Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

José Gómez Sandoval

POZOLE VERDE

*Un puñado de cuentos breves

Los seis que cupieron

Mañana jueves, Victoria Enríquez Cabrera y Pedro Gabriel Hernández Fuentes leerán algunos relatos breves de su autoría ante estudiantes del Centro de Estudios Superiores Guerrero (Cesgro). De Victoria conocemos muchos cuentos y varias novelas. No tarda en publicar un libro de relatos (Flores para vivir) y ya mero se anima a publicar los poemas que resguarda bajo la almohada… El poblano Pedro Gabriel Hernández Fuentes hizo vida en Guerrero, y aunque no le teme al frío de Puebla, prefiere el calor de la familia que ha formado aquí, donde ha vivido 32 años. Ora sí que a Pedro Gabriel en su casa lo conocen. Advierto que en sus relatos abunda la diversión –con la ironía de agente–, sin que falten las descripciones señeras ni la chispa ternurosa… Y bueno, este pozole se coció a pausas. Del impulso de ofrecer sendos relatos de Victoria y Pedro Gabriel a la tentación de abrir la página a textos de otros autores guerrerenses, empezando con los que viven en Chilpancingo, que tengo más a mano.
Como aquí se trata de textos breves, de inmediato desechamos los que pasaran de una página. Apretados, además de los de Victoria y Pedro Gabriel, quedaron relatos de Jorge Zubillaga Lacayo (que anuncia la publicación de su segundo libro de relatos), Rafael Solano Reyes (por completo dedicado al periodismo) y Judith Solís Téllez (feliz autora de Arboleando). Para exorcizar la frecuente noticia de que ha muerto José María Mendiola, en Monterrey, publicamos uno de sus cuentachos horroríficos. En la mesa quedó un montón de textos de diversos autores, incluyendo a éste que los rejuntó. Siendo pocos, los hay de chile, cebolla y chicharrón. Un guiso bastante pozolero.
La asistencia de Victoria Enríquez y Pedro Gabriel Hernández al Cesgro es parte de las actividades dedicadas a enriquecer el acervo literario y a propiciar un mejor entendimiento de su entorno cultural de los estudiantes de Literatura y de Comprensión de la Lectura del Centro, pero la sesión –que tendré el gusto de coordinar– está abierta a todo el público.

A tos órdenes Juelipe… (Cuento de Dalia)

Victoria Enríquez

Bajo la luz extraña de un falso atardecer, sentados alrededor de la mesa de la cocina, bebemos cerveza frente a las cazuelas de mole de Teloloapan, se ensancha el arroz y hierven los frijoles nejos. Las cuencas vacías de los ojos de las máscaras de Xalitla nos contemplan. Están: la Dievoshka, Melany que ha llegado de Bulgaria con una lanza angoleña clavada en el corazón, el joven Richi, el Gómez, el niño Edgar, la niña, la baronesa Rochini (que ha cocinado), Yñigo, Mariko-San, Tanush y Flor de Azoyú, siempre dalia de fragantes pétalos, que habla y llena la casa con su voz que se apresta a narrar una anécdota de su tierra. Nosotros nos acomodamos al fin casi niños, para el cuento inminente. Y ella que se sabe escuchada actúa su cuento:
–Oye tú, me dice la mujer, que por cierto todavía vive allá en mi pueblo. Oye tú, Flor, yo no sé para qué pelea con so maredo esa mujé de rico. Pelea mucho, esa mujé de rico con so maredo. ¿Pa qué pelea? Yo no peleo con Juelipe ¿Pa qué pelea? Yo me levanto temprano, pongo so lombre, so cajué, muelo so chermole en molcajete, hago zotonca, gorda la zotonca, sabrosa. Y ¿queres desayonar Juelipe? Él se levanta, toma so cajué, come con gosto, se va trabajá so campo. Yo sacodo petate, limpio todo, me voy bañá a Matacuba, vengo limpia con el pelo mojado metido en jícara. Pongo so lombre, hago chermole, pongo so cajué, hago zotonca. Y ya viene Juelipe de trabajá so campo, viene con el sol juerte; yo stoy limpia, me juí a bañá a Matacuba, tengo so comida caliente. Y yo, come Juelipe, doy so cajué calentito, so comida caliente, so zotonca, soda so cajué Juelipe, ta contento Juelipe. Y yo ¿queres dormí Juelipe? Sacodo petate, me acuesto, se acuesta Juelipe y pasa mano por mi pierna, tonce yo levanto falda, pongo cadera y digo: ¡a tos ordenes Juelipe! Yo no sé por qué pelea tanto con so maredo, esa mujé de rico…

