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Raymundo Riva Palacio

PORTARRETRATO

* Colosio

El 6 de marzo de 1994, Luis Donaldo Colosio, parado frente al Monumento a la Revolución, dibujó al México que soñaba. Era el aniversario del PRI donde el candidato a la Presidencia trazó su horizonte. Fue un discurso donde muchos interpretaron que había roto con el entonces presidente Carlos Salinas, preámbulo ominoso de su violenta muerte 17 días después, que le regaló un salvoconducto para la Historia nacional en calidad de mártir, y una carta de identidad a la teoría del complot.
Pero aquél discurso donde muchos vieron ruptura con Salinas, deslinde con el viejo régimen y amenaza para el anquilosado PRI, fue un momento mucho menos importante del que la leyenda popular le ha acreditado. Tenía que ser importante, de retórica sonora, y con gran contenido para día tan especial. Pero también debía de tener ritmo y destino. La decisión estaba en el cuarto de guerra de Colosio, en una casa en la colonia Del Valle en la ciudad de México, donde se reunían sus cercanos.
En la mesa estaban quienes siempre discutían lo relevante. José Luis Soberanes, su estratega en jefe; Samuel Palma, su intelectual; Guillermo Hopkins, su amigo de la infancia. Estaba Marco Bernal, quien junto con el secretario de Gobernación real y en las sombras del salinismo, Patricio Chirinos, habían sido los responsables de la construcción de su candidatura, y quien hacía las minutas de cada una de esas reuniones, Javier Treviño, el encargado de los discursos. Hablaron de varios textos memorables, pero ninguno para lo que buscaban, en el contexto del levantamiento zapatista del 1 de enero, cuyo impacto se había devorado a la campaña presidencial de Colosio, que el de Martin Luther King inmortalizado como “He Tenido Un Sueño”.
King, el gran líder de los derechos civiles, lo pronunció en agosto de 1963 desde las escalinatas del Memorial de Lincoln en Washington. Fueron 17 minutos que cautivaron el imaginario estadunidense con un llamado a la igualdad racial y el fin a la discriminación. Aquél discurso, joya de la retórica de ese pastor que repetía “I Have A Dream” para trazar el horizonte soñado, era lo que querían para Colosio. Con el mismo tono, la idea fuerza era “Yo Veo Un México”, de indígenas, y campesinos, de trabajadores, jóvenes, mujeres y empresarios, un México de cambio, y de igualdad y mejores oportunidades, más justo y más libre. Enrique Krauze, el historiador, revisó el texto y le incorporó un párrafo sobre democratización política. Terminado en la víspera de pronunciarlo, lo envió a Los Pinos donde Salinas, de puño y letra, le añadió detalles sin quitarle palabras.
Colosio no hacía nada sin el aval de Salinas. No podía hacerlo. Era su hechura, su candidato, su apuesta por la vida política transexenal. Salinas lo tomó para formarlo desde que tras cursar la maestría en la Universidad de Pennsylvania y trabajar en Austria, su ex compañero del Tecnológico de Monterrey y muy cercano al entonces secretario de Programación, Rogelio Montemayor, los presentó. Salinas tuvo inmediata empatía con él de inmediato y lo promovió para diputado, para presidir la Comisión de Presupuesto. De ahí, lo hizo senador y presidente del PRI, cuando fue candidato presidencial, aunque la estrategia de campaña realmente la llevaban Manuel Camacho, desde la secretaría general del partido, o Chirinos, Bernal y a quien designaría Salinas como tutor de Colosio, Carlos Rojas.
Salinas utilizó a Colosio como instrumento que consolidara la concertacesión –un término acuñado por el columnista Francisco Cárdenas Cruz, con lo que definió el apoyo del PAN a las reformas salinistas a cambio de poder político. La primera prueba fue en Baja California, donde una cercana a Colosio, Margarita Ortega, perdió ante Ernesto Ruffo. Salinas, por vía de Chirinos y Bernal, le dijo que la victoria se le iba a reconocer al panista y que tenía que disciplinarse. Colosio no quería, pero los arietes de Salinas lo ignoraron y concretaron el primer triunfo a un partido de oposición en una gubernatura. Eso, le alegaron a Colosio, lo pintaría como un demócrata si reconocía la derrota. Y así lo hizo.
La derrota en Baja California fue una victoria de él como demócrata, como le habían dicho, y Salinas comenzó a encaminarlo hacia la candidatura presidencial. Lo envió a la recién creada Secretaría de Desarrollo Social –le construyó un lugar en el gabinete–, le ideó un proyecto –Solidaridad, inspirado en un modelo boliviano que conoció en Harvard–, y le colocó operadores –Rojas y el actual secretario de Administración de la UNAM, Enrique del Val. Solidaridad modificó el clientelismo priista y reorientó los recursos que antes daban los gobernadores, a ser manejados por los delegados de Sedesol, en el principio del fin del clientelismo tradicional. Colosio se convirtió en el realizador de sueños, como los suyos del 6 de marzo.
Para Salinas no había Plan B en la sucesión presidencial. El gran respeto lo tenía para Pedro Aspe, su secretario de Hacienda, y su amistad era con Camacho, quien olvidó la máxima monárquica que no se le hereda al hermano, sino al hijo. Colosio no era autónomo, como el resto de los miembros del gabinete, y mucho menos el más brillante, en un equipo donde abundaba esa especie. Pero era el más carismático y, casi como si fuera silogismo, quien mejor podría manejar. Ya lo había hecho Salinas en 1991 cuando pensó en reinventar el PRI en Solidaridad, después de la abrumadora victoria en las elecciones intermedias, pero con todo preparado, se arrepintió por temor a que no estuvieran tan maduras las condiciones para ese golpe de Estado palaciego al partido.
En todo caso, Colosio era en donde se reinventaría Salinas. El hombre a quien construyó como político y candidato, su heredero natural. Su asesinato dejó en la orfandad a un grupo de personas que aún hoy le siguen llorando por todo lo que perdieron en una sola noche. A Salinas y su familia los colocó en un túnel del cual no pueden terminar de salir. A los mexicanos les quitó la ingenuidad. Nadie sabe cómo habría sido Colosio como Presidente, y entre quienes lo conocen, tienen opiniones encontradas de la gestión de ese hombre que, en lo personal, era afable y cálido, parrandero y buen amigo. Lo que se tiene de él es un nicho, construido sobre su tragedia, no sobre sus méritos. Pero los mitos no necesitan de verdades, sino de verosimilitudes. Colosio, después de muerto, se apropió de ellas.

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