Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Silvestre Pacheco León

RE-CUENTOS

¡Orale, órale, no seas aprovechado!

Si se quisiera una rápida descripción de Susanita, diríamos que era una muchacha intrépida, aficionada al campismo; atraída por todas las cosas del mundo rural.
Pepe era todo lo contrario de Susanita, citadino y enemigo de todo lo que tiene que ver con la vida en el campo, pero les unía una gran amistad, a prueba de todo.
Un día que Susanita invitó a Pepe a vivir la experiencia de acampar, el argumento de peso que utilizó su amigo para negarse fue que no tenía equipo ni dinero.
–Eso no es problema, le respondió Susanita. Te presto una tienda de campaña y mañana salimos temprano para ir a las grutas de Juxtlahuaca. Por el pasaje no te preocupes. Nomás vente lo más cómodo que puedas.
Al otro día Pepe sorprendió a Susanita porque se apareció a las puertas de su casa arrastrando su maleta de rueditas, vestido como se anda en la ciudad, y calzando unos zapatos como si lo hubieran invitado a una fiesta.
–Te dije que vinieras lo más cómodo, dijo Susanita riéndose por la fachas de su amigo.
Luego le dio a cargar la tienda de campaña que le había ofrecido y se dirigieron prestos hasta la carretera.
En ése lugar el sorprendido fue Pepe cuando Susanita le comunicó que pedirían un aventón para viajar, y más cuando sin mucho esperar se paró junto a ellos una camioneta que atendió su petición.
De aventón llegaron los dos amigos hasta la entrada de la gruta. El paso siguiente consistía en levantar sus tiendas de campaña en un campo desolado para el disfrute de ellos dos.
Susanita orientó pacientemente a su amigo instruyéndolo paso por paso para que pudiera armar la tienda de campaña.
–Primero imagina en tu cabeza cómo se verá levantada la tienda y así podrás tener idea por dónde empezar, le explicó Susanita.
Todo el proceso de levantar las tiendas de campaña tuvo un final feliz porque las dos quedaron levantadas aún antes de que llegara la noche. La única nota discordante la dio Pepe cuando quiso estrenar la tienda de campaña, porque en cuanto se acostó emitió un grito de susto y dolor.
La causa que provocó el grito fue una rama de espinas que Pepe olvidó retirar. En cuanto sintió el piquete en las asentaderas creyó que se trataba de una alacrán, pero fue más el susto que el dolor.
Después de que Susanita le explicó a Pepe que antes de instalar la tienda debe revisarse y limpiarse el terreno, éste dio por olvidado el incidente.
La primera noche fue una prueba difícil para Pepe, durmiendo sólo en la tienda, envuelto en la profunda oscuridad del campo.
A la mañana siguiente, apenas amaneció, Susanita ya estaba despierta y lista para vivir las experiencias del nuevo día.
Todo comenzó bien desde la mañana, cuando menos entre risas porque Susanita no pudo contener la carcajada cuando miró aparecer a Pepe fuera de la tienda calzando pantuflas, con su cepillo de dientes en la mano, un espejo pequeño, su peine y la brillantina. Preguntaba inocente dónde podía lavarse la cara y cepillarse los dientes.
Pero todo eso fue lo de menos en aquella experiencia de campismo porque lo mejor ocurrió cuando entraron a la gruta guiados por el famoso Chivo, como le decían a don Andrés Ortega, el encargado de los recorridos.
El Chivo iba adelante alumbrando el camino con su lámpara de gas; después lo seguía Susanita y al último iba Pepe caminando trabajosamente, cuidando de no caerse porque con la escasa luz de la lámpara sólo intuía la forma del terreno húmedo y resbaladizo al interior de la gruta.
En uno de los tramos difíciles del camino Pepe extendió la mano para apoyarse en el hombro de Susanita quien, bromista como era, en cuanto sintió la mano de su compañero en el hombro protestó:
–¡Órale, órale, no seas aprovechado!
Rápidamente Pepe retiró la mano del hombro de su compañera; se mantuvo serio y callado. No hablaba para nada, y cada vez se quedaba más rezagado en la oscuridad, del camino.
Cuando por fin salieron de la gruta Pepe siguió con su mutismo, y así se fue a dormir.
Fue hasta el otro día cuando Pepe tomó la iniciativa y le dijo a su compañera que quería hablar seriamente con ella.
–Yo jamás me aprovecharía de ti, anoche te agarré el hombro porque me iba a caer, no por otra cosa. Como iba atrás de ustedes no veía ni madres. Si tu entendiste otra cosa es tu bronca.
En refuerzo de su aclaración Pepe mostró a Susanita ambas rodillas raspadas y lastimadas por los golpes que sufrió en la oscuridad.
–¡Baboso! Mira nada más. Eso te pasa por sentidito, porque bien pudiste decirme que no veías el camino.

El panbimbal

Era una de esas familias que abundan en Zihuatanejo cuyos padres llegaron jóvenes al puerto, se casaron y tuvieron hijos que nacieron costeños.
Sin darse cuenta de esas consecuencias los hijos crecen y se van haciendo zancas en su modo de hablar costeño.
Cuando los padres reparan en ello, a veces resulta que también se cuentan entre los contagiados por el pegajoso hablar que tienen los de la costa, dando lugar a las anécdotas más diversas, como la que vivió la familia que les cuento.
Iban de paseo en unas vacaciones de verano, y salieron de Zihuatanejo dispuestos a conocer las grutas de Juxtlahuaca en el circuito del río Azul, en la región centro del estado.
Con tal de que su marido no se durmiera en el volante la esposa quiso hacerle plática cuando recorrían la angosta carretera de Petaquillas a Tepechicotlán.
Le comentó que en su último viaje al puerto de Lázaro Cárdenas allá en la costa, pasando el puente de la presa José María Morelos, un tráiler de la empresa Bimbo se había colapsado por lo mojado del pavimento.
“Vieras de ver”, todo el “panbimbal” tirado en la carretera.
Escandalizado por el modo de hablar de su esposa el marido la reconvino.
–Cuando menos evita hablar así delante de los niños para que no se les pegue mucho el modo costeño. Cómo es eso del “panbimbal”. Sólo los costeños hablan así.
La señora aceptó apenada la observación de su marido y en seguida corrigió frente a los niños:
–Quise decir que con el accidente las bolsas del pan bimbo se salieron del carro y quedaron regadas en la carretera.
Después hablaron sobre otras cosas mientras pasaban el pueblo de Tepechicotlán. Cuando se acercaban a Mochitlán el llano lucía los verdes maizales que en esa época están madurando.
Como la milpa crece junto a la carretera, a la niña menor le llamó la atención ver las matas de maíz alineadas y parejas, cargadas todas de elotes, así que entusiasmada gritó para hacer partícipes a sus papás de aquel descubrimiento:
–¿Viste papi? los elotaaales!

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