Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Silvestre Pacheco León

RE-CUENTOS

¡Esta señora me engañó!

Se llama Jenny Cortés, pero como es muy gordita, en la brigada de la Sedesol sus compañeros de trabajo en vez de llamarla Jenny, como es su nombre, le decían: “Jenni-ta” como si fuera de cariño, pero ella ni se inmutaba, al contrario, pronto conquistó el respeto de los demás porque, aparte de comedida, nunca sabía decir no, cuando se trataba de hacerle un encargo.
Con toda y su gordura la Jenny se fue a la Montaña para aplicar la encuesta que el programa de Oportunidades había diseñado a favor de las mujeres solas.
Desde la primera vez que salió, las cosas de Jenny ocupaban casi toda la cajuela o batea del vehículo, porque siempre atendió la recomendación de que para el viaje se imaginara el peor escenario.
Llevaba petate y cobijas, un botiquín de medicamentos y suficiente comida enlatada, sin faltar el garrafón de agua. Todo eso lo compartía con quien necesitara, aunque no le devolvieran el favor.
Cuando llegaban a las comunidades, era la inmensa humanidad de Jenny en lo primero que reparaban los indígenas, pero no porque se la quisieran comer, a pesar de lo apetitosa que parecía, sino porque consideraban imposible que pudiera caminar fuera de la carretera sin caerse, y menos llegar a los pueblos alejados, y luego a las casas de la punta del cerro y del fondo de la barranca.
–Si nos vamos despacio y me dan tantito tiempo, llegó hasta donde ustedes pueden, les decía convencida.
A poco de conocerla y de verla caminar sus compañeros comenzaron a tenerle admiración, porque además de que cumplía escrupulosamente con la meta en la aplicación de las encuestas, ella mantenía su peso y sus formas de siempre, a pesar de las intensas y sudorosas jornadas de sol y de escasez de comida. Ella conservaba su redondez y sus cachetes lucían como una manzana madura.
Entre las poblaciones a censar, casa por casa, como era la filosofía del programa a fin de que ninguna mujer necesitada se quedara sin el apoyo oficial, Jenny visitó las comunidades de Malinaltepec, Cochoapa, Metlatónoc y Copanatoyac.
Llegaba de regreso a Chilpancingo y entregaba sus encuestas de inmediato para ingresarlas al sistema que la computadora calificaba, deduciendo por el tipo de respuestas si eran acreedoras o no a los beneficios del programa.
Fue en Tlalixtaquilla que recuerda por su jardín y plaza municipal bien cuidados y limpios que la Jenny tuvo una mala experiencia.
Había censado a la señora que vivía cerca del jardín, en una casa amplia y bien construida, que supuestamente era de su hermana emigrada a los Estados Unidos.
–Yo le cuido la casa a mi hermana, para ahorrarme la renta, y trabajo ayudando en la cocina comunitaria. Mi marido es un borracho desobligado que nos dejó y sólo a veces me manda unos 500 pesos para el gasto de sus hijos, decía compungida la mujer.
–Oiga, y ¿quién vive en frente de la casa de su hermana?, me han dicho que es una maestra pero no la he podido encontrar, le preguntaba la Jenny.
–Ahh sí, es una maestra, pero ella llega tarde de trabajar.
–Oiga, y ¿de quién es esa tienda que está en seguida, y por qué estará cerrada?
–Es de la misma maestra.
–Bueno, ya vine dos veces a buscarla y no la encuentro, ni modo, se va a quedar sin censar porque nunca está, dijo la Jenny despidiéndose.
Pero como no se sentía a gusto dejando sin entrevistar a la persona que nunca encontraba, decidió regresar por la tarde.
De regreso en busca de la maestra a Jenny se le ocurrió llegar por el lado contrario de la calle porque era más corto el camino.
Jenny se alegró al mirar que la casa de la maestra estaba abierta y también la tienda de junto donde se veía un hombre descamisado, moreno, chaparro y regordete descansando en una silla.
En cuanto el hombre reparó en la presencia de Jenny, se levantó con una agilidad pasmosa, metió la silla corriendo y se encerró dentro de la tienda.
Sorprendida, la Jenny se pasó de largo hasta la puerta de la vivienda donde se suponía que vivía la maestra, de donde salió nada menos que la señora censada horas antes.
Entonces Jenny comprendió todo:
La señora que había contado la historia de abandono que sufría, en realidad era la maestra quien al saber del programa y los beneficios que ofrecía quiso aprovecharlos sin merecerlo, y para ello decidió cerrar su casa y su tienda fingiendo que vivía enfrente.
El hombre descamisado y regordete era su marido que trabajaba como encargado de la tienda.
Todo lo anterior estaba Jenny tratando de comprender en su cabeza cuando la mujer se lo aclaró con el regaño inmisericorde al marido.
–¡Pendejo que eres, te dije que te escondieras de la gorda y para el caso que me hiciste!, Le gritaba la maestra enardecida.
Cuando Jenny regresó sobre sus pasos hasta la Comisaría donde la brigada de Oportunidades habían instalado su oficina, buscó entre el legajo de documentos y extrajo la encuesta de la maestra, la puso al reverso y escribió con grandes letras descargando su furia: ¡Esta señora me engañó!
¡Apá, te buscan los de la AFI!

Como se recordará, la Agencia Federal de Investigación, mejor conocida entre los campesino como la AFI, fue creada en el gobierno de Vicente Fox para combatir el narcotráfico.
En la sierra de Guerrero esa corporación policiaca se hizo temible porque el gobierno federal la utilizó para combatir el cultivo de enervantes.
Durante el proceso electoral de 2003 para renovar la cámara de diputados, las brigadas del Instituto Federal Electoral, mejor conocido entre la población como el IFE, recurrían las comunidades de la sierra para localizar y capacitar a los ciudadanos  para funcionarios de casilla
Un día muy de mañana los capacitadores del INE llegaron a una comunidad de San Miguel Totolapan y en cuanto localizaron el domicilio que buscaban se presentaron preguntando por don Crispín.
Quien los atendió fue un niño que resultó ser hijo del ciudadano insaculado.
–Buenos días, niño, ¿está tu papá?
–Sí, sí está pero anda allá abajo en el río.
–¿Lo puedes llamar, por favor? Dile que lo buscan los del IFE.
Diligente el niño salió corriendo de su casa buscando a su papá.
–¡Apá, lo buscan los de la AFI!
Don Crispín en vez de venir de presto al llamado, le respondió con otro grito
–¿La AFI?, pero acaban de venir.
–Pus no sé si la AFI o la IFE, pero traen chalecos.
El campesino no esperó mas y corrió en sentido contrario para esconderse entre el monte.

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