Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Fueron policías de Iguala con permiso de militares quienes se llevaron al joven identificado en una fosa, dice su hermana

*El Ejército no los auxilió, “como si ellos ya supieran lo que iba a pasar”, dice al relatar cómo secuestraron y asesinaron a golpes a su familiar, después de pasar por un retén militar

Alejandro Guerrero

Iguala

Fueron policías de Iguala, con conocimiento de militares, quienes levantaron el 2 de abril de 2013 a Carlos Sánchez Fernández, quien fue el primer identificado por los peritos y antropólogos de la Procuraduría General de la República (PGR) de entre los 45 cuerpos que han sido exhumados en fosas clandestinas de Iguala, reveló ayer un familiar que atestiguo los hechos.
Según la testigo, familiar de la víctima y quien pidió el anonimato por el miedo que aún hay en la familia, ella y tres familiares más fueron interceptados por policías cerca del retén de la Loma de los Coyotes cuando llevaban a su hermano al hospital de Iguala; más adelante, hubo militares que se dieron cuenta de los hechos y permitieron que se los llevaran.
Esperanza, como le llamaré, concede dar su testimonio de lo que vivió el 2 de abril de 2013, las ojeras de sus ojos hablan de su cansancio, y sus lágrimas ya no brotan al platicar de la pesadilla que vivió durante 13 días.
A uno de sus familiares, Carlos, de 36 años y de oficio taquero, dos jóvenes de entre 15 y 16 años intentaron levantarlo en su casa en la cabecera municipal de Teloloapan; ese 2 de abril, cerca de las 7 de la noche cuando estaba con su familia; se resistió pero le dispararon dos balazos, uno en el pecho del lado izquierdo y otro en la pierna derecha.
Luego de la huida de los delincuentes, llevaron a Carlos al hospital básico comunitario de Teloloapan donde lo recibieron, pero por la gravedad de sus lesiones intentaron llevarlo a una clínica privada de Teloloapan, donde no lo aceptaron, de todo esto tuvo conocimiento el Ejército.
Narró que ante la negativa de una orden de traslado del nosocomio “por órdenes que recibieron los directivos”, sacaron a Carlos del hospital en un vehículo particular que les prestaron para trasladarlo al hospital de Iguala, “ninguna autoridad, ni el Ejército nos quiso dar seguridad, como si ellos ya supieran lo que iba a pasar”, describe.
Ella, frota sus manos sin cesar al platicar del hecho que recuerda “como si fuera ayer”, sentada a la sombra de un árbol, donde recuerda con detalle lo que vivió.
Dice que entre las 10 y las 10:30 de la noche de ese martes, al llegar a la entrada a Iguala, cerca de Loma de Coyotes les echaron de frente una luz que los lampareó y por eso chocaron con una camioneta de la policía que se les atravesó en el camino, sólo unos metros antes de un retén en el que, dice, había militares.
En el carro iban cuatro pasajeros, a los que iban bien los esposaron y los cambiaron para otro carro, ella dice que vio a agentes de la PGR y militares, aunque este retén de Loma de Coyotes era controlado por policías municipales de Iguala.
Los llevaron en un vehículo unos ochos minutos por un camino de terracería, y cuando se detuvieron vio un carro grande de militares, “uno grande y otro pequeño”, así como policías vestidos de azul.
“Nos cambiaron a un carro de lujo y nos dijeron que el herido iba para el hospital, pero también lo subieron al mismo carro, mi idea era que íbamos al hospital”, recuerda.
Nuevamente avanzaron por un camino de terracería hasta llegar a una casa de seguridad donde los metieron, y la gente que iba ahí sólo se alumbraba con la luz de los teléfonos celulares, “yo estoy consciente de que todo el tiempo estuvimos aquí en Iguala (…) cuando llegamos ahí es cuando me cayó el veinte de que ya te cargo la pistola”.
Menciona que en la misma casa había más personas, estima que unas 30 que también estaban retenidas, algunos hasta ocho meses.
Recuerda que a su familiar herido lo empezaron a golpear preguntándole de varias personas, “preguntaban por La Beba, por las Diablas, gente de la que se oye, pero que no conocíamos”.
“A él lo mataron a golpes pero con unos chicotes huevotes, porque le jaló el arma al que lo estaba golpeando y le dijo, ‘jálale güey, porque si me dejas vivo vengo y acabo con toda tu familia’, cuando le tomaron el pulso ya había muerto de los golpes, y todavía lo levantaron y le quebraron el cuello”.
Dijo que Carlos, murió a las 11:46 de esa misma noche y como a la media hora lo sacaron en una bolsa verde, tipo militar, de los llamados sleeping.
Esperanza recuerda que su familiar sólo llevaba vendadas sus heridas, aunque cuando su cuerpo fue hallado en una fosa del paraje La Laguna fue encontrado con una bata médica y un catéter, que cree que le pusieron antes de llevarlo a sepultar.
Dice que durante 13 días estuvo plagiada y que fue liberada un sábado, junto con otros 20 o 25 secuestrados en un terreno usado como basurero en este municipio, a unos cinco kilómetros del Periférico Sur. Pero entre los liberados no iba otro de sus familiares que también fue levantado y que hasta ayer no había sido localizado.
Recordó que mientras estuvieron en la casa de seguridad los mantenían amordazados, atados de pies y manos, y tapados de los ojos.
Escuchaba cuando iban varias personas a tocar las puertas, entre ellos empleados de vectores, pero nadie abría, también escuchaban que cerca de la zona andaban los militares pero no se acercaban, según decían quienes los cuidaban.
Recuerda a una mujer llamada Mari, quien era la encargada de quitarles sus pertenencias, zapatos, relojes, aretes, cinturones y collares.
En esos 13 días que estuvo cautiva hubo gente que metían y sacaban, algunos para matarlos y ya no regresaban.
Recuerda que les daban de comer arroz con frijoles y les permitían bañarse diariamente, siempre con alguien que los vigilaba.
Para salvar sus vidas, dice que las tres mujeres que estaban ahí retenidas fueron obligadas a tener intimidad con los delincuentes.
Denunció la red de complicidad y corrupción con las autoridades y el Semefo, que días después al pedir información sobre un familiar al Semefo, horas después le llamaron a un familiar para preguntarles que “qué andaban buscando”, por lo que a partir de ese momento dejaron de buscar a su familiar.
Al dejar de lado el miedo, se tomó la prueba de ADN con la PGR en el grupo de los familiares de las otras víctimas de desaparición, y el 6 de febrero sepultaron a Carlos después de ser identificado.
Por su seguridad y la de sus familiares, anunció que ayer fue su última visita a Iguala, y que no regresará al grupo de victimas de desaparición.

468 ad