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Tomás Tenorio Galindo

OTRO PAÍS

* La segunda oportunidad de López Obrador

 

 

Durante algunas horas del martes pasado, la errónea presentación de una encuesta realizada por la empresa Berumen y Asociados mantuvo a Andrés Manuel López Obrador un punto porcentual por encima del candidato priista Enrique Peña Nieto. Pero esa interpretación, que animó en falso a los simpatizantes del candidato presidencial del Movimiento Progresista, carecía de sustento como explicó el propio director de la firma ese mismo día por la tarde.
El dato real es que Peña Nieto conserva en el estudio de Berumen y Asociados –levantado antes del segundo debate– 6 puntos de ventaja sobre López Obrador, el primero con 33.4 por ciento y el segundo con 27.3, mientras que la aspirante panista Josefina Vázquez Mota queda en tercer lugar con 18 por ciento.
Pero si la versión errónea no era real hace una semana, podría serlo en estos últimos días de campaña, pues en sólo un mes las condiciones políticas del país dieron un vuelco de tal magnitud que el triunfo de López Obrador pasó de ser una posibilidad a ser una probabilidad electoral y socialmente fundamentada. Es decir, López Obrador puede ganar el 1 de julio.
A pesar de que las encuestas lo sitúan en segundo lugar, lo que hace poco más de un mes parecía imposible, ahora hasta los sondeos más refractarios a admitir la tendencia alcista del candidato del Movimiento Progresista (diario Milenio) lo han ubicado notoriamente por encima de la candidata del PAN, Josefina Vázquez Mota, y el más optimista (del diario Reforma) a sólo cuatro puntos porcentuales de Peña Nieto. El segundo debate entre los candidatos presidenciales no alteró esos datos, al menos si se hace caso a la encuesta que la empresa Consulta Mitofsky realizó inmediatamente después del domingo 10 de junio, que es la que reportamos en la tabla adjunta y que prácticamente no muestra un cambio significativo en relación con la anterior al encuentro. Pese a ello, no parece haber perdido vigor el repunte que beneficia a López Obrador desde la primera quincena de mayo.
Que existe un avance consistente en la tendencia electoral de López Obrador se comprueba hasta en las encuestas del diario Milenio, donde al empezar las campañas se encontraba con 18 por ciento de las preferencias electorales frente a 51 de Peña Nieto y 30 de Vázquez Mota. Pero ayer, el candidato de la izquierda tenía asignados en ese periódico 28.7 por ciento, Peña Nieto 43.6 y Vázquez Mota 25.1 por ciento. Los 15 puntos de diferencia parecerían insuperables a simple vista, pero esos registros indican una caída de siete puntos de Peña Nieto en el transcurso de dos meses y medio, y un incremento de 11 puntos de López Obrador en el mismo lapso.
Las encuestas de Milenio coinciden con las de Consulta Mitofsky. Pero como se puede observar en la tabla, otras encuestas no dicen lo mismo, aunque coloquen a Peña Nieto en la cima, y por el contrario, sugieren la existencia de una dinámica más favorable a López Obrador. El detalle clave es la velocidad con la que López Obrador incrementa su votación potencial y si ese ritmo le permitirá llegar al 1 de julio empatado con Peña Nieto o por encima de él. Y parece que ese escenario no sólo es probable, sino inevitable.
El origen del vuelco en las posibilidades del triunfo de la izquierda en la elección presidencial se encuentra en la reorientación de la estrategia de López Obrador, a quien no parecía redituarle ni votos ni afecto la filosofía con la que amorosamente parecía estar poniendo la otra mejilla; la torrencial irrupción de los jóvenes universitarios que al grito “yosoy132” hicieron notar cuán desnudo deambula el candidato del PRI; la aparición en Estados Unidos de numerosas pruebas sobre la corrupción y los vínculos de prominentes priístas con las bandas del narcotráfico, y la confirmación de los viejos acuerdos secretos entre Peña Nieto y Televisa para moldear la imagen del priísta a través de un bombardeo publicitario con cargo al presupuesto del gobierno del estado de México.
