Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Tomás Tenorio Galindo

OTRO PAÍS

* Guerrero, ese dolor de colon

Después del regaño presidencial que recibió por “nadar de muertito”, infligido en la reunión de la Comisión Nacional de Gobernadores realizada en Durango el 25 de febrero, el gobernador Rogelio Ortega Martínez puso en marcha una campaña de relaciones públicas que honra el principio de que no es necesario hacer algo, sino solamente decir que se hace.
Con esa premisa, el gobernador de Guerrero dijo hace ocho días que gracias a su eficaz intervención el estado está a punto de sanar de sus graves dolencias. “Pasó de terapia intensiva a cuidados especiales y ahora espero que en breve podamos entrar a una ruta donde podamos decir ‘está a salvo’. Mi triunfo mayor será cuando esté entregando a los nuevos poderes públicos en Guerrero, un Guerrero más armónico, una ruta de paz, de gobernabilidad y donde pueda decir que el enfermo que me tocó atender está dado de alta”, expresó. (“El Guerrero enfermo podría ser dado de alta en breve”, El Universal, 2 de marzo de 2015)
Sin embargo, lo que Rogelio Ortega dijo es mentira. Si una analogía médica fuera apropiada para describir la situación del estado, ésta tendría que reflejar una condición cancerosa para la cual todavía no se ha encontrado la cura. El caso Ayotzinapa, la inseguridad pública y la violencia que producen carretadas de muertos, el conflicto magisterial, la inestabilidad social y política originada o asociada a todo lo anterior, la persecución oficial contra los líderes sociales, la corrupción y la impunidad que alcanzó una escala sin precedente en el gobierno de Ángel Aguirre Rivero, la incertidumbre que se cierne sobre las elecciones del 7 de junio…, todo ello configura un cuadro de crisis que el gobierno de Rogelio Ortega ni siquiera ha intentado encarar. Y ni caso tiene hablar ahora de problemas como la pobreza y la marginación que subyuga a más de setenta por ciento de la población.
Es por eso de una arrogancia intolerable que Rogelio Ortega presuma que bajo sus esmeradas atenciones Guerrero pasó de terapia intensiva a “cuidados especiales”, cuando no ha sido capaz de reunirse con los padres de los 43 normalistas desaparecidos, una tarea que le era indispensable y crucial si de resolver la crisis de Ayotzinapa se trataba. Al contrario, lejos de procurar justicia y mitigar el sufrimiento de las familias de los jóvenes asesinados y desaparecidos, Ortega Martínez ha dirigido con entusiasmo una campaña de descrédito y satanización del movimiento normalista, cuyo propósito es conseguir su rendición mediante el agotamiento. Es decir, si para algo ha trabajado el gobernador es para la impunidad, estrategia que en una de sus variantes incorpora el empleo de la represión, como con el aplauso de Rogelio Ortega ocurrió el 24 de febrero en Acapulco cuando la Policía Federal arremetió despiadadamente contra los maestros con un saldo de un profesor muerto, varios heridos y maestras violadas.
Armonía, paz y gobernabilidad, términos que aparecen en la fantasiosa versión del gobernador, son cosas que simplemente no existen en Guerrero. Si se voltea a ver la situación que prevalece en materia de inseguridad pública y violencia, basta con citar al subsecretario de Prevención y Participación Ciudadana de la Secretaría de Gobernación, Roberto Campa Cifrián, quien el 4 de marzo dijo en Acapulco que Guerrero se mantiene como el estado con el mayor número de homicidios por cada cien mil habitantes, y que los índices de la violencia siguen igual de altos que el año pasado. Este mismo funcionario federal había trazado apenas en noviembre pasado un panorama terrible al señalar que “Guerrero es el estado número uno en violencia, comparable con los lugares más peligrosos no solamente del continente sino del mundo”, y que “Acapulco tuvo cifras extraordinarias (de violencia y muertos) en estos últimos años”.
Si los datos de la violencia siguen siendo ahora iguales que el año pasado y el estado permanece en el primer lugar en producción de muertos, ¿cómo puede el gobernador hablar de una bucólica armonía con paz y gobernabilidad? Los 19 asesinatos ocurridos la semana pasada en Iguala, los 56 cadáveres recuperados de fosas clandestinas desde hace poco más de tres meses, y las 385 personas denunciadas como desaparecidas en esa ciudad, contradicen y desmienten el arrebato triunfalista del gobernador. Lo desmienten también las escandalosas cifras de los homicidios que sin descanso ocurren en Acapulco.
A las mentiras de Rogelio Ortega debemos agregar su narcisismo no bien disimulado, que el jueves pasado lo llevó a decir que las protestas de los padres de los normalistas y los maestros le producen dolor de colon. Que el gobernador emplee su síndrome de intestino irritable y sus cólicos como materia de comunicación y categoría de diagnóstico oficial refleja un desorden mental en quien ejerce el cargo del Ejecutivo del estado. La pérdida de las proporciones, el mareo del poder y quizás la sensación de que lo que importa es lo que sucede en el Palacio de Gobierno y finalmente lo que le sucede a él y no lo que sucede en las calles, provocaron en el gobernador esta confusión, la de creer que sus dolores intestinales son de mayor trascendencia que los sufrimientos de la sociedad. Cuidados especiales, dado de alta, paz, armonía, gobernabilidad, ¿de qué estado habla Rogelio Ortega?
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