Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Anituy Rebolledo Ayerdi

Alcaldes de Acapulco (I) Siglo XVI

El primero

Pedro Pacheco recibe el nombramiento como primer alcalde de Acapulco, “Ciudad de los Reyes”, del también primer virrey de la Nueva España, don Antonio de Mendoza (1535-1550). Este le hace ver la conveniencia de radicar en el puerto en razón de que estará al servicio de su majestad y de los propios naturales. Sobre sus emolumentos le ofrece una ayuda de cien pesos de “oro común” al año, “pues ni por pienso podría subsistir con el salario asignado”. “México a los doce días del mes de marzo de mil quinientos cincuenta años. D. Antonio por mandato de su SM”.
“Ciudad de los Reyes” porque siete años atrás, “Acapulco y su tierra donde se hacen los navíos del Sur”, había quedado bajo el dominio directo de la corona española, con todo lo que ello pudiera significar. Así lo establecía la cédula del rey Carlos I, fechada el 25 de abril de 1528. Una “Ciudad de los Reyes”, por cierto, inhóspita a causa de las altas temperaturas, los moscos, los murciélagos y las miasmas.
El propio virrey granadino designa en pliego aparte a don Juan Castro Verde “como portador en Acapulco de la vara de la justicia”. O sea, el encargado de ejecutar las órdenes y mandatos del alcalde Pacheco. Empleo al que correspondía un salario que no alcanzaba ni para medio comer, situación que el generoso virrey resolverá: “Le hago a usted merced de cien pesos de “oro común” para ayuda, sustentación y mantenimiento”.
Un año más tarde, el alcalde Pacheco tendrá oportunidad de recibir y agasajar en el puerto a su “padrino” el virrey Antonio de Mendoza. Viene este acompañado por su hijo Francisco para abordar la nao que los llevará a Perú, de cuyo virreinato se hará cargo también por acuerdo de Carlos I (hijo cuerdísimo de Juana La Loca). Don Antonio morirá dos años más tarde y será sepultado en la catedral de Lima, junto al conquistador Francisco Pizarro.

El Conquistador

Hablando de difuntos, hacía tres años que lo era Hernán Cortés, muerto en España lamentando no haber podido regresar a “su” puerto. Lo había visitado por primera vez en 1531 en pos de la conquista del Mar del Sur. Año en el que termina él mismo de abrir una vereda hacia Acapulco. El virrey De Mendoza, por cierto, le cumplirá a don Hernando la promesa de ampliar el camino al puerto sureño, cuyo futuro vislumbraba promisorio.
Acapulco recibe a las primeras familias hispanas tres décadas más tarde de consumada la conquista. Treinta de ellas encabezadas por Fernando de Santa Anna arraigadas desde luego en la región, incluso las costas Grande y Chica. Los apellidos más comunes del grupo eran Martínez, Pérez, Gómez, Llorente, Herrera, Chávez, Torres, Miranda, Guillén, Blanco, Barrera y Pino.

N.S. de los Reyes

Atraído por la nombradía de Acapulco y preocupado porque sus habitantes carecen de guías espirituales, el fraile michoacano Francisco de Villafuerte se apresura a la evangelización de Petatlán y Tecpan para llegar al puerto en 1551. Con el apoyo del alcalde Pedro Pacheco inicia la construcción de la iglesia de nuestra Señora de los Reyes (hoy de la Soledad), “en el sitio en el que convergen una barranca y el inicio de la cresta del Teconche”. Requerido en Michoacán, Villafuerte deja aquí en su lugar al bachiller Francisco Dorantes, con la consigna imperiosa de impartir la doctrina y terminar el templo.
La parroquia de N.S. de los Reyes marcará el eje del centro urbano de Acapulco, con el frente hacia la plaza de armas y el atracadero de embarcaciones. Desprendidas de ese céntrico paseo quedaron abiertas las primeras calles de la ciudad y en cuyos trabajos de empedrado cooperaban los capitanes de embarcaciones atracadas en el puerto. Atrás del templo estuvo la calle de Las Damas, luego Vicente Guerrero y La Quebrada, finalmente. También el callejón de Salsipuedes, más tarde del “Piquete” (no se sabe bien a bien si por la proliferación de alacranes y tarántulas o por los piquetes alevosos con verduguillo), para comunicar al aguaje de La Poza. Hoy Madero.