Una voz que no suena

 
Pedro Gabriel Hernández

En mi sueño la ciudad se encontraba cubierta por una abundante nubosidad. Su oscura masa navegaba en medio del fulgor de los truenos.
Calle arriba un hombre huía de otro. A cada momento volteaba su rostro enloquecido.
Es tan real la pesadilla que sentía las corvas tiesas al correr junto a él. Me erizaba su frío sudor.
En la esquina doblamos a la izquierda. Divisamos un portón alumbrado por una lámpara que estaba sola en la calle. Erráticos insectos la acosaban sin piedad.
Jadeando nos paramos en la entrada. Introdujo una de las llaves. La cerradura se negó a abrir. Quise ayudar pero él bota las llaves. Arañando la pared del zaguán intenta trepar. Trato de alzar las llaves pero no puedo. Mis dedos de sueño pasan a través de ellas sin agarrarlas. El perseguidor lo vuelve de frente, lo recarga contra la puerta y después…
Seis detonaciones de pronto me despertaron.
La madrugada sorbe poco a poco la tibieza de la alcoba. La luz metálica de la calle se queda pasmada. No veo más. No escucho más. Sólo el ruido del silencio, que rebota por la recámara.
¿Habrá sido él? Hace poco dejó la secundaria. Ahora es mariguanero. Lástima por el chavo, me cae bien. Anoche le ofrecí un consejo pero reaccionó a punto del enojo.
¡Carajo! Han pasado diez minutos desde el último disparo y no oigo nada. Voy a salir. Aquí está mi chamarra. Me siento sordo. Constipado. No escucho mi voz cuando hablo. Sólo una voz que suena hueca, …ueca… eca…, ca.
¿Y si está vivo el muchacho? Mejor me apuro. ¡Puta, qué aguacero…, cuánto relámpago! Tengo miedo. Me siento muy inseguro y no sé por qué, si no es conmigo. ¿O sí…?

Los ostiones

Jorge Zubillaga Lacayo

Hace muchos, pero muchos años, todas las mujeres se volvieron infieles, en un arrebato universal de concupiscencia femenina. Los hombres, en su rabia infinita, decidieron castigarlas. Se cortarían y tirarían al mar los clítoris de todas las infieles, en un intento de negarles para siempre el goce del placer sexual.
Antes de cumplirse la orden del castigo, miles de mujeres se reunieron en el Gran Templo y desnudas gritaron: “El placer será eterno como la piedra”, y enseguida se acariciaron, se besaron, se masturbaron hasta llegar al orgasmo.
Después se cumplió el castigo. Se cortaron todos los clítoris del mundo y se arrojaron en todos los mares del planeta.
Hoy, los ostiones que sacamos del mar son restos de aquellas membranas placenteras en proceso de petrificación, que aún no alcanzan la eternidad.

Problemas de terapia

Rafael Solano Reyes

Había cierta vez un tipo llamado Harry Haller, que se creía un lobo estepario, imagínense eso: un lobo estepario, y había por ahí un escritor llamado Hermann Hesse que estaba seguro de ser el Harry Haller.
Después de mucho meditarlo, ambos –por separado– fueron al sicólogo para ver qué hacía por ellos.
La solución tardó, pero llegó: Harry Haller se fue a descansar a la Riviera Francesa; Hermann Hesse se convenció de su error y ahora está escribiendo sobre los problemas de la postmodernidad y… todo hubiera sido perfecto de no ser por el lobo estepario, que a pesar de todos sus esfuerzos nunca pudo encontrar a un médico que tuviera la suficiente valentía como para invitarlo a sentarse en el diván.

A lo Cortázar

Judith Solís Téllez

Tomar el tenedor y comenzar a batir el huevo, con la monotonía manual, casi mecánica, de mover el cubierto en la sustancia gelatinosa… y darse cuenta de pronto de que no habrá huevo batido, porque la clara y la yema no sólo no se han revuelto sino que han escapado del tenedor y en el plato hay un pollito piando.

Trámite

José María Mendiola

El vientre de la señora se abrió en canal por sí solo. No hubo ayuda. Una línea roja se le dibujó desde el ombligo hasta la entrepierna sin que mediara mano alguna. Luego emergió el individuo en mangas de camisa, al tiempo que se quejaba:
–¡Mierda con estos trámites burocráticos para conseguir una pinche acta de nacimiento!
Y se alejó de ahí. Enfadado, por supuesto.

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