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Jesús Mendoza Zaragoza

¿Hacia dónde se orienta la crisis?

A las élites les está costando mucho reconocer la verdadera dimensión de la crisis política y social que emergió aquélla noche del 26 de septiembre en Iguala, cuando policías y sicarios juntos ejecutaron a unos, hirieron a otros y desaparecieron a 43 estudiantes de la Normal de Ayotzinapa. Había ya condiciones para que estallara esta crisis, desde hacía ya mucho tiempo y, como resultado, se generara una movilización nacional e internacional con demandas inmediatas unas, y de largo alcance otras. Dichas condiciones tienen que ver con la corrupción pública, con la desigualdad económica y con la descomposición social. Gobiernos, empresarios y sociedad, todos tuvimos que ver en la génesis y en el desarrollo de estas condiciones que llegaron a su momento crítico y han puesto a prueba a todos para dar respuestas adecuadas y darle una salida. Y las élites no se han dado cuenta de lo que está en juego.
Si observamos a la élite política, ansiosa del poder, de conservarlo o conquistarlo, ya está entretenida en los procesos electorales. Ese es su mundo, de él vive y para él vive. Todo lo ve desde esa perspectiva, la del poder. El dolor de la gente puede servirle para lucrar en sus campañas electorales ya cercanas. Y, ¿qué decir de las élites económicas? No han tenido capacidad para mirar más allá de sus negocios, y sufren cuando los negocios no les rinden jugosas ganancias.
¿Qué les pasa a éstas élites? ¿Por qué tan tibias y ambiguas? Tienen los recursos, como nadie más, para conocer la realidad del país, para hacer diagnósticos certeros y para diseñar respuestas con toda la parafernalia de las nuevas tecnologías. Tienen consultorías, tienen expertos en todo, tienen asesores y recursos institucionales para enterarse de lo que está pasando en el país, y las vemos tan distraídas, tan carentes de sentido común, de sensibilidad humana y social. Sus agendas son tan estrechas, que sólo atinan a incluir sus intereses.
La comprensión que las élites tienen de la crisis se palpa en sus respuestas timoratas a la misma. Estas respuestas se enfocan a modificar el funcionamiento de algunas instituciones, a generar algunos programas de contención de la crisis, a renovar el discurso desgastado sobre el tema de la seguridad, entre otras cosas. Para ellas la crisis es un problema de seguridad que se afronta con estrategias de seguridad. Se resisten a ver que hay una profunda crisis de derechos humanos que tiene una dimensión estructural. El sistema político no funciona para el bien del país, sino de su élite. El modelo económico sólo beneficia a los predilectos del régimen. No tienen la lucidez para plantearse que el país es mucho más que sus intereses y que si le va mal al país les va a ir mal a ellos. Por ejemplo, los empresarios de Acapulco no entienden que si le va mal a Acapulco, sus negocios no tienen futuro y por eso sólo pueden responder ante esta grave crisis con un “habla bien de Aca”.
Creo que la distancia que estas élites han puesto en su relación con el pueblo les impide reconocer la verdadera dimensión de la crisis en la que todos estamos metidos. Desde las alturas de privilegio en las que se han ubicado no es posible escuchar los clamores de las víctimas de la pobreza extrema, de la violencia y de la corrupción, ni ver el dolor que campea por todas partes. Las élites están encerradas en sus burbujas de bienestar, lo que les impide conocer la realidad tal cual es y se limitan a definirla desde una óptica de autoengaño. Se engañan a sí mismas al negarse a ver lo que hay en el pueblo: dolor, miedo, inconformidad y rabia, entre otras cosas. Desde sus zonas de confort, la realidad es mirada de manera distorsionada con la lente de sus estrechos intereses.
Así las cosas, ¿hacia dónde se perfila la crisis? Si las élites no cambian su actitud, están orillando al movimiento social que ha gritado en las calles a llegar a acciones violentas e incluso a un estallido armado. De suyo, ya hemos visto que el crimen organizado está contra el pueblo y que el gobierno hace otro tanto; sólo nos faltaría que el pueblo esté contra el pueblo por obra y gracia de la mano negra de las élites.
Hay que decir que las víctimas de la crisis son quienes tienen la posibilidad de comprender mejor el alcance de la misma y su verdadera dimensión. Y por eso han salido a las calles, porque ya no aguantan más y reconocen la necesidad de cambios profundos. Es una crisis en la que está de por medio la supervivencia de muchos, en la que se juega la vida o la muerte de familias, comunidades y pueblos enteros. Una crisis que ha tenido la virtud de darle un vuelco a la conciencia de mucha gente que ya no está dispuesta a aguantar más corrupción y más violencia.
Lo deseable es que no baje el fervor social que se ha desplegado con demandas muy precisas, como la presentación de los 42 normalistas vivos. Esta demanda es legítima y prioritaria. Hay que pensar en la demanda de la presentación de los más de 30 mil desaparecidos. Pero hay que demandar también nuevas condiciones políticas, económicas y sociales para que no haya un desparecido más que lamentar. Y esto sucederá sólo mediante una transformación social profunda y no con reformas de bajo calado. Es necesario proyectar demandas de más fondo y de largo alcance.
Pero, esto hace necesario un sujeto social con capacidades de convocación y de organización. La gran tarea que tenemos delante tendría que ser la construcción de este sujeto que le dé una vía pacífica a la crisis, la cual requiere un trabajo fino y paciente. No es fácil generar acuerdos amplios en la sociedad, pero si es posible. No es fácil sentar en una misma mesa a todos los actores sociales, pero es necesario para que nadie quede excluido. Ésta es una oportunidad para hacerlo, es más, es un imperativo moral si queremos que haya cambios profundos y pacíficos.
Tenemos que reconocer que la sociedad, como tal, sufre una grave descomposición que requiere ser atendida con toda la honestidad necesaria. En las actuales condiciones, la sociedad con toda la pluralidad de sus expresiones, no cuanta con los medios para la interlocución y para una incidencia política de fondo. Como estamos, todos fragmentados, cada quien en su burbuja, no tenemos futuro. No sabemos dialogar, no sabemos apreciar las diferencias, no sabemos incluir, no sabemos colaborar, no sabemos ponernos de acuerdo, no sabemos tender lazos ni construir puentes. Se necesita una cultura que muestra aprecio a la dignidad humana y una cultura del diálogo como camino para edificar una sociedad diferente en la que todos seamos incluidos.
De otra manera, las élites seguirán sosteniendo lo mismo de siempre y nosotros seguiremos con nuestros lamentos inútiles y nuestras luchas estériles.

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