Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Anituy Rebolledo Ayerdi

Acapulco, música y poesía

Para Alejandra Fraustro, directora del Instituto Guerrerense de la Cultura, haciendo votos porque pronto se cristalice el proyecto gubernamental para dotar al puerto de un museo. El museo de Acapulco que reúna su historia y todas sus expresiones culturales. Ójala, dijeran en mi tierra

La marcha Acapulco

Acapulqueños de por lo menos dos generaciones desconocen la existencia de una marcha llamada Acapulco y por tanto no han escuchado jamás sus notas vibrantes. Comprensible porque tal música dejó de escucharse en escuelas y actos oficiales hará cosa de 40 años. Y, bueno, porque no existen registros fonográficos de ella.
Habla Walter Luckhaus Escudero, autor de la marcha Acapulco: “Soy hijo de Arturo Luckhaus, alemán de origen pero nacionalizado mexicano, y de Carlota Escudero y Espronceda, de San Luis Potosí. Mi tío Francisco Escudero, padre de los mártires Juan Francisco y Felipe, mis primos, solía visitarnos en la ciudad de México luego de un penoso viaje desde Acapulco”.
“Yo era entonces un niño que se extasiaba con las narraciones del tío Francisco sobre la naturaleza salvaje del puerto, su mar de olas enormes, su fauna terrestre y marina y, en fin, su gente buena. Fue así como empecé a amar al puerto creciendo mis deseos por conocerlo. Para acercarme a él empecé a presumir mi sangre guerrerense, por mi abuela de Tecpan de Galeana y por mis tíos y primos acapulqueños.
“El día tan esperado llega finalmente. Apenas anunciada en 1927 la apertura de la carretera México-Acapulco, un grupo de jóvenes bohemios emprendemos la aventura hacia el puerto desconocido. No viajamos en un auto del año sino en una carcacha “lujuriosa”, siempre deseosa de empujones. La ruta la cubrimos en tres días completos y mil peripecias. Todo sacrificio habrá valido la pena: el espectáculo de la hermosa bahía de Acapulco, vista desde lo alto, me emociona hasta las lágrimas. Tuve que simular una basurita en el ojo para no ser víctima de las burlas de mis compañeros de viaje”.
“Cierto día –continúa su narración Walter L. Escudero–, contemplando en Pie de la Cuesta un maravilloso crepúsculo (de esos que solamente se dan en Acapulco), brotó en mi alma la chispa de la inspiración y empezaron a conformarse en mi mente los compases de la marcha Acapulco, hasta formalizar la partitura que hoy se toca en el puerto. Es mi legado de gratitud y admiración a la tierra que más amo”:

Acapulco, quien te ha visto
jamás te podrá olvidar

Un himno local

La primera instrumentación de la marcha Acapulco la hace el maestro Isauro Polanco y él mismo la estrena al frente de la Banda de Música de los trabajadores de Mar y Tierra, CROM, durante un desfile de 16 de septiembre de 1928. A partir de entonces, sus acordes formidables se convierten en santo y seña de los acapulqueños. Grandes y chicos vibran con ellos henchidos de orgullo por saberse “dueños del paraíso”.
Un año más tarde, la escuela Felipe Carrillo Puerto adopta la marcha Acapulco como su himno oficial, hermanándolo con el Nacional Mexicano en las ceremonias de la institución. En el fondo, el director de la célebre institución, maestro Felipe Valle, lo estará oponiendo a la Marcha Real (himno nacional de España), cantada aquí por los peninsulares en sus escuelas y centros de reunión. La tonada se adaptará más tarde a un canto religioso decembrino, ese que dice: “somos cristianos, somos guadalupanos, no hay nada que temer… ¡guerra, guerra contra Lucifer!”.
Padre de Leonel Polanco, inimitable primera voz de los Tres Caballeros (Cantoral y Correa), y hasta su muerte solista de terciopelo, don Chalo fue el alma musical del Acapulco en la tercera década del siglo XX. Su violín o su guitarra resultaban indispensables para el gallo en la ventana de la mujer amada, desgranando las de cajón: Estrellita, Alborada y A la orilla de un palmar. Presto, también, para animar las tertulias familiares con Pompas ricas, Las bicicletas, Amor chiquito e incluso el danzón Acapulco, nacido de quién sabe qué inspiración en el famoso Salón México de la ciudad de México.
Orquesta femenil

Acapulco ya había tenido mucho tiempo atrás el gran lujo de una orquesta femenil, bien afinada y de muy buen ver sus ejecutantes. La integraban damas acapulqueñas con estudios musicales y la dirigía don Gumersindo Limones, del barrio de El Rincón (La Playa). Don Gume era platero, como se llamaba aquí a los orfebres, cuya afición por la música lo había llevado a fundar la Sociedad de Thalia y parte de ella el grupo musical. Lo auxiliaba el veracruzano Diódoro Batalla Leonis, quien ostentaba el poco grato expediente de “desterrado”, por ser una piedra en la bota de don Porfirio. Y es que Batalla se había anticipado al señor Madero con sus acciones y proclamas para echar del poder al viejo sátrapa. (¿Acapulco como una Siberia caliente?).
Forman parte de aquel conjunto Clementina Torres, Julia Payne e Isabel Lacunza, violinistas las tres, en tanto que Emilia Billings tocaba la flauta. El contrabajo lo cargaban pesadamente entre Elisa, Amalia y Eloína Batani y lo tocaban, por supuesto. Habrá cuatro pianistas: Otilia Liquidano, María Bello, Sofía Dickman y Angela Lobato. El chelo Clementina Carranza y el clarinete Benita H. Luz.