El alcalde Orejón

En 1564, siendo alcalde mayor don Andrés Orejón, nombrado por el virrey Gastón de Peralta, marqués de Falces (1556-1568), Acapulco creció y se extendió en la zona costanera, poblada con casas de adobe y teja. Gracias a los muchos veneros que bajaban de los cerros y los numerosos manantiales de agua potable empezaron a sembrarse huertas y levantarse tecorrales. Surgirán en medio de aquellas casuchas con techumbre de paja. Las calles angostas y torcidas siguieron el contorno de la bahía.
Luego de recibir en Tlacopanocha a la nao San Juan Bautista, la primera procedente de Manila que inaugura la ruta comercial cuya vigencia será de más de dos siglos, el alcalde resuelve satisfactoriamente una petición ciudadana. La del señor Alonso Marín quien solicita a título gratuito un terreno en el centro de la ciudad, donde establecer su residencia y una tahona. Los primeros bollos calientitos serán, por supuesto, para la mesa de la autoridad.
Nadie aquí le creerá al alcalde Orejón cuando presuma que sus gestiones habían cristalizado en una cédula real, que el mismo se encarga de leer en bando solemne por la ciudad. La emitida por el rey Felipe II, El Prudente, declarando a Acapulco “el único puerto de América autorizado para realizar transacciones comerciales con Asia”.

El Hechizado

A la muerte de cura Francisco Dorantes, a cargo de la parroquia de N.S. de los Reyes, el monarca Carlos II, El Hechizado, nombra su sucesor al bachiller Alonso Hernández de Sigura. También será cura y vicario de Anacuilco, Citlaltomagua, Tezcacicitlaya, Acamutla, Coyuca y Acapulzulposle (¡!).

La Santa Inquisición

Grandes celebraciones en Acapulco por la toma de posesión del cuarto virrey de la Nueva España, Martín Enríquez de Almanza (1568-1580). Catoliquísimo el hombre, iniciará la construcción de la catedral metropolitana, establecerá los hospitales de San Hipólito y de la Compañía de Jesús, el santuario de Los Remedios y como cereza del pastel de obra tan piadosa, la santísima Inquisición. La responsabilidad de atizar el anafre porteño se la encomienda al bachiller Francisco Hernández Negrete y nombra alguacil del Santo Oficio a don Andrés García.
Uno de los primeros casos que atenderá el Santo Oficio en Acapulco será la acusación contra el bachiller Hernando Carreño, de haber requerido en amores a dos indígenas de Coyuca de Benítez. El comisario del tribunal, Juan Zorrilla de la Concha, recibe instrucciones de México de capturar al cura con la presunción de arrechez. Lo hará pero un año más tarde, ahora lleno de dudas sobre la culpabilidad del joven Carreño. Decide por ello investigar a fondo y viaja a Coyuca para interrogar a las acusadoras, encontrándose con la novedad de que ambas han muerto. Sin acusadoras no hay causa, determina el comisario para dejar en libertad al joven bachiller. (Bueno para este que no había medios sensacionalistas que crearan esta sospecha: “¿Eliminó Carreño a las mujeres que podían enviarlo a la hoguera?”).
Significado por dar seguridad en los caminos de la Nueva España, particularmente en el muy transitado de Acapulco, el virrey Enríquez de Almanza es promovido con el mismo cargo al virreinato de Perú. Recibe a su partida en 1580 una cálida despedida de pañuelos blancos ordenados por cientos de acapulqueños. En el navío San José viaja también el impresor Antonio Ricardo, llevando varias cajas tipográficas para la primera imprenta de Lima.
Quién es quién

Alejandro Martínez Carbajal, el prolífico cronista de Acapulco, explica en su Historia de Acapulco quién era quien en la última línea de mando monárquico. La representaban los alcaldes mayores y menores quienes más tarde se convertirán en gobernadores o castellanos. Todos nombrados por el virrey o la Audiencia, sí, pero nunca sin la aprobación casi siempre remisa del monarca. Tanto que habrá casos en los que el funcionario muera de viejo en el cargo sin haber recibido el real visto bueno.
Todos esos mandos burocráticos tenían que ver con la gobernabilidad de una jurisdicción determinada pero ante todo y por todo estaba la recaudación de los tributos reales. Nadie escapaba de ellos, excepto, como hoy, los muy ricos. En la tarea de cobrar se pintaban solos los “oficiales reales”, tenidos por crueles, abusivos, inhumanos, rateros e hijos de sus hispanas progenitoras.

