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Silvestre Pacheco León

RE-CUENTOS

* La tierra no es de quien la trabaja

Esa mañana de sábado la maestra Paula llegó a la presentación del libro y compró un ejemplar porque supo que su primo Miguel Ángel era el autor de la portada y que algunas de sus pinturas ilustraban la obra.
Terminada la presentación, la maestra Paula comenzó a hojear el libro.
De pronto reparó en uno de los dibujos.
–¡Oiga, es mi papá! –dijo emocionada mostrando el dibujo de un hombre ensombrerado que bajo una palapa mira en lontananza con un puro en la boca.
–¿Cómo se llama su papá? –le preguntó el escritor.
–Se llama Alejo, Alejo Maldonado –le dice, como si al pronunciar su nombre fuera suficiente para identificar al personaje del dibujo.
–Quizá su primo el pintor lo conoce, porque fue él quien lo dibujó.
–Ah, claro, Miguel Ángel lo conoció porque era su tío. Usted se ha de acordar de él –le insiste al escritor.
–No maestra, no lo recuerdo –le responde apenado.
Luego cuenta la historia de su papá.
Don Alejo Maldonado nació en un pueblo de Morelos, y fue un hecho fortuito el que lo trajo hasta Zihuatanejo en la década de los 1960.
Cuentan sus hijas que todo comenzó un día en que el abuelo le ordenó que llevara a la plaza de Cuernavaca las cajas de jitomate que habían cosechado.
“Era lo de una carga de camioneta, como diez cajas de jitomate que debía vender mi papá en aquel tiempo, cuando todavía era chamaco.
“Pero mi papá tuvo tan mala suerte que el jitomate no se vendía, y como estaba muy maduro comenzó a podrirse y a escurrir por la calle.
“Cuando mi papá se convenció de que era imposible vender la carga, tomó la decisión de abandonarla en la plaza y no quiso regresar a la casa por el temor del castigo que le impondría su papá.
“Se vino para la Costa Grande donde pronto encontró trabajo en la construcción de la carretera federal que integró a esta región con el resto del estado”.
Don Alejo se aplicó tanto en aprender la albañilería que cuando la carretera llegó a Zihuatanejo ya era maestro en el oficio, y con ese título se hizo de prestigio en la costa porque además innovó en la construcción de las norias que se requerían para el riego de las huertas.
Al maestro albañil llegó a conocérsele como el “noriero” y su técnica para hacer norias pronto se hizo popular. Su innovación consistía en ademar en la superficie el anillo de concreto que después iba sumergiendo en el suelo hasta encontrar el venero de agua, evitando así los derrumbes que a menudo obligaban a rehacer el trabajo de excavar.
Una de las obras de albañilería que el maestro Alejo Maldonado construyó en Zihuatanejo es el edificio de piedra que da albergue al museo arqueológico de la Costa Grande.
Cuando don Alejo envejeció y dejó el arduo y pesado trabajo de albañil, regresó a las actividades del campo.
Apenas iniciada la década de los 1960 compró unas hectáreas de terreno colindantes con el mar allá en Playa Larga.
A la vuelta de los años el terreno emergió en abundantes palmeras. El milagro de transformar el árido suelo salitroso en verde palmar, se produjo gracias al trabajo diario de sembrar y regar al que el hombre se habituó.
“Bueno, el noriero sí que está loco o de veras no tiene otro quehacer, mira que andar sembrando y regando las palmas con cubeta, en el rayo del sol, a sabiendas de que ni las verá parir, es como estar loco de remate”, platicaban entre sí los ejidatarios de Agua de Correa vecinos de su terreno.
Fue con el auge del turismo en la siguiente década cuando se abrieron los caminos a las playas vecinas del puerto. Uno de ellos fue el de Playa Larga donde el avispado presidente municipal de aquella época invirtió, al descubrir el potencial turístico que advertía.
Junto a la codicia del presidente municipal, quien mandó construir una mole de concreto como su restaurante, ésta se propagó en el ejido de la Correa cuyos poseedores pronto pusieron en duda el derecho de don Alejo sobre la franja de playa que era zona federal, hasta que un día por la vía de los hechos y alentados por el presidente municipal, llegaron, lotificaron y levantaron decenas de enramadas frente al mar.
Cuando en aquel callado y casi desértico rincón del territorio costero llegó la invasión de los ejidatarios, don Alejo se miró despojado, burlado y desvalido.
Ningún reclamo en defensa de su derecho sobre la playa tuvo valor frente a las autoridades, por eso, impotente, un día recurrió a la acción desesperada de quemar todas las enramadas que ardieron como si hubiera sido el juicio final.
Acusado por esa acción don Alejo fue a dar a la cárcel, permaneciendo encerrado durante tres años en los que no cejó ni un día en defender lo que legalmente era suyo.
La salida que encontró la autoridad no fue el desalojo de los invasores, sino la indemnización del invadido por la vía de pagarle los derechos de los que fue despojado.
Don Alejo murió hace apenas unos años, pero dicen que bajo su palmar se la pasaba contradiciendo a Emiliano Zapata.
–Eso de que la tierra es de quien la trabaja, nomás fue un deseo de mi paisano –dicen que decía el maestro albañil.

Alejada del bullicio y de la falsa sociedad

No, si la carrera de maestro no es tan fácil. Se necesita suerte de veras. Pero todo se compensa con las experiencias que se gana enseñando.
Yo a punto estuve de que me corrieran de Ayotzinapa. En el examen de admisión no sabía qué responder cuando me preguntaron dónde se debía construir una escuela. No sé ni cómo llegó a mi mente la respuesta o más bien contesté nomás por pura ocurrencia.
–¿Dónde se debe construir una escuela? –me preguntó uno de los profes.
Después de un silencio pesado y cuando a punto estaba de que me reprobaran, me vino a la mente la respuesta con la canción que yo escuchaba allá en el rancho:
–Alejada del bullicio y de la falsa sociedad –contesté con aplomo.
Luego los maestros se miraron uno al otro y después dijeron que la respuesta estaba bien. Desde entonces cuando oigo cantar a José Alfredo Jiménez, El hijo del pueblo, le agradezco esa canción.
En los pueblos donde he dado clases luego descubro cuando alguno de mis alumnos puede tener chance de estudiar para maestro.
Una vez estaba enseñando a relacionar las palabras con su contrario y pregunté:
–Chamacos, díganme lo contrario de frío. Todos dijeron caliente, pero Chevo respondió distinto.
–Lo contrario de frío es “al tiempo”, maestro.
Como que se imaginó inmediato el refresco que en las tiendas de las comunidades así es, frío o al tiempo.
Lo mas chistoso y embarazoso que me ha pasado dando clases fue cuando puse a mis alumnos a recordar palabras que empezaran con ar:
–Arma, maestro.
–Muy bien.
–Aro, maestro.
–Muy bien.
Cuando hicimos una lista grande seguimos con er, sin que nadie acertara a recordar alguna palabra con esa sílaba, hasta que alguien levantó la mano:
–¡erga maestro!
En seguida suspendí la clase.

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