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Jesús Mendoza Zaragoza

Déficit de confianza

Confiar o no confiar. Éste se ha convertido en un asunto de alta prioridad social y política. Pareciera que es sólo un asunto privado. Es personal, muy personal, pero ahora tiene un impacto colectivo que se ha hecho visible como nunca. Es un asunto al que poca importancia se le da por inconsciencia, omisión e irresponsabilidad. La confianza es la gran ausente en México, la que deja un vacío que nadie más puede llenar y hace difícil la recuperación del país con todo lo que somos y tenemos.
Los frecuentes sondeos de opinión pública así lo muestran. Tanto la confianza en las instituciones, en todas las instituciones, las públicas, las sociales, las privadas y las religiosas, como la confianza en las personas están en declive. Más unas que otras. La confianza se ha ido deteriorando en todas partes, pero de una manera más grave en las instituciones públicas. La tendencia, en las relaciones personales, comunitarias e institucionales se orienta hacia la fragmentación, el aislamiento y el individualismo. Y esto es grave, muy grave porque un país no puede avanzar sin la confianza ni se pueden solucionar los problemas al margen de la misma.
Lo vemos en el pequeño mundo de la familia, en la que su desarrollo se sustenta en las relaciones de confianza. Donde hay confianza se avanza, se crece y se madura y, donde no la hay o se ha perdido, todo se complica y se cierran las puertas. La pérdida de la confianza genera daños irremediables en muchas ocasiones. La confianza viene a ser el horizonte propicio para desarrollar la vida, hace viable y posible el futuro, y genera potencialidades.
El proceso electoral que ha comenzado tiene este déficit, va a ser acompañado de una estela oscura de descrédito y de rechazo. Los partidos políticos y todo el sistema electoral se han ganado a pulso el desprecio de la población. Si tienen clientelas es porque lucran con la pobreza y la inconsciencia de muchos, y porque tienen la vida artificial que el erario público les proporciona. Esta es una muestra del todo, de la desconfianza hacia las instituciones, al gobierno, al pasado que arrastramos.
A esto hay que añadir que el clima de violencia y de inseguridad que se ha generalizado en el país nos ha hecho muy desconfiados a los ciudadanos, que nos hemos visto obligados a tomar toda clase de medidas de seguridad, al grado de que se deteriora el tejido social y se debilitan las relaciones comunitarias. En la misma sociedad civil hay organizaciones que deciden distanciarse unas de otras por prejuicios y por desconfianza, la que se ha instalado entre los ciudadanos y sus organizaciones.
La desconfianza se ha convertido en uno de los obstáculos para la gobernabilidad y para la eficacia en la administración pública. Si las instituciones no se sustentan en la confianza, en su interior y hacia el exterior, no pueden cumplir con sus funciones públicas. Por ejemplo, si un centro de salud no cuenta con la confianza de los vecinos, sencillamente no va a tener el impacto esperado, y si un gobierno municipal no cuenta con la confianza de los ciudadanos no va a poder contar con su colaboración y se queda aislado en un esquema autorreferencial, es decir, inutilizado.
Se necesita la confianza para el avance democrático y para empujar el desarrollo integral de los pueblos. Sin la confianza elemental todos los presupuestos y todos los programas tienen resultados decepcionantes. La confianza es la clave para armar proyectos que garanticen transparencia, eficacia y sustentabilidad. La confianza viene a ser ese plus que necesitan las relaciones entre los diversos actores públicos, sociales y económicos para que puedan interactuar mediante un pacto de honorabilidad y de responsabilidad moral.
¿Qué hacer? No es fácil, pero hay que buscar caminos.
Uno, según mi parecer, es reconocer, recuperar y fortalecer los espacios en los que aún existe la confianza en el ámbito social. Tenemos a la familia como el espacio social que goza del más alto índice de confianza, muchas comunidades indígenas, campesinas y urbanas, organizaciones, empresas comunitarias que aún se alimentan de la confianza y tienen capacidad para aportar al conjunto de la sociedad. Esto tiene que ver con el fortalecimiento del tejido social, tan deteriorado por la violencia y por conflictos no resueltos. No todo está perdido, sobrevivimos gracias a burbujas confiables que hay por todas partes, que oxigenan a la gente y a la sociedad en su conjunto.
Otro es adoptar lo que propone Edgardo Buscaglia en su libro Vacíos de poder en México, en el cual hace una propuesta de controles al sistema político, al electoral y a las instituciones públicas en su conjunto. Buscaglia habla de la necesidad de los controles judiciales, los controles patrimoniales, los controles de corrupción, los controles sociales y la cooperación internacional para detener el colapso de las instituciones públicas tan corroídas por la corrupción y su secuela, la delincuencia organizada. Se trata de un saneamiento de fondo de las instituciones para que tengan la capacidad de ser confiables ante la población.
El proceso electoral que está arrancando en estos días no es confiable. Nadie nos garantiza que abone a la democracia, ni los partidos políticos ni el Instituto Nacional Electoral ni el local. No son de fiar. Sin la confianza no saldremos de la crisis política que estamos padeciendo.
Como en todo, la confianza no se recupera ni se reconstruye a gran velocidad, hay que encontrar el ritmo adecuado, la colaboración necesaria y la dirección correcta.

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