Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Humberto Musacchio

Ebrard, Mancera, el metro y Aliyev

La actuación de Miguel Ángel Mancera, como la de todo funcionario público, está y debe estar sujeta a escrutinio público. La crítica de los gobernantes es un derecho ciudadano en las sociedades democráticas y un ejercicio que contribuye a afianzar las libertades de que gozamos.
Vale señalar lo anterior porque la actuación de Mancera tiene, y seguramente no dejará de tener, flancos criticables. El principal de ellos tal vez sea una excesiva complacencia frente a su antecesor en la jefatura de gobierno, Marcelo Ebrard Casaubón, quien debería estar sujeto a una amplia, cuidadosa y severa investigación judicial.
Son dos por lo menos las herencias malditas que recibió Mancera de Ebrard. Una, el costo desproporcionado de la línea 12 del metro, que superó en cincuenta por ciento el presupuesto inicial, sin que obra tan costosa esté funcionando en su totalidad; y dos, el absurdo conflicto suscitado por el dinero que le entregó el gobierno de Azerbaiyán a Ebrard, a cambio de colocar una estatua del finado dictador Heydar Aliyev en un lugar público de la ciudad de México.
El desastre de la línea 12 ocupa todos los días amplios espacios en los diarios y seguramente le quita el sueño a Joel Ortega, director del metro, a quien se quiere culpar por el desastre que heredó y al que ha hecho frente con una determinación muy plausible. La costosísima obra tiene decenas de kilómetros inútiles por diversos motivos, entre otros, que la flota de trenes no es la adecuada y se recomienda sustituirla, lo que costará una millonada, pues se trata de 30 convoyes que hasta donde entendemos hoy están operando bajo un contrato de alquiler que habría que cancelar.
El otro asunto es el referente a la estatua de Aliyev. El gobierno de Ebrard recibió de Azerbaiyán una cantidad nunca aclarada de dinero que andaba entre sesenta y 90 millones de pesos. Una parte fue destinada (10 millones según la embajada azerí) al remozamiento de la plaza de Tlaxcoaque y otra a la creación de un parque de la Amistad México-Azerí, parque que le robaría cierta extensión a Chapultepec y serviría para colocar la estatua del señor Aliyev, como si para los capitalinos tamaño carnicero fuera un prócer.
El dinero aportado por los azeríes se puso en un fideicomiso, pues de esa manera resultaba inauditable. Al llegar Mancera al gobierno del Distrito Federal se enfrentó a una fuerte reacción pública que exigió retirar la estatua del tiranuelo, lo que efectivamente se hizo en espera de una solución definitiva. Esta habría de consistir, o eso se creyó, en dotar a la representación diplomática azerí de un inmueble que le serviría de sede (el embajador no es residente, sino concurrente), con el cual se pagaría lo aportado por Azerbaiyán y ahí, en el jardín, ya convertido en territorio diplomático de ese país, podrían poner la estatua del dictador a la vista del público, pero sin responsabilidad para el gobierno capitalino.
Pero inesperadamente surgió oposición en el poder Legislativo y ahora el trámite está detenido, pese a que la solución puesta en práctica parecía la idónea y, en todo caso, lo censurable es que entre los funcionarios del gobierno del DF no se haya procedido con la necesaria discreción, pues era un caso delicado. En fin, lo esperable es que la oposición entienda que el asunto de Azerbaiyán es algo que debe resolverse y que la autoridad judicial proceda a deslindar responsabilidades en el caso de la línea 12. ¿Tocarán a Ebrard?

468 ad