Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Jorge G. Castañeda

La batalla perdida de la credibilidad

Nada más normal para un gobierno con déficit de credibilidad que buscarla pidiendo prestado, con fuentes internas o externas de credibilidad, según el caso. El gobierno del presidente Enrique Peña Nieto entendía esto bien; le apostó a imprimirle un sello de credibilidad a su programa de reformas a través de la cobertura favorable de la prensa internacional. Siguió adelante con esta táctica, pero ahora se le ha volteado, pierde credibilidad.
Tres ejemplos. Primero, el equipo forense argentino invitado por los padres de los normalistas de Ayotzinapa, y que posee una larga tradición de identificación de desaparecidos vía el trabajo forense. Es cierto que ni Peña Nieto ni Murillo Karam los convocaron, pero les permitieron trabajar. No entiendo la lógica de dejarlos venir, y buscar que avalen de una manera u otra la investigación de la PGR y luego, cuando no lo hacen, discrepar públicamente con ellos. No hay manera de que ese debate lo gane el gobierno de México, ni dentro ni fuera del país. Los argentinos no son ni brujos ni santos; son técnicos acreditados y dotados de lo que el gobierno carece: credibilidad.
Segundo: el Comité de Desapariciones Forzadas de la ONU. Por regla se excusó el miembro mexicano, Santiago Corcuera; le hubiera podido explicar a los funcionarios mexicanos que viajaron a Ginebra, y sobre todo a sus jefes en México, que no es una buena idea deslindarse públicamente de las recomendaciones del Comité. No es ganable esa batalla en la plaza pública de las ideas o de la credibilidad. Tal vez prevaleció un prejuicio anti Peña Nieto en el Comité, debido al enorme número de desaparecidos y a la sangrienta guerra del narco del sexenio pasado, todo avalado por el sexenio actual. Aun así, resulta indescifrable la postura del gobierno de discutir públicamente con la ONU. El Comité tiene credibilidad; el gobierno de México, no.
Tercero: The New York Times y la familia Murat. Además de las estupideces sobre la supuesta injerencia de Carlos Slim en los reportajes sobre compras inmobiliarias en Manhattan –es obvio que el ingeniero tiene mejores cosas que hacer con su tiempo y dinero que preocuparse por las propiedades de los Murat–, lo extraño es que el gobierno piense que puede ganar esa batalla de credibilidad, y que aliente a José Murat –y le permita a Alejandro– entrar en una discusión pública con el periódico neoyorquino. La van a volver a perder.
En los tres casos, se trata de frentes externos. La dependencia responsable de convencer al gobierno del mal camino emprendido es la SRE. Pero Relaciones Exteriores está en otra sintonía, adentro y afuera: no hacer olas. Como dijo Luis Ernesto Derbez, mi sucesor en la cancillería, con perspicacia y sabiduría: “Estamos influidos por ese concepto timorato de quienes consideran que la mejor política exterior es aquella que genera la menor fricción posible con el mundo, eso no es política exterior, es nadar de a muertito”. Formulación inmejorable.

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