Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

José Gómez Sandoval

POZOLE VERDE

*Luis Zapata entre sombras, espejos  y sueños

(2 y última)

Como sombras y sueños

Tan largo y firme ha sido el paso literario de Luis Zapato que hasta cuando está deprimido florece y escribe. Como sombras y sueños es la historia de un escritor en ciernes en permanente depresión. Luis inventa a un narrador, que tal vez es él mismo, quien a su vez inventa a un personaje que tal vez es él mismo. Escribe Luis que “Orlando Barreto escribe: Si le pongo a ese joven Orlando Barreto, entonces estaría asumiendo que, al menos en parte, soy yo, y en muchos momentos traicionaré su biografía estricta, ya sea porque la memoria me niegue el acceso a algunas verdades, a algunas veredas, ya sea porque caiga yo, caiga él, en la tentación de ficcionalizar los sucesos y sentimientos que ha vivido, que he vivido, porque a fin de cuentas, y no lo digo yo, cada reconstrucción que hacemos de nuestro pasado lo modifica, cada verbalización que hacemos de un suceso lo adultera, le roba algo de su realidad y le da como si dijéramos otra, hasta que ya no queda nada de ese acontecimiento, de ese recuerdo, no lo digo yo, lo dicen los que sí saben, pero si no le pongo a ese joven Orlando Barreto, estaré afirmando que no tiene nada qué ver conmigo, y entonces esto ya va a ser un enredoso enredijo, porque de por sí lo real y lo vivido se va falseando cuando es contado, cuánta mayor falsedad no habrá en la falseada narración de lo que no es verdadero”.
Ya en este párrafo están los datos fundamentales, la estructura narrativa y el espíritu neurótico de la novela. También, el poder disque subrepticio de la escritura, que da energía y sentido al contristado Orlando. Terapia, juego y salvación, la escritura repite frases, ideas, recuerdos, pocas veces otea más allá de sí misma sin regresar a la casa de espejos regidos por las enfermedades (“la depresión es un infierno, un invierno: un infernal invierno”), el tiempo y la muerte (“reina de todas las angustias”). Abundan las aliteraciones, los retruécanos, las anáforas. Cuando nos preguntamos si Luis no repitiendo cosas, el narrador explica: “El deprimido vive en la confusión, por decirlo de alguna manera, y por decirlo de alguna manera, su cerebro es bombardeado por informaciones inútiles, oscuras, repetitivas”. Así, el narrador no sólo se repite a sí mismo, su lenguaje también nos instala en su frecuencia espejeante y radioactiva. Casi al final, cuando el lector ya ha sentido que el narrador (o los narradores) y el personaje (o los personajes) dan más vueltas alrededor de sí mismos que una serpiente mítica, Luis aclara que “la imagen de la serpiente que se muerde la cola no resulta exacta, porque hay en ese arquetipo… un mínimo de dinamismo, un mínimo de movilidad”. No acepta el círculo, “pues el tiempo de la depresión no es circular”, y manifiesta que “Quizás una línea lo traduciría mejor: una línea gruesa, pesada, oscura, oscurísima, que se prolonga indefinidamente…”
Línea oscura como la propia depresión, en espiral o no, la novela se relaja y enriquece con la aparición de Adler y muchos otros estudiosos del alma humana a los que Yolando (es decir, Orlando) Barreto ha leído para ilustrar sus obsesiones, casi al modo en que ocurre en El beso de la mujer araña, de Manuel Puig (que dispone apuntes clínicos fuera del relato). William Styron relató su sujeción a los barbitúricos en Esa visible oscuridad: memorias desde la locura, un texto que los enfermos le agradecen más que los lectores de novelas. Susan Sontag reseñó las metáforas del cáncer y la tuberculosis (Las metáforas de la enfermedad). En Como sombras y sueños, Luis Zapata agota las metáforas de la depresión y reafirma la victoria de la escritura.
La novela empieza así:
Orlando Barreto escribe:
Escribo
Doscientos páginas de miedos, obsesiones y circunloquios después, justamente al final de la novela, leemos:
Orlando Barreto escribe:
Escribo
Pero ya no es igual. Si tras la leyenda inicial se desprende alguna sugerencia suicida, en la segunda Orlando Barreto ya ha escrito la novela que deseaba escribir, para su autocomprensión, entretenimiento y liberación: gracias a su escritura, con Orlando Barreto se salva Luis Zapata y, gracias a su escritura, con Luis Zapata los lectores terminamos sintiéndonos mucho mejor. La novela se cierra como un círculo perfecto, que en nuestro caso viene siendo una espiral… en reposo.

