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Eduardo Pérez Haro

Se adentra el devenir de un año incierto

Para Sara Ramos Cruz

México se adentra al devenir del presente año en un cruce de fuerzas encontradas que provocarán fuertes turbulencias económicas y políticas, sin saber a ciencia cierta que será sólo una sacudida pasajera.
Por ahora, nadie puede asegurar que no estalle una crisis política que suponga cambios de mayor envergadura en la gobernación, a la par de un severo deterioro en la economía en el que sean arrastrados importantes segmentos del empresariado y clases medias hasta ahora no afectadas.
Hay también quienes puedan suponer que nuestro país tiene mucha “tela de dónde cortar”, que el pueblo de México aguanta todo y que no habrá de pasar más nada que un deterioro “natural” del orden social e institucional, pero que el año cruzará a su segundo semestre con el afianzamiento de la partidocracia, y el PRI con el camino allanado para 2018.
Empero, no estamos ante la falsa disyuntiva del “vaso medio lleno o medio vacío”, como lo podría advertir la Chimoltrufia, que como puede decir una cosa puede decir otra.
El mundo salió del auge globalizador que tuvo a la cabeza a Japón, Estados Unidos y Alemania entre fines de los 70 y hasta el inicio del presente siglo. Se abrió la crisis financiera-fiscal y económica de 2007-2008 en los Estados Unidos que se convirtió en una crisis de repercusión mundial que pudo evitar su traducción en una depresión sistémica por el brío de la emergencia asiática, encabezada por China, principalmente, y la India que pudieron mantener la demanda y dar curso a la reproducción de importantes volúmenes del capital mundial.
No obstante, la fuerza de la crisis económica de los países desarrollados ha terminado por abatir la dinámica de los países emergentes sin que los primeros hayan terminado de afianzar las bases de su recuperación, pues tanto Japón como la Unión Europea se tambalean constantemente entre el estancamiento y la recesión, mientras que los signos de recuperación de la economía norteamericana todavía son insuficientes para asegurar una nueva fase expansiva.
Estamos entrando a una nueva etapa de complicaciones que puede convertirse en una recaída, sí, efectivamente, en una nueva crisis económico financiera de carácter mundial, pues detrás de la debilidad de los países más importantes del mundo desarrollado se han debilitado países como Rusia y Brasil al lado de la disminución de la dinámica económica de China y la India, lo que significa que se tienen menos dispositivos que los que se tuvieron en el pasado inmediato (2007-2014).
La reciente dificultad marcada por la caída de los precios de los hidrocarburos no es asunto menor para nadie, ni será cosa de un momento. Se trata de una “guerra” decisiva que se enfrenta en el espacio económico del mundo energético, pero que tiene implicaciones inmediatas en el mercado de dinero, así en el financiero, y por qué habría de quedar exenta la economía de la producción y el comercio de bienes y servicios.
En este contexto, México lo tiene complicado por doble cuenta, pues carece de bases estructurales para enfrentar una nueva crisis o una recaída de la misma crisis internacional que no ha sido superada, pues no sólo se inscribe en las dificultades de esta nueva y difícil etapa, sino que lo hace en medio de una crisis institucional, por llamar así a la inconformidad y la protesta que ha denunciado la impunidad gubernamental asociada al crimen organizado, la violación sistemática y expandida de los derechos humanos en la mayor parte del territorio nacional.
Y la corrupción como divisa de la burocracia, encabezada por el presidente de la República quien no cesa de sorprendernos día a día no sólo con la ostentosidad de sus fortunas inexplicables sino con la evidencia de favores a cambio de favores con empresarios que hacen su agosto con las administraciones de gobierno que encabeza. Un asunto que pudo realizarse sin mayor dificultad en el ámbito de una entidad federativa, pero que no ha podido ocultarse en el plano nacional y ahora es denunciado desde los más importantes medios de comunicación internacional, como el Wall Street Journal o la prestigiada revista inglesa The Economist.
Las presiones que le significan el adverso entorno económico cifrado por la guerra energética, y la reanimación mostrada por el movimiento estudiantil popular detonado por la desaparición forzada de los estudiantes de Ayotzinapa que han vuelto a las calles de la ciudad de México con una marcha que se desplegó desde los cuatro puntos cardinales de la periferia hasta el zócalo, le representan al régimen de gobierno del presidente Enrique Peña Nieto un muy complicado escenario para sacar a flote su gobierno, su barco está torpedeado y no exento de un naufragio.
