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CARTAS (Toda una sociedad, a juicio)

ESTRICTAMENTE PERSONAL  

 

Raymundo Riva Palacio  

Los prisioneros en la cárcel regiomontana de Topochico deben estar muy contentos estos días. Desde que ingresó al penal la semana pasada Miguel Nazar Haro, el ex jefe de la policía política acusado de torturas y desapariciones forzosas, están comiendo muy bien. Ricas viandas han abrumado a los inquilinos del reclusorio, enviadas por algunas de las familias más pudientes de Monterrey, encabezadas por los Garza Sada. Están muy agradecidos por servicios prestados en el pasado, como cuando Nazar Haro detuvo a los integrantes de la Liga Comunista 23 de Septiembre que secuestraron y mataron al fundador del Grupo Monterrey, Bernardo Garza Sada, a principio de los 70. Los empresarios norteños no están solos. Hay un segmento muy poderoso de la sociedad mexicana que en Nazar Haro no ve al demonio, sino a una persona para la cual sólo tienen reconocimiento.

Nazar Haro se define como un hombre que sirvió a la nación. Y en efecto, el ex policía político fue más que eso. Guardián de la seguridad y la certidumbre de los pilares del Estado Mexicano, cobraba en la nómina del gobierno, pero su trabajo rebasaba los intereses puros de la administración. Cuidaba de la seguridad gubernamental, que incluía proteger los intereses en México de Estados Unidos –espiando a los países del bloque socialista–, y los de las élites dominantes de México. Cuando tenían problemas, o le secuestraban a un familiar, el gobierno siempre enviaba a Nazar Haro a resolverlos. Él mismo cuenta haber solucionado más de 90 casos de secuestros, fundamentalmente de empresarios. En algunos casos los encontraba vivos y hasta recuperaba recompensas; en otros encontraba a los culpables de sus muertes.

Al frente de la Dirección Federal de Seguridad y como fundador de la negativamente famosa Brigada Blanca, Nazar Haro representaba una garantía.

Llegó a la Dirección Federal de Seguridad a fines de los 50, donde fue escalando posiciones por méritos en el campo de batalla, en ese entonces el de la Guerra Fría. Su historia policial está salpicada de momentos cúspide, cuando se ve en retrospectiva. Junto con Fernando Gutiérrez Barrios, estos jóvenes agentes de entonces vigilaron los pormenores de la revolución cubana, espiando la casa de la bella Orquídea Pino, donde se reunían los conspiradores. Casi una década después le encargaron la integración de la Brigada Blanca, que organizó con elementos de la propia Federal de Seguridad y del Ejército, pero también con policías judiciales de varias entidades, particularmente del centro del país, a quienes agrupó como cuerpo civil bajo un mando civil en esa dependencia. Llegó en el gobierno de José López Portillo a la dirección de ese cuerpo, al cual revigorizó. Le impuso un mote, Tigre, y adquirió un tigre real para que sirviera de mascota. Renovó con agencias de inteligencia extranjeras viejas técnicas de intercepción telefónica, vigilancia y operaciones encubiertas, buscando una mayor profesionalización de sus cuadros. El tiempo de Nazar Haro en el gobierno se acercaba a su fin, como el de la propia corporación, finiquitada en el gobierno de Miguel de la Madrid. Es cierto que estaba bajo las órdenes del secretario de Gobernación y del Presidente de la República. Pero si bien se puede enmarcar el área de responsabilidades bajo esos mandos, no así los servicios prestados. Durante toda la existencia de la corporación, pero muy particularmente en los tiempos de Nazar Haro, parte más álgida de la llamada guerra sucia, los servicios prestados al gobierno estaban directamente relacionados con la defensa de los intereses de todo el establishment nacional. Nazar Haro no fue sólo un policía que sirvió al gobierno. En efecto, fue el policía del Estado Mexicano, que nunca, por cierto, se desprendería de él.

Cuando Carlos Salinas llegó a la Presidencia recuperó para su administración a varios de los policías que habían sido claves en los años previos. Nombró a Gutiérrez Barrios secretario de Gobernación, a Javier Coello Trejo, formado en la escuela del policía hoy preso como subprocurador general, y a Javier García Paniagua, que también había sido director de la Federal de Seguridad, lo envió a manejar la policía del Distrito Federal, bajo las órdenes del entonces regente Manuel Camacho quien, adicionalmente, llevó a Nazar Haro a dirigir la inteligencia capitalina. La indignación pública contra Nazar Haro los obligó a retirarlo de un cargo público, pero no dejó de estar cerca del gobierno. Informalmente participó por instrucciones de Salinas en investigaciones especiales, como las del PROCUP, a cuyos dirigentes llegaron por una investigación de la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal tras el asesinato de dos trabajadores de La Jornada. La relación de Nazar Haro con todos ellos era totalmente estrecha, y varios de ellos tenían vínculos muy poderosos en Los Pinos, por fuera de los canales oficiales. Tal era el caso de Coello Trejo, quien acordaba directamente en la Presidencia, a la que solía frecuentar en compañía de otra hechura de Nazar Haro, Guillermo González Calderoni, quien años después, convertido en narcotraficante e informante de la DEA, se dedicó a atacar públicamente a la familia Salinas.

En el gobierno de Ernesto Zedillo, Nazar Haro tenía ya una especie de concesión sobre la supervisión y control de la mayoría de las agencias privadas de seguridad, y los trámites para la portación de armas. Desde el sexenio de Salinas realizaba trabajos externos para el gobierno pero sobretodo para empresarios, algunas de cuyas firmas le concedieron a él y a Coello Trejo asuntos tan importantes como el cobro de facturas. Nazar Haro nunca dejó de servir, particularmente, desde el ámbito privado, al Estado Mexicano en su acepción más amplia. Sus relaciones fueron muy estrechas, además de los empresarios del país, con los jerarcas de la Iglesia, con los principales medios de comunicación, con los actores políticos centrales del momento, para quienes les trabajó, desde sus asuntos particulares, hasta los privados. La confianza depositada en él siempre fue enorme.

Por eso no extrañan los cuidados que le procuran en la cárcel de Topochico. De hecho, se puede argumentar que el juicio que se realizará contra él no será contra el ex policía político, sino que se pondrá en el banquillo de los acusados a toda una sociedad política que aplaudió por lo que hoy lo fustigan, y avaló todos sus métodos y acciones porque ellos les representaban una tranquilidad material y social. En su juicio también está cuestionándose al Estado Mexicano, al poder político, económico y social que nunca ha dejado de actuar en forma homogénea. No están apuntando desde el gobierno foxista al pasado, sino también al presente. Los poderosos de aquél entonces lo siguen siendo hoy. Quienes estuvieron agradecidos con él antaño, lo están en la actualidad. Actuar en su contra puede tener consecuencias que no se ven a simple vista. Es algo que al gobierno bien le valdría estar analizando.

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