En honor a la amistad

Es un gusto recibir en Chilpancingo a Luis Zapata públicamente, más cuando en dos o tres ocasiones nos ha dejado plantados: la primera fue hace 35 años, cuando apareció El vampiro de la colonia Roma, y aun después de que recibiera el Premio estatal al Mérito Literario Juan Ruiz de Alarcón, creo que por temor a que antes de recibirlo como hijo pródigo le fueran a gritar vampiro o joto. En honor a la amistad, sentenciada por un rotundo “no me puedes fallar”, de inmediato acepté la invitación de Luis para que presentara, junto a Victoria Enríquez, Como sombras y sueños. Acepté con gusto a pesar de que la presentación se realizaría en esta histórica y singular casona que perteneció al ingeniero Manuel Mesa Andraca, hoy absurda y neciamente denominada Museo José Juárez.

Cuando la moderadora Gela Manzano se llevó más aplausos que el presentado

El texto anterior fue leído por el autor de esta columna el 18 de diciembre pasado en la casona que fue del ingeniero Manuel Meza Andraca, ubicada en Zapata 21, hoy denominada Museo José Juárez, durante la presentación de la más reciente novela de Luis Zapata. Lo leí después de Victoria. Tras mi participación, Luis leería parte de su obra y luego atendería preguntas del público. El programa fue interrumpido por la conductora del mismo, María de los Ángeles Manzano, directora del Museo, a quien inexplicablemente molestó la última frase de mi texto, eso de que la histórica y singular casona que perteneció al ingeniero Manuel Mesa Andraca hoy “absurda y neciamente” lleva el nombre de José Juárez. Aunque necesaria, la frase se pasa de simple. Hubiera sido descortés con Luis Zapata y con los que asistieron a la presentación de su novela si hubiera repetido lo que publiqué en dos pozoleras páginas de El Sur: en el primero (que escribí por sugerencia de varios chilpancingueños) señalo la posible existencia de una cláusula testamentaria en la que el ingeniero Meza destina la edificación de Zapata 21 como centro cultural al servicio de los chilpancingueños; en el segundo planteo lo absurdo de que la Casa no llevara el nombre de Manuel Meza Andraca, como debe llevarlo, sino el de un mero intermediario de la citada herencia patrimonial, un tal José Juárez.
Por cierto que la publicación del primer artículo tuvo el efecto de destapacaños. El testamento de Meza había sido leído muchos años antes, pero sólo ahora el intermediario dejó de hacerse el desentendido. Ya sabía que para él la propiedad de la casona era causa perdida: se la peleaban algunos Andraca, los descendientes de Dolores Olmedo, y podía quedársele hasta al Instituto Nacional de Antropología e Historia. Unos días después de la publicación, los periódicos publicaron una fotografía en que el alcalde Mario Moreno Arcos (en su primera gestión) y José Juárez se dan la mano, luego de acordar que la casona de Meza Andraca iba a ser instituida y administrada como casa de cultura por el Ayuntamiento capitalino.
Menos iba a recordar, en la presentación de la novela de Zapata, que, a semanas de la difusión de la foto y del acuerdo entre el Ayuntamiento y Juárez, resultó que siempre no, que después de la foto Juárez dejó a Mario Moreno con la mano extendida, que de la casa se iba a encargar la Universidad Autónoma de Guerrero. Juárez no desmintió lo que los chilpancingueños sabíamos y yo escribí, y menos aún se deslindó del runrún de que para aplicar la obligada cesión de la casona el pintor ponía varias condiciones, ora sí que por lo bajito. Entre ellas, el señor José Juárez recibiría 40 mil pesos mensuales y tendría derecho a nombrar al director (es decir: a la directora). Con el tiempo se sabría que José Juárez se había inscrito en la Unidad de Filosofía y Letras de la UAG, donde se sospecha que fue aprobado en varias materias sin haber asistido a clases y sin presentar examen. Una de sus maestras se negó a aprobar a tan ególatra y desvergonzado personaje, a pesar de que el propio director de la Unidad se lo exigió. En la neblina de la negociación, su valiente y solitario testimonio reafirma la percepción de que, como vulgar mercader, la rectoría de la Universidad Autónoma de Guerrero compró robado.
Ora bien: en Historia de la casa de Zapata 21 (que puede leerse en internet), José Juárez asegura que la casa era “la tentación de parientes y sobrinos principalmente”, por lo cual en 1972 Meza Andraca lo nombró heredero universal, con su principal sobrino Juan Sánchez Andraca fungiendo como albacea. Con Juan de albacea, la casa –dice– siguió producto (sic) de codicia y saqueos” y días antes de su muerte, para evitarme problemas, (Meza Andraca) decidió hacerme (sic) una compra venta simbólica y de esta forma me convierto en el propietario definitivamente en 1985”.