Naos seguras

Entre las obligaciones del gobernador o castellano de Acapulco figuraba la seguridad de los viajeros por mar. Debía asegurarse por ello que las naves listas para partir hacia Manila o el Perú contaran con todo lo necesario para una navegación segura y sin contratiempos. La arboladura en perfecto estado, el velamen sin remiendos, el timón obediente y las jarcias y tirantes sin nudos. El funcionario verificaba igualmente que la nave tuviera la suficiente dotación de guerra, para el caso que tuviera que enfrentar a piratas en altamar. Componían los mandos de las naos: un general en jefe con salario de 4 mil 325 pesos, un almirante con 2 mil 900 pesos; cuatro pilotos con setecientos pesos y dos maestres con cuatrocientos pesos.

Felipe de las Casas

Luego de entrevistarse con el virrey Luis de Velasco II, el gobernador de las islas Filipinas Gómez Pérez Dasmariñas se embarca aquí de regreso a sus dominios. Son los mediados de marzo de 1590. Llama la atención de los acapulqueños el séquito del funcionario compuesto por ayudantes, guardias de corps y media docena de lindas filipinitas que trajo para que conocieran al representante del rey de España (“¿con qué ojos divina tuerta”?, habría expresado don Luis inaugurando un proverbio más tarde muy popular).
Figura entre los pasajeros de la nao Santiago el joven Felipe de las Casas , hijo de don Alonso de las Casas, muy popular aquí por ser proveedor de insumos para las naves y tener la concesión del correo para los destinos de aquellas. Amigo íntimo del capitán de la nao, Tomás de Arzola, don Alonso le encarga mucho a su hijo para que no haga diabluras en el viaje. “¡A ver si allá se me compone!”. El mismo joven que seis años más tarde , ya ordenado sacerdote, se dispone a regresar a México para celebrar su primera misa junto a sus padres. ¿Alguien ignora de quién se trata?

Don Luis de Velasco

Don Luis de Velasco, hijo, sirvió como virrey dos períodos en México y uno en Perú, en total 16 años. Se mantuvo siempre ligado a Acapulco a partir de que amplió a camino de herradura la vereda bautizada con el nombre de “Camino de Asia. Adquirió aquí el navío San Pedro para cubrir la ruta a Filipinas , con tan mala suerte que en el primero viaje ya no regresó a puerto.
Una empresa local en la que don Luis tampoco tuvo éxito fue una finca de icacos en el puerto, heredada de su padre quien personalmente había traído la simiente de Japón. Algún alcalde habrá decidido ubicar en ese lugar a un grupo de esclavos libertos procedentes de la Costa Chica, quienes no dejarán un icaco ni para remedio. ¿Habrá hoy icacos en Icacos?

Canal de aereación

El alcalde Ruy de Mendoza lanza la iniciativa de abatir con pico y pala el muro granítico que impide la entrada plena de aire al puerto, convertido en un auténtico brasero. Cuando escucha el primer “¡está cabrón!”, Ruy suspende la reunión y retira la propuesta. El “abra de San Nicolás” o “canal de aireación” se abrirá finalmente en las postrimerías del siglo XIX. La Quebrada, pues.

Acapulco, 1599

Al finalizar el siglo XVI, el partido de Acapulco se extendía 22 leguas al norte, 18 al este y únicamente 14 al noroeste. La cabecera limitaba al norte con Chilapa, al nordeste con Tixtla y al noroeste con Zacatula.

Los alcaldes del XVI

Alcaldes mayores de Acapulco durante la segunda mitad del Siglo XVI: Andrés Orejón (1565); Gaspar de Vargas (1585); Guillermo Mercado y Sotomayor (1588); Ruy De Mendoza (1589); Francisco de Andrade (1594) ; Cristóbal Herrera (1595); Alonso de Guzmán (1597); Simón Briseño (1598); y Juan Frías y Salazar (1599).

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