Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Anituy Rebolledo Ayerdi

Un acapulqueño en la Guerra Civil española

Don Isaías Acosta

Alejandro Gómez Maganda retrata a don Isaías L. Acosta (Acapulco en mi vida y en mi tiempo), como un costeño distinguido por su hombría de bien, honorabilidad y equilibrado espíritu; un autodidacta generoso y cabal. Con su esposa Romanita H. Luz ha forjado una familia acapulqueña ejemplar y solidaria: Isaías, Ulises, Estela y Vicente. El primogénito, Isaías Acosta H. Luz, será uno de los 500 valientes mexicanos que atraviesen el Atlántico para combatir al fascismo en los frentes de la Guerra Civil española.

Pero vayamos por partes

Venido de Tecpan de Galeana, don Isaías L. Acosta se desempeña aquí como tenedor de libros de La Sevillana, la casa comercial de don Aniceto Guraieb, en la plazoleta Zaragoza (hoy Escudero). Fue don Aniceto el primer emigrante libanés asentado en el puerto; un atildado escritor cuyos textos podían leerse en los diarios El Universal y Trópico. Antes, don Isaías había laborado como contable de la compañía Singer, cuya representación ostentaba don Rosendo Pintos Lacunza. Dueño de un sólido liderazgo social, el señor Acosta cohesiona junto con don Chendo a una dividida logia masónica local y en el terreno comercial presenta la iniciativa para crear la primera Cámara de Comercio de Acapulco.
Lo consigue luego de enojosos cabildeos el 31 de julio de 1924, según reseña don Carlos E. Adame en su Crónica de Acapulco. Reunidos en el numero 4 de la calle de San Juan ( 5 de Mayo), los comerciantes del puerto celebran la brillante iniciativa eligiendo a su autor como primer presidente de la Canaco. Lo acompañan José Flores, Adolfo Argudín, Lorenzo Sánchez, Francisco L. Vela, Félix Muñúzuri y Salvador Sabah. Hoy, la sala de juntas de la Canaco lleva el nombre de don Isaías.
La cámara aglutinará a todos el comercio local, incluso a las poderosas casas españolas dueñas de vidas y haciendas a los largo de ambas costas. Las representan Pascual Aranaga, Manuel L Revilla, Manuel Tejado, Sergio Fernández y Marcelino Miaja. Firman como representantes del comercio en general Hugh Sthepens, William Mc Hudson, Félix Muñúzuri, Juan Manzanares, Luis Long, Ramón Córdova, Federico y Rafael Pintos, Emilio Casis, Arturo García Mier y Francisco Vela, entre otros.

La rebelión delahuertista

Apenas un año atrás, don Isaías Acosta había vivido una experiencia traumática como resultado de su participación en un movimiento armado. La rebelión iniciada por Adolfo de la Huerta contra el presidente Álvaro Obregón, para impedir la imposición de Plutarco Elías Calles como su sucesor. Entre sonorenses te veas, se decía: los tres lo eran.
Acapulco fue entonces la segunda ciudad del país en secundar al movimiento. El general Rómulo Figueroa estaba a cargo del mando militar en Guerrero pero deberá dejarlo por razones de salud. Lo asume entonces el coronel Crispín Sámano, jefe de la partida militar del puerto, cuya primera acción será la de imponerse frente al espejo las insignias de general de división. ¡Qué grande eres Crispín!, dicen que se decía.
El levantamiento civil era liderado aquí por Carlos E. Adame, un joven larguirucho de no más de 20 años, quien había lanzado un manifiesto desconociendo al gobierno federal. Lo firmaban, entre otros ciudadanos, varios funcionarios federales y entre ellos el ameritado maestro Felipe Valle, administrador de la Aduana Marítima; Francisco Torres, administrador de Correos; Luis Mayani, del Resguardo Marítimo: José Trinidad Serrano, jefe de Telégrafos e Imeldo Cadena, Recaudador de Rentas y el propio contador Isaías Acosta. Todos asesorados por el maestro Silvestre H. Gómez (padre del doctor Virgilio Gómez Moharro), él sí dirigente formal del movimiento.

La historia es breve

No obstante el retiro del general Figueroa, las acciones militares no cesan en Acapulco. El ahora general Crispín Sámano forma una gavilla que saquea y asesina impunemente en la región y solo dejará de hacerlo cuando tenga noticias de la cercanía de una columna militar. La comanda el ameritado general Rafael Sánchez Tapia, con fama de implacable. Para entonces el movimiento había sido descabezado en su reducto del sureste y en el resto del país. De la Huerta, por su parte, gozaba de cabal salud en Estados Unidos.
Acapulco tendrá como signo infamante de la fallida revuelta el asesinato de Juan R. Escudero y sus hermanos Francisco y Felipe, simpatizantes de Obregón. Un crimen pagado por las casas españolas a la luz del día porque no hubo ningún cabrón que los defendiera.