Si el suelo está tan parejo, si es dueño legítimo de la casa, ¿por qué no enseñó desde el principio el testamento de Meza? Si es el propietario legítimo, ¿por qué no enseñó el documento correspondiente, y dejábamos de saltar? Pero nada dice Juárez sobre la supuesta cláusula testamentaria en que el ingeniero habría dejado la casa al servicio de la cultura. Así, resulta que la casa fue concedida al mejor postor, que así ninguneó a la dirección cultural universitaria.
En menos de que lo cuento, la directora del Museo y moderadora, María de los Angeles Manzano Añorve, ya había mandado formar a su lado a los trabajadores que dirige y tras dar explicaciones que nadie había pedido, pidió un aplauso para ellos, que tanto se esforzaban para mantener a flote el Museo. La profesora Magdalena Vázquez, pariente, por el lado de los Añorve, de la moderadora (y, al último, estrella del programa), ya había pedido, en nombre (“creo que hablo por todas”) de las damas que integran el Patronato de Cultura de Chilpancingo, aplausos y más aplausos para Gela, procreando el ánimo rotundo y condenatorio de las antiguos mítines priístas. La Manzano aseguró que a ese lugar había asistido todo tipo de gente, que ahí se habían presentado pintores y escritores “de todas las corrientes” políticas. Se le olvidó que la difusión de los eventos y el trato que se ha dado a los personajes que algo han tenido que hacer ahí, han sido repasados por la vara política. A la presentación del poemario de Florencio Salazar, ex secretario de Agricultura, ex embajador de México en Colombia, asistió el rector Javier Saldaña Almazán, y fue difundida en vivo a través de Radio UAG, y al otro día en la prensa escrita. Lo mismo ocurrió con la presentación de un libro sobre caballos de Isaías Alanís, cónyuge de la directora, uno de los frecuentes eventos al que ha asistido Beatriz Mojica Morga desde que renunció a la Secretaría de Desarrollo Social para contender como precandidata a la gubernatura del estado de Guerrero por el PRD y quien en el Museo, de parte de la directora, ha recibido más elogios y apoyo a su candidatura que Pedro en su casa. En la presentación del poemario de Salazar, Gela pedía permiso en términos cortesanos al rector para hablar; en la presentación de la novela de Zapata, no dudó en interrumpir el programa y menos en constituirse la estrella indiscutible del programa.
A la presentación de la novela de Luis Zapata, el autor de El vampiro de la colonia Roma, asistimos sus amigos, algunos de sus parientes, integrantes del Patronato de Cultura (varias de las cuales se niegan a ser grupo de choque) y uno que otro lector enamorado de la literatura de Zapata que quién sabe cómo se enteró de que Luis iba a estar en Chilpancingo, puesto que la Universidad, antes que anunciarla, silenció la presentación del libro de este chilpancingueño ilustre y chingón, como cuando El vampiro de la colonia Roma conmocionaba a las buenas conciencias y era boicoteado –como afirma José Joaquín Blanco– hasta por la propia editorial que lo publicó.
Los especialistas del INAH dejaron la vieja casona como una piel curtida. De un lugar familiar y cálido, hicieron un espacio más aséptico y frío que un Vips, en el que si algo falta es el espíritu del ingeniero Manuel Meza Andraca.
Gela Manzano reveló que el rector “me tomó la palabra” y que cuando recibió la casona ésta ya traía etiquetado el nombre de José Juárez. A mediogritos, manifestó que no vayamos a creer que por estar ahí le pagan buen dinero, que en otros lados le estaría yendo mejor y que sin ella, sin Gela Manzano Añorve, “esto (la casona) sería una bodega”. Para esto, ya había trascendido que Gela, la directora del museo, “que tanto ha luchado por este lugar”, andaba buscando la forma de que la casona fuera administrada por un fideicomiso, para evitar –con eso de que los rectores suelen ser caprichosos y pueden alocarse de repente–, la casona de Meza Andraca “se convierta en bodega”.
La maestra Magdalena Vásquez pidió otra tanda de aplausos para Gela, y otra más. Sólo después se acordaría la moderadora que estábamos en la presentación de la novela de Luis Zapata, y por fin pudimos escucharlo.

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