Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

José Gómez Sandoval

POZOLE VERDE

*Dos novelas de Herminio Chávez Guerrero / 4 y última

 

Arrieros cantadores

En Surianos y en Montañeros, de tepecoacuilense Herminio Chávez Guerrero, prepondera la descripción de la imponente naturaleza y el perfil de los pueblos a través de sus costumbres y leyendas. En Surianos, sobre la línea de la desaparición del arrierismo, asistimos a ferias y a posadas donde, por las noches, se encuentran viajantes, arrieros, bandidos y cantadores. Las coplas están a la vuelta de la esquina y distienden el drama del relato. Y no todas son contras. Hay románticas:
Usted, marino, tienda su lancha,
lleve una estrella que /
es mi esperanza;
y si esa estrella deja de existir,
ay, marino mío, déjeme morir!

Otras, más de cantina:

Quien presuma de muy macho
a tres cosas ha de oler:
a licores, a tabaco…
y a verija de mujer.

El citado Corrido del tren resulta un canto a la modernidad representada por el ferrocarril. Por sus versículos interminables, quizá se canten como corrido de la Sierra. El menos ostentoso de ellos dice (para dar una idea): Como Francia hizo las invenciones del vapor, / la Ley bancaria objetó luego unificar el porvenir; / tendió las redes del teléfono y ese cable transmisor, / y sus millones construyeron ese gran ferrocarril…

Cuando las aves cantan el indio muere

Los Montañeros tejen palma (con la que granjeros gringos protegerán del sol sus huertos), se curan con plantas, saben guisar un buen yelopozole, en los eclipses ven una gran batalla entre la Luna y la Tierra y aún se sienten amparados por la deidad de piedra que llevan en andas, a ritmo de teponaxtle, oculto. Para ellos, el canto de las aves “presagiaba catástrofes para su pueblo”. El nocturno lamento de los búhos hace contar al maestro rural que acompaña a Juan Bremes la leyenda del pájaro Cú. Ésta va, casi íntegra, así:

