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Jorge G. Castañeda

Un candidato ciudadano PAN-PRD para 2018

Hace unos días, el senador Mario Delgado del PRD renunció a ese partido y anunció que se incorporaba al partido de López Obrador, a saber, Morena. Si no fuera por la personalidad y la representatividad de Delgado, se trataría de una deserción más en detrimento del PRD o de una conquista más por parte de Andrés Manuel López Obrador sin mayor consecuencia. Pero en el seno de la izquierda mexicana todo es más complicado.
Conociendo bien a Mario Delgado, y menos bien, pero en alguna medida su relación con Marcelo Ebrard, parece difícil imaginar que Delgado hubiera tomado una decisión de este tipo sin por lo menos el visto bueno de su ex jefe en el gobierno del Distrito Federal; incluso se puede especular que esta decisión fue tomada al alimón. De ser así, a nadie le sorprendería que dentro de algún tiempo, más temprano que tarde, el propio Ebrard tome una determinación semejante.
Todo esto se inscribe en el contexto del proceso de socavar o desfondar al electorado y a los cuadros del PRD que se propuso Andrés Manuel desde hace un par de años, y que hasta ahora le ha funcionado. Quisiera ser muy claro: creo que el PRD y Jesús Ortega, Jesús Zambrano, Carlos Navarrete y Graco Ramírez tienen razón en el largo plazo, y que López Obrador se equivoca de cabo a rabo. Pero en el corto y mediano plazo parece difícil negar que la jugada le está saliendo mejor al pejismo que al perredismo moderado.
Ahora bien, si las cosas siguen por este mismo camino, tanto dentro del PRD como en el seno del PAN, como con los palos de ciego del gobierno de Peña Nieto, lo más probable es que Morena rebase al PRD en porcentaje de la votación en julio de este año, no sólo en el Distrito Federal sino en el país en su conjunto, y que el PRD se vuelva la cuarta fuerza electoral del país, aunque no necesariamente la más débil en materia de escaños en la Cámara de Diputados o en la Asamblea del DF, o en las delegaciones de la capital. De suceder eso, Navarrete et al se enfrentrarían a una situación sui géneris para 2018, a la vez plagada de enormes peligros y de grandes oportunidades.
Poca duda puede haber de que López Obrador será candidato en 2018 si la salud le da. El PRI tendrá obviamente su candidato, ya veremos cuál es; Morena tendrá a Andrés Manuel; y entonces la única variable, el único comodín en la baraja, se halla en las candidaturas del PAN y del PRD. Pueden ser dos: Madero o Margarita Zavala, o sepa Dios quién por parte del PAN, evidentemente condenados a la derrota en esas circunstancias. Del PRD, abundan los candidatos, pero escasean los votos; ni el mejor –Miguel Ángel Mancera– sacaría más de un 10 o 12 por ciento frente a López Obrador; los peores sacarían mucho menos. La respuesta a este dilema del PRD –no lo es del PAN que está acostumbrado a perder y no le molesta mayormente– yace en una ecuación muy sencilla, una candidatura común PAN-PRD puede darle la pelea tanto a López Obrador como al PRI. Si además sumara al enorme porcentaje de votantes independientes, tendría posibilidades de ganar en una contienda entre tres. La única condición: que dicho candidato –o candidata– no sea ni del PRD ni del PAN, pero inevitablemente más afín al PAN que al PRD porque la correlación de fuerzas seguirá siendo más o menos del dos a uno. Hay muchos y muchas. Para encontrarlos o encontrarlas, sólo hay que buscarlos o buscarlas.

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