Las elecciones no tienen valor en sí mismas, su validez radica en que el elector pueda ejercer el sufragio en un clima de libertad,
Pero en el caso de nuestro estado el proceso electoral debería convertirse en el momento crucial de los cambios profundos de las instituciones del Estado, pero para que esos cambios signifiquen avance requieren el debate y la confrontación de ideas y propuestas. El cambio más importante será lograr la verdad sobre los jóvenes desaparecidos.

El balneario de Santa Fe

Junto con las obras que se realizaron con el apoyo de la Secretaría de la Presidencia, en Quechultenango los cambios en lo económico, social y cultural siguieron su ritmo.
La cabecera pronto cobró interés para el resto del municipio, tornándose en referente para lo que cada comunidad quería para su futuro.
En palabras del médico, Quechultenango tenía que jugar el efecto de contagio en la región para que su ejemplo se multiplicara.
Eso sucedió en la comunidad indígena de Santa Fe que se localiza entre medio del pueblo de Quechultenango y Colotlipa, cuyas tierras casi desérticas y pedregosas no daban ni siquiera para mal comer.
Algunas familias se mantenían de los jornales que pagaba el trapiche o la molienda de caña de la hacienda de San Carlos, fundada por el cacique de Chilapa allá por los años de 1600 y que se mantuvo funcionando hasta la década de los sesenta del siglo pasado.
A pesar de que la molienda se encontraba junto al río Azul, dentro de los terrenos fértiles que ocupaba el cultivo de la caña, pocos lugareños reparaban en el valioso recurso del río como atractivo natural.
La idea de aprovechar la belleza natural del río vino precisamente del médico, quien en su afán de conocer palmo a palmo el territorio de la región, llegó con un grupo de amigos hasta el lugar que los lugareños llamaban la poza del Remolino.
Se trataba de uno de los recodos del río formado por el lecho rocoso que desviaba la corriente hacia la izquierda en uno de los pocos terrenos planos de la cañada.
En ese movimiento un tanto brusco de la corriente del río que al desviarse creaba un remanso suave, se formaba una poza profunda de aguas azules bajo la sombra de un árbol de guamúchil cuyas ramas servían como trampolín para echarse clavados.
Después de algunas pláticas que el médico sostuvo con los lugareños que lo habían invitado a comer elotes, no faltó quien retomara la idea de aprovechar esa riqueza del río para beneficio de la comunidad.
Cuando en pocos días de aquella visita el médico recibió la comisión que encabezaba el comisario de Santa Fe solicitando el apoyo de herramienta y equipo del Centro de Bienestar para abrir la brecha que comunicaría al poblado con la poza del Remolino, los felicitó por la iniciativa.
Después, cuando le comunicaron que era acuerdo de su comunidad realizar el trabajo entre todos los habitantes, el médico les instruyó acerca de la organización de las brigadas de trabajo y de los varios frentes que podían abrir, siempre en coordinación con los técnicos que los apoyarían para el trazo del camino, de manera que cuando se regresaron a su comunidad iban cargados de marros, picos, palas, cuñas, carretillas.
El trabajo para abrir la brecha cuya pendiente es casi de noventa grados, desde el poblado hasta el lecho del río, estuvo terminado en pocas semanas, y fue el propio médico con un grupo de invitados de la capital quien estuvo a estrenarla en un día de campo que siempre recordaría con satisfacción.
Gracias a esa idea de aprovechar las bellezas naturales con fines de turismo y recreación que los habitantes de Santa Fe hicieron posible con su trabajo, desde 1960 cientos de visitantes pudieron disfrutar el paisaje del río Azul visto desde la loma de Santa Fe, donde desciende el tramo de carretera, empedrada luego por los lugareños para hacerla de tránsito permanente.
Mientras el visitante desciende al fondo del cañón se mira el río de aguas azules que discurre entre verdes sembradíos.
En realidad no se requirió mas apoyo que un poco de herramienta y despensas alimenticias para los jornales que los campesinos aportaron en la construcción del camino, recuerda el médico.
El impacto que tuvo ese balneario para el desarrollo de la comunidad fue tan notorio al paso de los años que el menos observador de los visitantes puede darse cuenta de ello con sólo ver a su alrededor las viviendas mejoradas que pasaron de ser, de bajareque las mejores, con techo de palma y paredes de “chinantli”, las más, a modernas y amplias construcciones de concreto que cuentan con muchos de los servicios básicos de una ciudad, como el agua a domicilio, luz eléctrica y alumbrado público, escuelas, desde el Jardín de Niños hasta una telesecundaria, así como el servicio de transporte.
Después las autoridades de Santa Fe crearon un fondo con los ingresos que reciben por el servicio del estacionamiento y del acceso de los paseantes al balneario, con lo que fueron dotando a la comunidad de los servicios púbicos como el agua potable y para la rehabilitación y mantenimiento de escuelas, calles y vialidades.
Junto al río las autoridades repartieron a cada familia un lugar para establecer sus enramadas donde ofrecen comida para los visitantes quienes se han convertido en los mejores clientes para el consumo de toda clase de alimentos característicos del medio rural: elotes, tamales, tortillas, calabaza, frijol, huevos; mangos, guamúchiles, nanches, tamarindos.
Todo lo armonioso y sustentable que se pueda pensar de un proyecto ecoturístico lo consiguió un promotor visionario, porque eso es hoy Santa Fe, mejorado con el tiempo con un lugar para acampar, un puente colgante y cabañas en renta para pasar la noche.
Algo similar ocurrió también al año siguiente con otro de los atractivos naturales y turísticos de la región que ha trascendido las fronteras nacionales, me refiero a las grutas de Juxtlahuaca, localizadas al sureste de la cabecera municipal, siempre siguiendo el trayecto de la cañada por la que discurre el río Azul, que para un grupo de excursionistas norteamericanos les mereció el calificativo de que son las más hermosas del mundo.
Lo curioso de este caso es que el médico se enteró de dichas grutas nada menos que a través de un reportaje que publicó la entonces famosa revista norteamericana LIFE, que tenía una versión en español.
En las fotos que contenía el reportaje reproduciendo el salón de la Catedral con su abigarrada muestra de estalactitas y estalagmitas aparece El Chivo sobrenombre del profesor Andrés Ortega, responsable de esas grutas.

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