Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Semana Santa en Acapulco vista con los ojos de los de acá

Aurelio Peláez

-¡Ése, ése, chíflale…¡
El “fiu fiu” apenas sale con algo de aire. Ellas ni se dan cuenta. Ellas dos tienen 13, 14 años. Ellos seis, quizá uno o dos años menos. Ellos, chaparrones, cobrizos; short y playera y descalzos. Acaban de cruzar la Costera, por los rumbos del parque Papagayo, hacia la playa. Vendrán de alguna parte de la Progreso o quizá del Renacimiento o la Zapata. Con sus ojos nuevos, estrenándose en esas imágenes de la Semana Santa en el Acapulco donde nacieron; iniciándose, debutando identidad, descubriendo a los otros, esos que se dejaron venir en estos días de abril de diversas partes del país. De vacaciones, claro. Ellas, delgadas, altas, güeras. Niñas bellas que ameritan el “fiu fiu”, ese silbido que sale del valor anónimo que da ir en grupo, en montón. Ellas se siguen de largo y ellos reacomodan la mirada hacia la playa, a ese mundo por descubrir. A su manera también son sus vacaciones. Rostros felices. ¿Así éramos no, guey?

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La mañana del miércoles, y también la del jueves, la ciudad se le parecía ir de las manos a los gobiernos de acá, ambos sustitutos. Al alcalde, Luis Uruñuela, y al gobernador, Rogelio Ortega, se les avecinaba un tormentón. Por dos días, los policías de la ciudad, en paro total desde hace más de ocho meses, propiamente una huelga en la que no hay salarios caídos, amenazaron un día con cerrar la avenida Cuauhtémoc, y al otro la Costera. Y es que por primera vez en 16 quincenas sin trabajar se les retuvo el salario. Las causas del paro se conocen acá: que una parte no pasó el examen de confianza, del gobierno federal, corrieron a unos, y todos pararon. El miércoles y el jueves también un líder de colonos del municipio, del que su homónimo Genaro Vázquez (Solís), hijo del comandante Genaro Vázquez (Rojas), que encabezó la guerrilla de la ACNR en los 70, reniega, también amenazó con cerrar la avenida Costera en plena Semana Santa. Carentes o escasos de autoridad, las autoridades cedieron a las pretensiones de los movilizados, pues desalojarlos implica un riesgo político. Todo sea porque funcionen las cosas en vacaciones: pagarán a los policías y le harán sus obras al homónimo (Flores), un especialista en el chantaje político.
–Uf, la ciudad regresa a su caos normal.

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En el origen fue el caos. El chofer del taxi colectivo (de los amarillos) explica Acapulco a un turista. Ruta Colosio-Costera.
–La Gendarmería llegó para hacer presencia, jefe. O sea, si hay pedos no se meten. ¿Ya ve pues que no hay policía acá? O sea, aquí están pero no se meten en pedos si hay un desmadre. Se pasean, como son como guapos, se pasean con las chavas. Yo los he visto que las suben a las motos, pues. Y son re pedotes. Yo la otra vez subí cuatro al Alba Suit. Agarraron el modelo de Francia, jefe. La Gendarmería de Francia. Pero allá son de 1.85 el más chaparro. Capacitados. Ya ve que se subieron a un cerro para rescatar lo que quedó del avionazo ese, de muchos muertos. Acá 1.70 cuando más. O sea, vienen como del Estado de México. No conocen Acapulco. Nomás se pasean en la Costera.
El taxi se detiene. Los gendarmes federales –que se apersonaron de manera permanente desde noviembre–, a la altura de la calle Wilfrido Massieu, Gran Plaza, hacen un corte a la circulación. Dejan pasar a tres monigotes del Doctor Simi de una de sus tiendas hacia la otra. Los doctores simis les bailan frenéticamente en agradecimiento. El calor sofoca.

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Acapulco Tradicional, Dorado, y desde hace algunos años, Diamante. Lugares para hospedarse, de cinco a cero estrellas; ésta última, los parientes que sólo se aparecen con todo y el perico a la casa de la familia de Acapulco, sin avisar. O los que llegan con el comal buscando una playa en donde acampar. Son casos extremos, nada para estigmatizar, pero los que mas ruido dejan. Hay, claro, el turismo Diamante, ese que los locales no vemos porque queda allá lejos, y el Dorado y el Tradicional, que es con el que convivimos. Un turismo mixeado, que lo mismo ocupa un cuarto de hotel de la avenida Costera, que baja al Oxxo a comprar las chelas y las botanas. Familias que dejan el presupuesto en el restaurant, y las que llegan con la hielera llena de chelas y los sándwiches ya preparados. Grupos que abren la cartera para despacharse a conciencia un huachinango al mojo de ajo desde una carpa en la playa –pedido con su debida propina al mesero de un restaurante– que los que disfrutan como un boccato di cardenale (comida de cura rico) las quesadillas de papa de las vendedoras de a pie sobre la playa, de a 20 pesos.
Frente al mar estos bocados. Tanto que si bien acompañados con sus respectivas cervezas o alcoholes uno estará en las condiciones en las que el compositor de Acapulco, José Agustín Ramírez, entendió el vuelo de las gaviotas en las tardes como “… palomas blancas que dicen adiós”. A guefo.

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Carta para mi hija Mariana, que no pudo venir de vacaciones:
“La ciudad sigue más o menos como la dejaste hace 10 años. Los urbaneros (choferes de camiones), siguen haciendo lo que les da la gana. Circulan a velocidades impropias (o muy rápido o muy lento). Se paran donde les da la gana. No hay agentes de Tránsito. Cruzar la Costera o la Cuauhtémoc es un pedote (bueno, ya entiendes esta palabra), arriesgas el pellejo. El Zócalo es un pinche desmadre (de hecho, no lo hay, hay una mitad libre con un piso de mármol cochino, otra recubierta, y todo huele a alcantarilla; está lleno de vendedores ambulantes y los boleadores andan siempre de mal humor). El Astoria (ese café donde íbamos a las conferencias de prensa) ya no existe. Tampoco hay librerías como en la ciudad de México, y el que vendía libros usados en la plazoleta de Sor Juana ya huyó a Perú (se la quemaron unos cu… ya sabes). La novedad ahorita es que reestrenamos La Diana. Estaba como en un cerrito, una fuente como escurrida, ¿te acuerdas?, pero cuando fue lo del Mundial (ya sé, no te gusta el futbol y odias al América), unos güeyes se subieron hasta arriba, le robaron el arco y ahora el gobierno federal la remodeló sin preguntarle a nadie y te describo lo que hicieron:
–Una medio arco de metal gigante que sale del suelo y sostiene a La Diana= un tubo oxidado ondulado.
–Tiene algo arriba= tortícolis.
–Abajo está rodeada de una estructura= un montón de lápidas.
–Ya la vi bien, es la escultura de La Diana= de lejos parece un grifo gigante.
–Igual no se ve, no es como la de Reforma= acá pasa por llavero.
–Se supone que La Diana debe apuntar al norte= dirige su flecha hacia la oficina del alcalde con licencia Walton. Parece que algo quedó a deber.
Ya sé, ya sé, naciste acá. De todos modos, besos… mi chilanga”.

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