Todo lo anterior ha resaltado públicamente las diferencias abismales que existen entre Peña Nieto y López Obrador en una perspectiva ética y moral, contraste que no ha pasado inadvertido para los electores que han sido encuestados ni para sectores que en 2006 se mostraron reacios a concederle crédito al candidato del Movimiento Progresista, como los empresarios, entre ellos muchos de filiación panista. Esos datos prácticamente no figuran en las encuestas, o no son explicados, pero mientras la imagen del candidato del PRI sufre un creciente deterioro, la percepción pública del candidato de izquierda mejora a pasos agigantados, muy probablemente a costa de los potenciales votantes de la aspirante del PAN y a pesar de la rabiosa campaña que los medios oficialistas han emprendido para hacer creer que Peña Nieto es inalcanzable o que la disputa todavía es entre tres como pretende el presidente Felipe Calderón.
El crecimiento electoral de López Obrador despertó los reflejos autoritarios que entraron en acción en los comicios de 2006, y es previsible que al final el PAN y el PRI se alíen en los hechos para tratar de frenar nuevamente a la izquierda. En un magnífico artículo, Lorenzo Meyer explicó en estas páginas el jueves pasado por qué esos partidos se han unido históricamente para enfrentar a la izquierda, y con mayor énfasis a la izquierda neocardenista que es la que personifica López Obrador, y por qué Vicente Fox reclama ahora para Peña Nieto el “voto útil” del panismo. Y la razón de ello es que el PAN y el PRI no tienen diferencias sustanciales, lo que explica el que la alternancia política del año 2000 no haya significado en los hechos ningún cambio de fondo en el ejercicio del poder ni en la definición de las políticas públicas. En esa connivencia histórica puede hallarse la explicación al hecho de que los escándalos de corrupción y complicidad con bandas del crimen, que involucran al PRI y al mismo Peña Nieto, no se reflejen en una mayor y abrumadora pérdida de credibilidad y empuje electoral, eso que tanto sorprende al diario The New York Times, que no se explica cómo es que Peña Nieto aún no se ha desplomado electoralmente.
La piel resbaladiza del PRI también se explica por la intervención de Televisa, que por sí sola representa un muro de contención ante la fuerza social que demanda la transformación del país. Televisa ha sido siempre un factor electoral, un poder fáctico como dice la moda que debe decirse, a favor del orden establecido, del régimen político cualquiera que éste sea, priista o panista. Pero ahora también Televisa sufre el sacudimiento producido por el movimiento de los jóvenes de Yosoy132, y no está en las mismas condiciones que antes para proporcionar sus servicios al régimen ni al PRI. Tarde o temprano iba a ser tocada esa estructura de poder, y no importa cuál sea el resultado de las elecciones presidenciales, el empuje de la indignación social que ha caído sobre el monopolio televisivo tendrá –lo tiene ahora mismo— un efecto corrosivo en la omnipotencia de esa empresa y en la complicidad de nacimiento que la mantiene uncida al gobierno.
Con manifiesta preferencia por los gobiernos del PRI, bajo cuyo patrocinio nació, en el año 2000 Televisa no mostró incomodidad alguna para servir con igual eficacia al gobierno del PAN. A los dos partidos sirvió mediante la manipulación informativa en la pantalla y la mediocridad cotidiana de su programación. Pero ni eso alcanzó hace doce años para impedir el desmoronamiento electoral del PRI, y tampoco parece suficiente ahora para obtener su regreso al poder, al cabo de dos sexenios de administraciones panistas que no se distinguieron en lo absoluto de los regímenes priístas.
El movimiento de los jóvenes apunta hacia el desmantelamiento del maridaje que el régimen político del PRI estableció con la televisión desde el origen mismo de este medio de comunicación, y sitúa la contienda por la Presidencia en el punto en que se quedó en el año 2000, después de que la alternancia política alcanzada con el panista Vicente Fox –luego con Felipe Calderón– dejó intacto el aparato del régimen priísta e inutilizó la idea del “cambio” con la que tanto apoyo social atrajo.
A los jóvenes de Yosoy132 les han bastado 30 días de movilización para evidenciar ante la nación la dictadura que Televisa, con su apabullante presencia en los hogares mexicanos, ha ejercido como instrumento de propaganda del gobierno, y en este momento para legitimar el regreso del PRI al poder.
La conciencia de que el país no puede seguir siendo modelado por Televisa como lo ha hecho con total impunidad durante décadas, sometiendo bajo su poderío a la sociedad y al Estado mismo, será quizás el elemento detonante de la posible derrota del PRI. Eso hizo más visible a López Obrador y posiblemente lo lleve a la Presidencia. No es sólo posible, sino muy probable.

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