En ausencia de un plan B y atado por sus compromisos con los poderes fácticos, como suele referirse a los dueños del poder económico y político de dentro y fuera del gobierno, legales e ilegales, el Presidente finge serenidad y divina paciencia o se auto-convence de que esto es natural, que no es culpa de él porque no es ni el PRI ni él como supremo, quienes pueden decidir sobre los precios del petróleo, ni es él quien ha desaparecido a los estudiantes o quien se haya batido a fuego abierto con la delincuencia, y que ya definido que el camino de las reformas estructurales y con la realización de las próximas elecciones, le regresará la confianza perdida y vendrá la legitimidad nunca antes obtenida con lo que no sólo sorteará la “tormenta perfecta” sino que irá a la renovación-refrendo de poderes en este 2015 y con ello en 2018.
Suena escalofriante, pero no crea que es un invento imaginarlo postrado en esa determinación por increíble o aberrante que parezca, la prueba es que no hay señales de ninguna otra disposición, hay quienes piensan o exigen, entre ellos corifeos y cúpulas empresariales, que lo que se precisa es un golpe de fuerza para acallar y poner orden, pero no reparan en los costos que ello le puede significar en el ámbito internacional y de cara a la elecciones. No lo vemos por ahora pero uno nunca sabe.
Los tiempos han cambiado para el Presidente que se encuentra en el nivel más bajo de aceptación en la historia reciente de los presidentes de México, su descrédito ya no le permitió ir y tomar el micrófono en el foro mundial económico de Davos en el que hace un año quiso sorprender a la burocracia empresarial y financiera del mundo, dibujando un México controlado y sin violencia, reformado y listo para “administrar la abundancia”. Ahora, antes de concluir el primer mes del año los pronósticos de crecimiento económico, ya de por sí redefinidos respecto de aquellas cifras del Plan Nacional de Financiamiento para el Desarrollo que se ubicaban por encima del 4.0 por ciento, se bajó del 3.7 por ciento definido por la SHCP a 3.5 por ciento el Banco de México, después a 3.4 la ONU, a 3.3 por ciento el Banco Mundial hasta llegar al 3.2 en la estimación de la CEPAL y el FMI.
Las elecciones se llevarán a cabo; nadie, con excepción del estado de Guerrero está en la idea de impedirlas por más falsas o artificiosas que sean, pero no parecen ser el factor para devolverle confianza o darle legitimidad, ni al régimen ni a las elecciones mismas. El asunto no está en si suceden ni siquiera en quién va a ganar sino en la calidad del proceso que significan.
El INE y algunos predicadores se movieron y se mueven con la ya quemada idea de la transición democrática que se forjó bajo el supuesto de que las elecciones serían ahora controladas por el poder ciudadano cristalizado en el IFE-INE y que su realidad estaría dada por la alternancia, pero el sueño se esfumó al paso de los días y los años, las elecciones han regresado al descrédito incluso ahora mayor al que tenían bajo la égida del corporativismo.
2016 y 2012 no han sido procesos ni limpios ni aceptados por más que se han realizados y se han contabilizado, las representaciones de chapulines no resuelven la representación, la clase política, hoy más que en muchas décadas, está distante y desprestigiada, su agenda de renovación de poderes no es la agenda del movimiento social y las elecciones ya no le interesan a buena parte de la sociedad. Las elecciones se llevarán a cabo, pero su bajo perfil y calidad representativa ahondarán en el deterioro de la democracia institucional y será la extensión y alcance del movimiento social quien retome la estafeta de la democratización que, en sus manos es práctica y no discurso por cuanto se libra en forma abierta y masiva.
El Presidente y su régimen no serán exorcizados por el INE y la Secretaría de Gobernación, mucho menos por los desacreditados e impugnados partidos políticos de la corruptocracia. La democracia no tiene su punto de apoyo y avance en las elecciones, sino en la participación social y su alcance de traducirse en un nuevo pacto social que es lo que esencialmente brilla por su ausencia y que es la base de una nueva institucionalidad, pero ello depende de las fuerzas en conflicto, que son las de la sociedad y el gobierno, por principio de cuentas.
Ambas fuerzas tiene una gran responsabilidad de saberse reconocer como los actores que son y establecer comunicación, estructurar un diálogo abierto y una negociación puntual y ordenada para destrabar y enfrentar la adversidad que es de todos. Está a prueba no sólo la valentía sino el talento y la altura de miras para alcanzar a ver a la nación toda y el horizonte que exige más de cada quién.

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