Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Silvestre Pacheco León

Re-cuentos

Ya valió madres

Era el tiempo en que al gobierno federal calderonista le dio por crear el mando único de los cuerpos policiacos con el argumento de que eso era requisito para la eficacia de la lucha en el combate contra el crimen organizado.
El examen de confianza para los policías municipales fue una necesidad que los ayuntamientos tuvieron que enfrentar para acceder a los apoyos federales.
Cuando las autoridades firmaron los convenios respectivos se inició la aplicación de los exámenes bajo la estrategia de hacerlos sin notificación previa para evitar que los policías tomaran sus previsiones.
El examen consistía en analizar psicológicamente la capacidad de respuesta de los policías para medir su grado de confianza.
Un día llegó desde la ciudad de México el equipo de especialistas a la cabecera municipal de un ayuntamiento de la costa, se instaló en un salón del Palacio Municipal y ordenó la presencia de los primeros policías que serían sometidos a examen.
Un policía viejo y analfabeto fue el primero en llegar al salón donde los sicólogos estaban ya dispuestos para aplicar el examen.
En cuanto el policía costeño tomó asiento, los examinadores procedieron:
–Ya sabemos para quien trabaja, ahora necesitamos que nos diga todo lo que sabe.
Al escuchar lo anterior, el policía reaccionó de manera inesperada, se incorporó de su asiento y con un golpe seco asestado en el rostro del entrevistador se abrió camino hacia la puerta, llegó a su vehículo y en cuanto salió del área del Palacio Municipal llamó por teléfono a los demás policías.
–Ya valió madres, saben todo. Agarren lo que puedan y vámonos a la chingada.
Los examinadores se quedaron perplejos con lo sucedido y sin policías qué examinar. Después convinieron entre ellos en cambiar el método del examen para no exponerse a las reacciones violentas de sus examinados ni a la desaparición de su fuente de trabajo.

Mejor que seas tú el ingeniero

En la célula guerrillera compuesta por tres hombres y dos mujeres, aparentaban que se trataba de dos matrimonios que compartían el departamento, junto con un amigo soltero.
Para no generar sospechas los guerrilleros urbanos convivían como cualquier familia ordinaria de la ciudad. A veces aceptaban tomarse unas cervezas, y hasta departían en las fiestas de la cuadra.
Con el tiempo los guerrilleros se hicieron amigos de un joven estudiante que los frecuentaba y quien a veces los metía en aprietos.
Un día el estudiante llegó al departamento en el momento en que uno de los guerrilleros planchaba sus pantalones, de manera que en cuanto escuchó que tocaron la puerta dejó esa tarea que todavía en aquellos años era exclusiva de las mujeres.
–Oye vieja, no te distraigas y termina de plancharme mi ropa –di-jo el guerrillero aparentando que era su compañera quien realizaba el trabajo.
Cuando el visitante se fue, la compañera le reclamó al supuesto marido que fuera tan aprovechado.
–Te pasaste pinche flaco, me hiciste agarrar la plancha como si fuera tu vieja.
–Era para no despertar sospechas –le respondió socarronamente el guerrillero.
En una ocasión similar fue la otra pareja la que provocó el desencuentro. El hombre salió muy arreglado del departamento y apenas había dado unos cuantos pasos en la calle cuando escuchó el grito a sus espaldas:
–¿A dónde vas?
El guerrillero no tuvo más remedio que pensar en una explicación.
–Voy al Centro –respondió.
–¿Y por qué no me llevas?
–Porque no.
Como el diálogo era en voz alta pronto llamaron la atención de los vecinos y el guerrillero tuvo que ceder en la demanda.
–Apúrate pues –le respondió a su pareja supuesta, quien bajó en seguida hasta alcanzarlo.
Cuando estuvieron juntos el hombre le reclamó su proceder.
–Oye, si no somos pareja de verdad, por qué actúas así.
–Para que los vecinos crean que de verdad somos pareja –respondió la muchacha, quien así se ganó la fama de que era cabrona y se le imponía al marido.
En cambio, el guerrillero soltero pronto se hizo de una novia con la que le fue imposible mantener el secreto de su militancia.
Todo fue cosa del amor que los hizo entrar en mutua confianza.
–La verdad es que somos un grupo guerrillero y tenemos que simular cosas para no llamar la atención ni crear sospechas –le confió.
–El compañero con quien siempre me ves, simula que es ingeniero y yo soy su ayudante –le explicó.
Ya entrados en confianza la novia quiso de una vez jugar su papel en la trama peleando por su derecho.
–Oye, ¿por qué no le dices a tus compañeros que mejor seas tú el ingeniero y no el viejo mugroso que te manda?

Cuando puedo ni vengo

Los hombres chancean bajo la sombra del árbol donde se distraen jugando dominó. Ya ha pasado el bochorno del medio día y para muchos es la hora de la siesta.
Entonces llega corriendo el chamaco y se para frente al padre para decirle el recado:
–Dice mi mamá que vaya pronto a la casa porque lo ocupa.
El hombre se levanta, no sin cierta pena, buscando el pretexto de dejar a medias la partida, levanta su sombrero del suelo, se pone los huaraches y dice a manera de despedida:
–Bueno, si puedo vengo.
–Hazle como yo, –replica el amigo– cuando puedo ni vengo –dice provocando la risa de sus compañeros de juego.

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