El pájaro Cú

Dicen las leyendas que cuentan los viejos de mi tierra, que en esta Sierra Madre del Sur hace muchos siglos no había aves nocturnas, todas gozaban de la vida libre bajo la resplandeciente mirada de los ojos rubios del sol. La totalidad de estas aves tenían sus nidos en las copas más más altas de los árboles, de manera que no padecían frío, ni se mojaban al paso de las tormentas. Pero una noche el pájaro Cú descuidó recogerse oportunamente y fue sorprendido por una tempestad en pleno corazón de bosque… El viento helado y la granizada azotaron al desdichado animal, que al día siguiente estaba hambriento y aterido, y lo que era peor, sin ninguna pluma en el cuerpo. Hubiera muerto si no pasa por ahí la lechuza, que salía en busca de alimento. El animalejo aceptó ir a casa de la lechuza y desde ese día recibía el alimento necesario… Así transcurrieron los días, las semanas, los meses. Hasta que un día la lechuza propuso que, en virtud de que él estaba imposibilitado para procurarse lo necesario, se quedaría en casa, mientras ella en calidad de esposa sería la responsable de que en el nido nada faltara. El pájaro Cú aceptó, apenado, pues pensaba que un esposo jamás debe depender de la hembra, a menos que fuera un desvergonzado o por causa de fuerza mayor, como en su caso. Convenido el matrimonio, los correcaminos regando por el monte la noticia y poniendo al tanto a todas las aves sobre el próximo enlace… Los invitados discurrían sobre cuál sería el mejor presente que ofrecer a la pareja, y sobre cómo ir vestidos a la boda.
Por fin llegó el día esperado… y aún no quedaban de acuerdo sobre el regalo que darían a los novios. Una calandria propuso construirles a los novios un nido colgante, pero el ofrecimiento se desechó porque el novio no sabía volar. El carpintero opinó que se les obsequiara un agujero que él mismo abriría, a una altura conveniente, tomando en cuenta la desventaja del desposado. El perico dijo que el mejor regalo nupcial sería un vestido para el novio y pedía que cada ave obsequiara una de sus más hermosas plumas. Con gran regocijo fue recibido el magnífico pensamiento del perico, probando así que no solamente para inventar leperadas sirve simpático este animal, e inmediatamente se acordó llevarlo a la práctica.
El tecolote y la pochacua serían los padrinos; el cura sería el zopilote, pues en su favor alegó que ya tenía la sotana.
Y dieron a conocer a la pareja lo acordado respecto al regalo. De inmediato las aves empezaron a obsequiarle la pluma que les correspondía donar. El pájaro Cú agradecía con lágrimas en los ojos, al mismo tiempo que iba colocando sobre su cuerpo desnudo las plumas regaladas. Cuando acabaron de vestirlo el esposo presentaba un aspecto de fantasía; tenía plumas de todos tamaños, colores y formas; era, desde aquel momento, el pájaro más hermoso de la serranía. No sabía cómo agradecerles tanta bondad y dijo que con nada pagaría lo que habían hecho por él, agregando:
–Como siendo muy joven me quedé sin plumas, no conozco la sublime sensación del aire en mis alas, ni la satisfacción de posarme en las ramas de los árboles y contemplar desde allá el paisaje incomparable del monte. Permitidme alzar el vuelo y llegar a una de esas ramas crujientes.
–Sea –dijeron las aves–, con tal que los padrinos y la novia se comprometan a que el pájaro Cú regrese al festín.
–Que suba –contestaron los que aceptaron el compromiso, con tal de complacer al solicitante.
El pájaro Cú subió presuroso a las ramas vecinas. Después dijo:
–Yo nunca he sentido en mi cuerpo la caricia del aire que corre por las copas de los árboles más altos; permitidme que llegue a los altos pinos y desde allá divise el horizonte, tan lejano como arrobador.
–Sea –contestaron condescendientes a la súplica–, con tal que los padrinos y la novia hagan regresar a nuestro protegido.
–Que suba –dicen los que aceptan el compromiso del retorno.
El pájaro Cú subió, retozón.
Engolosinado con la ascensión, solicitó:
–Yo nunca he tenido el placer de levantar el vuelo hasta las grandes alturas, asomarme a las ventanas de las nubes, contemplarme en el espejo de las estrellas y posarme en un rayo del sol; permitidme que lo haga por esta vez siquiera.
–Sea –conceden todos–, con tal que los padrinos y la novia le convenzan que vuelva a la fiesta.
–Así será –contestan los tres del compromiso.
Entonces el pájaro Cú se eleva de las copas de los pinos en vuelo vertiginoso, atraviesa el firmamento hasta perderse en el mar del cielo. Las demás aves admiraban desde la tierra la elegancia del ave premiada, embelesados con su hermosura. El pájaro Cú subía hasta que se fue perdiendo en la inmensidad. En vano esperaron que regresara, porque jamás volvió. Los animales, al verse burlados por aquel mal agradecido, penaron, tanto a los padrinos como a la novia abandonada, a buscar por mar y tierra al fugitivo, con la obligación de regresarlo a la montaña para aplicarle el único castigo que le ingrato merecía: desnudarlo.
Desde entonces estas aves son nocturnas y buscan al pájaro Cú por caminos y cañadas, llanuras y montañas, sin que al parecer hasta ahora hayan dado con él. Los tres le llaman por su nombre con voz entristecida, con la esperanza de que alguna noche les conteste desde su invisible morada:
–…Cú cú cú.

Cada quien su cucú

No hace mucho, Amadeo Calixto dejó a un lado su portafolios ejecutivo y me contó que había escrito varios relatos, entre ellos lo que escuchó sobre el pájaro Cú cuando era niño, en la Costa Chica de Guerrero. Su versión incluye las plumas de regalo, la presunción altanera del pájaro y, como la de Chávez Guerrero, concentra su efecto legendario en el cú misterioso con que concluye. Si no me equivoco, Amadeo habla de cucuchitas, pajarillos nostálgicos que en otros pueblos conocemos como tortolitas. No dudo que este canto nocturno sea el punto de la realidad donde la fantasía popular se apoya y se pone a jugar. Como quien dice, esta leyenda (re)empieza, nos obliga a reciclarla, con el cú cú cú, justamente cuando termina.
Enseguida recordé El murciélago, de don Andrés Henestrosa, que comparte la estructura narrativa básica y el desenlace con el pájaro Cú. ¿La diferencia? Si de éste queda su cantillo nostálgico, el murciélago oculta su fealdad y su vergüenza en cuevas, y sólo sale de noche, cuando nadie lo ve.
En otro Pozole ya recordamos cómo le subió la presión sanguínea a Andrés Henestrosa cuando exigió que su nombre acompañara las anécdotas zapotecas míticas que rescató, redactó y publicó, con otros textos, en Los hombres que dispersó la danza, ya que –adujo– “la mitad del material con que están compuestas estas leyendas fue inventado por los primeros zapotecas, pero la otra mitad la inventé yo”. Al último quedamos en que cada ciudadano puede escribir su propia versión de hechos y leyendas populares, aunque cada día se reducen las posibilidades de que los reincidentes afirmemos que todo lo retomamos de la tradición oral.
¿Qué diría, sobre esto de firmar leyendas populares, Herminio Chávez Guerrero? Quizás un día de estos nos volvamos a topar con Amadeo y traiga el texto de su pájaro Cú en su portafolios ejecutivo.

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