Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Jesús Mendoza Zaragoza

Nuestra desmemoriada democracia

 

Tenemos una democracia de muy bajo nivel, que está sumida hoy en una crisis. Una democracia afectada por la inercia del pasado, que no logra afrontar el presente ni visualizar el futuro. Una de las causas del bajo perfil de nuestra democracia es, a mi juicio, la falta de memoria. El olvido, tan cultivado por quienes han mantenido el dominio cultural, político e ideológico, es un manto que cubre nuestra historia para partir siempre de “borrón y cuenta nueva”.
Como pueblo, carecemos de una conciencia de nuestro pasado, no hemos desarrollado la capacidad de organizar nuestra memoria con una valoración de nuestra historia. No tenemos la habilidad de leer los procesos históricos que han dado como resultado la actual crisis política con resonancia social. Hay la tendencia, tanto en la clase política como en la sociedad, a buscar las causas inmediatas y a construir sólo respuestas inmediatas. No nos damos cuenta de que los problemas de hoy se han ido gestando desde hace décadas y de que para explicarlos mejor hay que hacer una lectura con perspectiva histórica.  Para entender la violencia de hoy, por ejemplo, hay que remontarnos a la manera en que se ha afrontado el problema de las drogas desde la década de los sesenta por los gobiernos priistas y cómo lo afrontó el PAN cuando le tocó gobernar. Hay que entender también la compleja trama de la corrupción que se encaramó en el sistema político desde hace muchas décadas.
Precisamente, los procesos históricos son los que han dado como resultante nuestro crítico presente, este presente que parece que se nos va de las manos porque no lo sabemos dimensionar ni comprender. Y por esto mismo, se nos hace inmanejable o hacemos lecturas miopes que no nos dan para pensar con una visión de largo alcance. Hay quienes, por ejemplo, piensan que se pueden hacer los cambios que México requiere, a corto plazo.
El presente proceso electoral tiene, desde luego, una explicación coyuntural, pero es insuficiente. Hay que mirarlo con una perspectiva histórica, desde el pasado y hacia el futuro. De otra manera, estaremos eternamente atorados en un presente que no controlamos. ¿Cuáles son las opciones que tenemos los ciudadanos ante un proceso tan cuestionado y tan poco confiable? Este no es un asunto menor porque nos estamos jugando todo, la justicia, la paz, la libertad y la democracia. ¿Qué actitud tomar hoy delante del proceso electoral para dar un paso hacia adelante? Creo que nos conviene hacer memoria del pasado y sacar las lecciones para no abonar, de manera implícita o explícita, contra un futuro mejor.
Se nos han olvidado tantas cosas tan fundamentales de nuestra historia nacional, desde nuestros orígenes. Tenemos un pasado tan ingrato que nos duele reconocerlo y llamarlo por su nombre, creyendo que olvidar es el remedio. Dolorosas heridas del pasado siguen abiertas y se han hecho más profundas, y se anestesian con pan y circo. Las campañas electorales que estamos presenciando eso parecen, pan y circo. Y, precisamente, el sistema político es una herencia del pasado que ha generado tantos males, que nos ha metido en un callejón sin salida. Corrupción, impunidad, partidocracia, autoritarismo, colusión con el crimen organizado, son algunos de los daños graves que tienen su origen en el pasado, cuyos protagonistas están firmemente montados en el actual proceso electoral.
Pero también hay que recuperar la memoria de lo mejor de nuestro pasado, de las gestas populares, de las maravillas guardadas en nuestras comunidades, de la gran resistencia ante el sufrimiento, de la entereza manifestada en los tiempos difíciles, de la sangre de los mártires, de los logros sociales, de las fortalezas existentes en las culturas, de la reserva moral que ha habido en las mujeres, de los tiempos de gran solidaridad en los desastres. Lo mejor de la historia del país está en su pueblo y no en las élites. De hecho, nuestros pueblos conservan esta memoria en sus pequeñas y grandes fiestas, en sus símbolos muy queridos y en el arte popular.
Si queremos que las cosas cambien, tenemos que pensar en cambios profundos, que hacen necesaria la recuperación de la memoria. La actual crisis política, tan minimizada por los políticos, es una señal de alarma de eso, de que tenemos que buscar cambios profundos, no como los sucedidos con la alternancia del año 2000. Un cambio profundo requiere abandonar la dañina actitud de olvido que disimula el pasado, que genera impunidad, que no corrige a las instituciones inoperantes u obsoletas. Ésta es una responsabilidad social, una responsabilidad que debiera concretarse desde las pequeñas localidades, haciendo esfuerzos por recordar y entender el presente a partir de los procesos históricos y de los contextos más amplios. La memoria de los pueblos requiere ser despertada para que se puedan convertir en sujetos en la construcción de su futuro.
Es la historia desde las comunidades, que necesita ser narrada y escuchada, son las historias de las víctimas que necesitan ser atendidas mediante acciones de justicia restaurativa y de reparación de los daños, son las historias que se van recuperando desde dentro y desde abajo de los procesos sociales. Es el establecimiento de la verdad histórica, avalada por la memoria de los pueblos. Desde luego que éste es un desafío monumental que tiene que irse construyendo en el seno de la sociedad y que requiere de alianzas de actores sociales interesados en la transformación del país. Recuperar la memoria es una tarea colectiva e incluyente que tiene la virtud de reconstruir nuestra identidad y de generar un proyecto de futuro.
Sin memoria no hay identidad. No recordamos quiénes somos hoy cuando perdemos la memoria de lo que hemos sido antes. La memoria nos recuerda quiénes somos y de lo que somos capaces. Nos recuerda nuestras fortalezas y nuestras debilidades, nos pone en condiciones de reconocer nuestras heridas históricas y nos lanza a curarlas de raíz. Sin memoria somos un pueblo fragmentado, disminuido, acomplejado; sin energías para asumir el presente colmado de tragedias; y sin visión para diseñar el futuro. Sin memoria, votaremos hoy por los corruptos, por los amigos de los narcotraficantes, por los que han estado vendiendo a la patria, por los que muestran un gran desprecio a los pobres ofreciéndoles dinero o espejitos a cambio del voto.
Sin memoria no tendremos democracia ni tenemos futuro.

468 ad