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Basura, olor a orines y casas de campaña de turistas, en las playas Dominguillo y Tamarindos

Karla Galarce Sosa

Montones de basura, olor a orines y decenas de casas de campaña son el panorama que recibe a los visitantes que llegan a las playas Dominguillo y Tamarinos, donde los restaurantes lucen semivacíos, contrastando con las playas que están llenas de vendedores ambulantes.
“El flujo de bañistas es constante”, comentó el pescador Juan López, quien ofrecía pescados en la tradicional zona de venta frente a la tienda Comercial Mexicana, en playa Dominguillo, donde la extracción es con ayuda de una red conocida como chinchorro.
Además del tránsito vehicular -que a esa hora era lentísimo- se observaron grupos de bañistas que atravesaban la Costera para llegar a la playa, cargando consigo hieleras de unicel, de plástico o con ruedas, así como bolsas con botanas y frituras.
Las palapas, sombrillas de lona y toldos, fueron ocupadas después de las 10 de la mañana por los bañistas, quienes pagaron de 50 a 90 pesos por espacio para resguardarse del sol y sentir la brisa del mar, lejos del bullicio del tráfico y el calor del concreto. Otros llevaron consigo sombrillas multicolor y las enterraron donde había espacio libre. La mayoría muy cerca de la desembocadura del río de Aguas Blancas, que ahora acarrea aguas residuales de los Barrios Históricos.
A unos metros del restaurante El Chinchorro, donde sólo se observaron dos familias comiendo, había al menos ocho casas de campaña. Los barandales del paseo que rodea la plaza Guatemala, en el entronque de la Vía Rápida y la Costera, servían como tendedero de ropa de la familia que se instaló en una casa provisional hecha con sábanas como paredes, pero que tenía dentro un par de colchones.
Allí, también había indigentes dormidos sobre la banqueta, y en la desembocadura del río de Aguas Blancas se observó agua putrefacta estancada, aunque muy cerca de esa zona había turistas instalados bajo palapas y sombrillas.
En la playa desfilaban vendedores de quesadillas, de nieves, trenzadoras del cabello, vendedores de tatuajes de gena y de alpaca (que ofrecían como plata); también se escuchaba el bullicio de los niños que corrían para evitar ser atrapados por las olas, los gritos de quienes jugaban futbol o de quienes cantaban a gritos alguna canción que escuchaban a lo lejos.
El desfile de bikinis y trajes de baño completo en las jovencitas también fueron un atractivo para los caballeros que desde cualquier punto de la playa.
Otro desfile en la franja de arena era el de las mascotas, pues las familias llevaban a sus perros a nadar a la playa, a donde lanzaban pequeñas pelotas que algunos caninos alcanzaban, aunque otros sólo pasaban defecando.
Al tratarse de las playas donde existen escasas construcciones, pues sólo están tres restaurantes, los baños y casetas de venta de cerveza, los accesos a éstas eran abiertos a cualquiera que deseara entrar a ellas. Sin embargo se observaron montones de basura, residuos de comida y hasta escombros sobre las banquetas.
Los “viene viene”, dijeron que ningún camión recolector de basura se había llevado la basura de la mañana, pues los recorridos para llevársela eran de tres a cuatro veces por día.
En playa Dominguillo, los visitantes que se instalaron en las casas de campaña colgaron hamacas y sacaron bancos y sillas plegables. Un grupo de jóvenes comentó que llegaron con poco dinero de Morelos, de ahí que decidieran usar el “hotel Camarena”, donde dormirán dos noches más hasta el domingo que terminen las vacaciones.

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