El paredón

Aquí los conspiradores civiles son arrestados, no así el líder Carlos Adame, quien ha logrado huir. Éste, no obstante, volverá para entregarse en cuanto sepa que sus amigos serán pasados por las armas. Llega cuando 14 de ellos son colocados en el paredón localizado en el patio de la Aduana Marítima (hoy edificio Nick). El propio Adame narra lo que siguió en su Crónica de Acapulco:
–¡Detenga las ejecuciones, mi general, antes de que la historia lo llame asesino! –grita el joven Adame desde la entrada. Yo soy el único culpable, mis amigos son inocentes pues sólo cayeron en mi engaño. Déjelos en libertad, por lo que más quiera, mi general, fusilándome a mí cumplirá usted con sus órdenes…
Extrañamente y ante el azoro de todos los presentes el divisionario atiende la demanda al joven. Cancela inmediatamente las ejecuciones y lo encara :
–Está bien, muchacho, tú ganas. No voy a fusilar a sus amigos pero a ti sí por instigador de esta revuelta.

Soldado no asesino

–Gracias, mi general, es usted un soldado y no un asesino –lanza Adame un quebrantado gemido para colocarse enseguida en el paredón, la barda posterior del inmueble. Tiembla y empapa la camisa blanca con una sudoración copiosa. Con los ojos cerrados espera la inminente orden de ¡“preparen… apuntes…fuego!”, pero ésta no se produce. Los abre y tiene ante sí al divisionario de Aguililla, Michoacán.
–¡Saludo en ti a un valiente! –le dice Sánchez Tapia con voz estentórea. Anda, muchacho, ven, dame un abrazo y vete pronto con tus amigos antes de que me arrepienta.
–Afuera, en la plaza Álvarez, todo Acapulco espera angustiado el desenlace de tan doloroso drama. Las mujeres repletan la parroquia de la Soledad rogando la intercesión de la patrona en favor de los muchachos. Pronto, sin embargo, conocida la decisión inesperada del militar famoso por implacable, toda la congoja y el dolor se volverá júbilo, risas y aplausos. Un tumultuario “¡viva mi general Sánchez Tapia!”, se reproducirá una y otra vez.

Fidelidad por Sánchez Tapia

A partir de entonces, los acapulqueños guardarán para el militar un recuerdo imperecedero de gratitud y admiración. Se lo harán sentir, particularmente, en 1940 cuando lance su candidatura independiente a la presidencia de la República, contra el designado Manuel Ávila Camacho. Acapulco presumirá entonces haber votado todo por Sánchez Tapia. Esfuerzo insuficiente pues los sufragios logrados por el divisionario en el país, pintado apenas el 0.37 por ciento. ¡Algo es algo, qué chingaos!, se disculparán aquí.

Un monarca en apuros

Romana H. Luz, esposa de Isaías Acosta y madre de Isaías, Ulises, Vicente y Estela, era hija de Benita Nambo y un noble portugués. Éste, Miguel de Braganza, era hijo del rey Miguel I de Portugal, despojado de la corona por sus parientes. Las ideas liberales y afiliación masónica del príncipe heredero, condenadas por la Iglesia católica, lo convertirán en un moderno judío errante. Braganza llega finalmente a Acapulco para encontrar aquí paz y sosiego pero por muy poco tiempo. El periodista Jorge Joseph, ex alcalde de Acapulco, lo cuenta en el libro En el viejo Acapulco:
“En un barco de Oriente llega al puerto el príncipe fugitivo y aquí se casa con Benita Nambo, de Coyuca de Benítez. Muy pronto, sin embargo, es descubierto por sus enemigos obligándolo a huir a Perú y más tarde a Chile, donde se cambia de nombre. El Henríquez de su casa nobiliaria lo encubre con la “H” inicial, completándolo con el más masónico de los nombres: “Luz”. Nace así, pues, el apellido H. Luz.
El criptograma convertido en apellido por el príncipe Braganza para eludir a sus persecutores, lo llevarán con orgullo los hijos de Benita Nambo: Juan, Benjamín, Federico, Benita, Romana y una hermana casada con Praxedis Lobato, señor Juan H. Luz, el primogénito y por tanto príncipe heredero, no ceñirá ninguna corona real, pero sí la banda presidencial como alcalde de Acapulco (1919-1920).
Los hijos de Benjamín H. Luz fueron seis: Esperanza, Benjamín, Consuelo, Lucy, Julio y Eduardo. Los de Benita, casada con el doctor Dustano Montano, fueron Agustín, Reyna, Elizabeth y Ranulfo. Los de Federico: Alejandro, Federico, Gerardo y Sebastián y un solo hijo de don Praxedis: Praxedis Lobato H. Luz.

Isaías Acosta H. Luz

Antes de viajar con su esposa a los frentes de la Guerra Civil española, el acapulqueño Isaías Acosta H. Luz se desempeñaba como oficial del Estado Mayor del presidente Lázaro Cárdenas. Su jefe era el general José Manuel Núñez Amarán.

468 ad