Clementina Batalla

Clementina Torres y el “desterrado” Diódoro Batalla se enamoran, se casan y procrean una hermosa niña. La acapulqueña Clementina Batalla será mucho más tarde una mujer fuera de serie. Desafiará las normas morales de la época titulándose maestra y abogada para convertirse en una valiente luchadora liberal. Contrae matrimonio con el abogado Narciso Bassols, un político notable, defensor del laicismo y de la educación socialista.
Bassols ocupará sucesivamente las secretarías de Hacienda, Gobernación y Educación Pública y la embajada de México en la URSS. Clementina renunciará a cualquier protagonismo personal. Asumirá con orgullo su rol de esposa de un gran hombre, marchando siempre a su lado. Cuando este muera, Clementina, con 70 años, volverá a la vida pública como presidenta de la Unión de Mujeres Mexicanas y su gran triunfo será el Primer Congreso Interamericano de Mujeres en Chile.

Don Gume, alcalde

Para cerrar esta experiencia en torno a don Gume Limones, digamos que el acapulqueño formó parte en 1933 de un triunvirato sucesivo al frente de la presidencia municipal de Acapulco. Estuvo entre otros dos esclarecidos ciudadanos, don Alberto Escobar y don Rosendo Pintos Lacunza, pero se irá pronto a su casa. “Lo mío son la orfebrería y la música y no esta chingadera donde todos quieren sacar raja”, confesará un día bajando la escalinata del palacio municipal. Ya no volverá.

La Orquesta Minerva

La marcha Acapulco se cantará en el Colegio del Estado, instrumentada por el maestro Moisés Guevara, y en Acapulco en las escuelas primarias Altamirano y Morelos puesta por el maestro de música Mauricio Güicho González, incluida la Secundaria Federal Uno. La generación de este escribidor la cantó.
La estafeta de don Chalo la toma don Alberto Escobar (tío de Arturo, el cronista de sociales del siglo XX acapulqueño), quien para entonces ya dirigirá su propia orquesta llamada Minerva. La integraban músicos de la dispersa banda militar del general revolucionario Silvestre Mariscal, de la que él mismo había formado parte. Don Beto ameniza los famosos bailes de la plazoleta de La Quebrada, organizados por la crema y nata de la sociedad acapulqueña. La Minerva, además, hará las veces de banda militar en ceremonias cívicas y desfiles y banda taurina en las corridas de toros de la plaza Caletilla. Abría y cerraba sus actuaciones precisamente con la marcha Acapulco.
Hizo lo propio la Banda Municipal de Acapulco creada por el acalde Israel Hernández Ramos (1972-74), con personal del Departamento de Limpia, dirigido por Luis Cruz. Casi todos los músicos procedían de la región de La Montaña donde, presumían ellos mismos, hasta el pueblo más “pinchurriento” tenía su “chile frito”. Su director, don Artemio Méndez Cruz, hizo un arreglo formidable de la pieza de Walter L. Escudero. También, de ejecución obligatoria al principio y fin de las ceremonias.

La marcha Acapulco

Allá en el lejano horizonte
donde brilla el ardiente Sol,
canta su eterna sinfonía
un azul y esplendoroso mar

Gallardas las verdes palmeras
con la brisa riman su canción,
mientras viene del mar el oleaje
murmurando una oración

Acapulco
con tu azul y brillante mar
son tus palmas
emblemas de un divino ensueño tropical

Comarca de dulces fragancias
donde Díos puso un sello de amor,
en ambiente de noches plateadas
y entrañables aromas de flor

Acapulco
con tus playas y tu cielo
quiero soñar,
quien te ha visto
jamás te podrá olvidar.

Pensando en ti

La orquesta de Alfonso El Pelón Riestra alternó largas temporadas en el Ciro’s del hotel Casablanca con la del estadunidense Everet Hoaglan, autor del exitoso concepto “música suave, luces tenues”. Una de aquellas noches, el contrabajista de la orquesta mexicana, Alfonso Torres, pide a sus compañeros una opinión sobre la canción que acaba de componer en su cuarto. Se llama Pensado en ti.

Pensé que este nuevo cariño
podría de mi mente alejarte
calmando mi dolor,
pero estas caricias extrañas me matan,
no son tus labios, no son tus besos.

Me estrechan dos brazos ajenos
y cierro mis ojos pensando en ti,
nomás en ti,
y siento tu alma muy junto a la mía
vivo pensando en ti… nomás en ti.

Hay aplausos y vaticinios de un futuro trancazo musical. Y lo fue
Pensando en ti triunfó en la voz potente y expresiva de Fernando Rosas Solís, de San Jerónimo El Grande (tío de David Sotelo Rosas, salud doc), imprescindible en su repertorio de toda la vida.
Allá mismo, en San Jerome, la madre del cantante, doña Irene Solís, solía presumir con la de este escribidor, Toña Ayerdi, la superioridad artística de su retoño frente al tenor del momento.
– ¡Cuando mi Fernando canta, Toñita, Pedro Vargas no sabe dónde esconderse, el negro cabrón!

[email protected]

468 ad