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Jorge G. Castañeda

El silencio latinoamericano ante la represión en Venezuela

Al cumplirse un año de la detención arbitraria de Leopoldo López en Venezuela, el régimen chavista de Nicolás Maduro procedió, como para festejar, a encarcelar a otro líder opositor, Antonio Ledezma, el alcalde de Caracas. Asimismo, permitió o alentó que individuos enmascarados penetraran en la celda de López, lo maltrataran, y lo trasladaran a condiciones de reclusión aún más adversas que antes. La deriva represiva en Venezuela se acentúa, siguiendo puntualmente la línea descendente de los precios del petróleo, los ingresos fiscales, el abastecimiento de bienes básicos, y la seguridad.
Las acusaciones contra Ledezma, los intentos de desafuero, de arraigo nacional y la posible detención de María Corina Machado han sido denunciados por múltiples gobiernos y organizaciones en el mundo. Estados Unidos, que desde 2003 ha seguido una política casi mexicana de no intervención en Venezuela, empezó a mudar su postura, al recibir el vicepresidente Joe Biden a la esposa de López, Lilian Tintori. Lo mismo hizo Mariano Rajoy en España, y el flamante Alto Comisionado para Derechos Humanos en Ginebra, Zeid Ra’ad Al Hussein. La creciente campaña de denuncia internacional contribuye al pánico y a la sensación de aislamiento de Maduro y de su séquito chavista y cubano. De ahí que se pueda vaticinar que con Ledezma no termina la cacería de opositores; pronto otros también serán detenidos. Crecerá también la campaña mundial, pero ellos seguirán en la cárcel.
Lo desconcertante en esta tragedia es el silencio latinoamericano que ha sido denunciado por muchas voces de la región, desde Mario Vargas Llosa hasta Óscar Arias. Por desgracia, no encuentra eco alguno en los gobiernos latinoamericanos, principalmente de izquierda, ni en los movimientos o partidos progresistas de la región. Esto es particularmente flagrante en México, donde prevalece un silencio ensordecedor de todo el espectro político, con la excepción del PAN ahora –mas no bajo Calderón. Y eso que no faltan candidatos en el seno de la amplia izquierda mexicana.
Con una izquierda tan fragmentada, debieran sobrar voces que denuncien las detenciones en Venezuela y la represión creciente, y que apoyen las mismas causas para las cuales buscaron apoyo en otros países hace años: el respeto a los derechos humanos, la democracia, contra el autoritarismo. Podría ser el PRD, versión Los Chuchos; podría ser Ebrard, ahora supuestamente en Movimiento Ciudadano; podría ser Mancera, como jefe de Gobierno del Distrito Federal y colega de Antonio Ledezma; podría ser, por supuesto, Andrés Manuel López Obrador, que siempre dijo que no conocía a Chávez y que, por lo tanto, no tenía nada que decir al respecto; o podrían ser los grupos más radicales pero que también luchan contra las desapariciones y la represión en México: los normalistas en Ayotzinapa, los distintos grupos de defensa de los derechos humanos nacionales, o lo que queda de los zapatistas o de otros grupos ultra. Ninguno dice esta boca es mía.
Y en eso se juntan extrañamente con el gobierno del presidente Enrique Peña Nieto, que tampoco se pronuncia sobre lo que sucede en un país cercano, donde existen intereses mexicanos reales. Ni pío. Quizás sería momento de cambiar de rumbo, ya que lo hicieron Estados Unidos, la Unión Europea y varios más. Ante la próxima Cumbre de las Américas, quizás el presidente Peña Nieto se atreva a proceder con un mínimo de congruencia: recibiendo en Los Pinos a cualquiera de los representantes de la oposición venezolana para escuchar de viva voz su versión, y llegar a Panamá con mayor conocimiento de causa. Ojalá.

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