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Jesús Mendoza Zaragoza

Crisis humanitaria y banalización del dolor

Más allá de la crisis política y social que atraviesa a nuestro país, tenemos que hablar de una crisis humanitaria que necesita ser reconocida en su real dimensión para ser atendida como tal. De hecho, hay una tendencia a la superficialidad, cuando de analizar los problemas que aturden a la sociedad se trata. Y no sólo eso, los análisis son tan parciales que no atinamos a dimensionar las cosas que nos pasan. Parece que no llegamos aún a reconocer el alcance de la crisis que emergió en la tragedia de Iguala, ya hace más de cuatro meses, y parece que no le reconocemos la relevancia que tiene. Esto es riesgoso porque muestra irresponsabilidad de todos los actores, sociales, económicos y políticos, sobre todo. Disimular o evadir la crisis en su verdadera dimensión no es sano y, tarde o temprano, pagamos un precio muy alto.
Una nación que se desarrolla bajo los parámetros de la industrialización, y agitada por los embates de la globalización que distribuye sus efectos positivos hacia los países desarrollados y los negativos hacia los que seguimos cargando el peso del subdesarrollo, está mostrando un rostro adolorido. Si bien, el capitalismo genera beneficios para los países ricos, al mismo tiempo muestra su peor rostro hacia el mundo de los pobres. Y nuestro país está a merced del mercado internacional que no sabe de distribución de la riqueza y sí sabe de la distribución de sus residuos perniciosos como la corrupción, la violencia, la pobreza extrema y el deterioro del medio ambiente.
Desde hace muchos años tuvimos que haber atendido los factores que han producido la violencia e inseguridad que hoy padecemos y que ha sido el detonante principal de la crisis, pero no el único. Detrás de la crisis está una economía excluyente que todo lo comercializa, la tierra, el agua y los recursos naturales, entre otras cosas. Es más, convierte a las personas en mercancías. Eso hace el neoliberalismo en sus dos facetas, la empresarial y la de los cárteles. Genera hombres y mujeres convertidos en mercancías con un precio, intercambiables o dese-chables. Detrás de la crisis hay, también, un sistema político perverso que corrompe todo lo que toca. No sabe de dignidad ni de honestidad, ni sabe de verdad ni de justicia.
Pero tenemos que reconocer también la grave crisis humanitaria que está en el fondo de nuestro México, que afecta a hombres y mujeres de carne y hueso, con derechos conculcados y dolencias arraigadas desde hace tiempo. Contamos aquí a las decenas de miles de desaparecidos, de ejecutados, de desplazados y demás, víctimas directas e indirectas de la violencia. Contamos también a los millones de mexicanos que viven en situación de pobreza extrema, es decir, con hambre y mil penurias. Incluimos también a miles de jóvenes atrapados por las adicciones que se convierten en verdaderas piltrafas humanas, pero también a los pueblos indígenas que viven secularmente abandonados a su suerte.
Hay un inmenso dolor amontonado en grandes segmentos de la sociedad, que se ha ido transformando en inconformidad, en miedo, en rabia, en desconfianza y en hartazgo. Hay un grave deterioro humano en el país, que afecta a todos y disminuye nuestras capacidades para vivir con dignidad. Paradójicamente, en la era de los derechos humanos, el sentido de lo humano y la sensibilidad ante la dignidad de las personas están a la baja. Nos hemos acomodado a lo infrahumano de la corrupción, de la impunidad, del abuso de los poderosos, de la miseria atroz, de la injusticia institucionalizada. En fin, nos estamos deshumanizando.
A nuestros gobiernos les importan más las cifras macroeconómicas que las personas que lidian con el sufrimiento cotidiano, les interesa más la productividad que las condiciones de miseria de los pueblos indígenas. Son insensibles ante la humanidad herida de los ciudadanos. No saben escuchar ni quieren oír los clamores de la gente, ni toman en serio la opinión de los pobres. La clase política no tiene el menor pudor para seguir su propia ruta electoral como si no hubiera crisis. Sólo visualiza votos y más votos. Es más, aprovechan la crisis humanitaria para lucrar con ella para sacar ventajas electorales. La inhumanidad tiene atrapado al sistema político, que ha banalizado el dolor de la gente. Pareciera que los políticos fueran una especie de máquinas programadas para conquistar o mantener el poder a cualquier costo. Pareciera que han castrado su propia humanidad y se han constreñido a vivir para el poder volviéndose inhumanos. Para eso han ejercitado habilidades específicas como la mentira, la simulación, el abuso, la manipulación y otras, que los incapacitan para la compasión y el servicio.
Y mientras, el pueblo se resigna a vivir en la orfandad, sin protección alguna, sin esperanza y sin referentes que le ayuden a mejorar sus condiciones de vida. Enajenado por el dolor, por la pobreza, por las malas artes de la televisión, sólo aspira a sobrevivir. Y por otro lado, un segmento del pueblo que se ha atrevido a levantarse movido por la indignación recurre a su rabia para cambiar las cosas, con el riesgo de quedar frustrado porque no recurre a la inteligencia y a la reserva de amor que aún existe en la sociedad. Y en este momento en el que el inhumano gobierno se endurece, estamos ante el riesgo mayor de la polarización que puede llevarnos a enfrentarnos los unos contra los otros, haciendo el juego a los cárteles y a sus cómplices en el gobierno.
La crisis más profunda y de mayor riesgo es la crisis de humanidad, pues toca el sustrato de la sociedad y nos afecta a todos. Las personas estamos quebrantadas por tanta inhumanidad y necesitamos recuperarnos como tales, necesitamos sanar las dolencias mayores, sobre todo la del miedo, la rabia y la indiferencia. Nece-sitamos recuperar la familia como un espacio de humanidad y necesitamos enriquecer los espacios comunitarios como formas terapéuticas que nos ayuden a ser mejores personas. La sociedad necesita ser humanizada para estar sana y fuerte. Y ¿qué decir de la inhumanidad de las instituciones públicas que tienen la práctica de banalizar a las personas?
Atendiendo la crisis humanitaria en todo su espesor, podemos estar en condiciones de atender la crisis política y social. No se trata sólo de quitar a unos políticos para poner a otros en el gobierno. Se trata de hacer un camino en el que los ciudadanos y las ciudadanas, como personas que pensamos, amamos, imaginamos y construimos, nos demos a la tarea de reconstruir a México sobre otras bases que sean afines a la dignidad humana, donde el ciudadano y la ciudadana ya no sean consumidores, mercancías, clientes políticos, sino personas capaces de pensar y de amar. Pues, ¿de dónde más van a salir los políticos que necesitamos? Los que tenemos no vienen de Marte. Hay que humanizar todo, humanizar la política, humanizar la lucha social, humanizar la empresa, humanizar los medios, humanizarnos nosotros mismos.

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