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Julio Moguel

 

Pedro Páramo en la vida  de Carlos Fuentes. 1955-2015: sesenta aniversario de la  novela de Rulfo

 

Breve nota introductoria

Este 2015 Pedro Páramo cumple sesenta años de edad. Dado que es considerada por muchos –Borges, García Márquez, Herzog (el famoso cineasta alemán)– como la mejor novela mexicana de todos los tiempos (e incluso de la literatura universal, en referencia expresa del autor de El Aleph), me pareció importante enviar a El Sur este texto, en calidad de homenaje.

Encuentros entre Carlos Fuentes y Juan Rulfo

Como si por algún extraño designio hubieran tenido que cruzarse de nuevo en el camino, Carlos Fuentes murió apenas unas horas antes de que se cumpliera el aniversario 95 del natalicio de Juan Rulfo (Fuentes murió el 15 de mayo de 2012; Rulfo nació el 16 de mayo de 1917). Lo que podría llevar a pensar, desde una particular mirada mística o religiosa de las cosas, que el autor de La muerte de Artemio Cruz posiblemente aceleró la marcha para no ser recordado en el empalme temporal con tan extraordinaria e imperecedera rememoración del jalisciense.
Lo cierto es que, en efecto, Carlos Fuentes y Juan Rulfo tuvieron a lo largo de la vida más encuentros que desencuentros, en una relación relativamente poco conocida y que algunas plumas literarias quisieran dejar en la oscuridad o en tremolina pues –por razones que aquí no viene al caso señalar– han buscado a cualquier costo subestimar o devaluar el gran legado de Rulfo.
Un primer encuentro vivo entre Fuentes y Rulfo se dio en el mismo año en que apareció la gran novela de este último, 1955. Digamos, sólo para tener los referentes básicos, que ya para entonces el primero había publicado su libro de cuentos Los días enmascarados –1954–, y que en el año de la aparición de Pedro Páramo ya hacía sus mayores esfuerzos para dar forma a la novela que tres años después de publicada la novela de Rulfo lo lanzara a la fama, La región más transparente.
Aparecida en marzo del año referido, Pedro Páramo fue objeto de una primera presentación crítica por parte de Carlos Fuentes en el número 6 de la revista francesa L’Esprit des Lettres, publicada sólo siete meses después. Conviene citar algunas líneas del texto:
“Con Pedro Páramo, publicada recientemente por el Fondo de Cultura Económica […], el joven escritor Juan Rulfo renueva y fertiliza el campo de la novelística mexicana. Ésta, después de los grandes testimonios de El águila y la serpiente, de Martín Luis Guzmán, y de Los de abajo, de Mariano Azuela, no había podido superar el carácter naturalista y superficial de tesis que a esas dos novelas parecían condenarla. Ahora, Rulfo ha comprendido que toda gran visión de la realidad es obra, no copia fiel, de la imaginación, y […]  ha captado los tonos de la naturaleza interna de México […] Y su lenguaje es, por primera vez en nuestra novela, el que el pueblo siente y piensa, y no ya la reproducción del que el pueblo habla. El éxito de Rulfo en este orden marca, en la literatura mexicana, una revolución semejante a la de García Lorca en las letras española. Ambos logran, en el dominio artístico, que el lenguaje popular exprese conflictos que la copia fiel y sin matices no hace perceptibles. Ambos, por medio de la imaginación poética, lo hacen transmisible y, por tanto, utilizable y perdurable en la literatura” (La traducción del francés es nuestra, JM.).
Destaca en esta cita la claridad con la que el joven Fuentes se acerca tan tempranamente a la novela de Juan Rulfo (Fuentes tiene entonces apenas 27 años; Rulfo 38). Pero muestra a la vez dos de las cualidades mayores del autor de Aura, a saber: la voracidad y pasión con la que acometía la tarea de leer todo lo que en ese momento se escribía en México (y en otras partes del mundo), y sus capacidades para abrir oportunas ventanas de conocimiento y divulgación de lo mejor de nuestra literatura en el extranjero.

El “antes y el después” de la vida de Fuentes

Todo indica que aquella primera aproximación a la novela de Rulfo marcó en definitiva un antes y un después en la vida de Fuentes. A partir de ese específico año (recordemos: 1955) todos los escritores de México quedaban obligados a reconocer que las letras mexicanas habían alcanzado un máximo nacional-universal de posibilidades expresivas, en un salto monumental que nadie esperaba. Entre los que ya habían hecho algún aporte a la literatura en el nivel que los nuevos tiempos de renovación universal estaban exigiendo acaso se encontraba Agustín Yáñez (con Al filo del agua) –sin descartar sin duda esfuerzos específicos pero aún demasiado acotados de algunos de los denominados escritores de la Revolución Mexicana–, pero el alcance de la proeza artística de Rulfo rompía con cualquier medida de gradualidad o con cualquier esfuerzo analítico de nivel comparativo que pretendiera ubicarlo en los marcos específicos de alguna generación o de una determinada escuela. Tal fue la idea que el propio Carlos Fuentes mantuvo durante décadas. En un texto escrito en 2001, el autor de Tiempo mexicano dijo:
“En 1955 publiqué un breve ensayo sobre Pedro Páramo en la revista francesa L’Esprit des Lettres. No iba yo mal acompañado, pues en el mismo número (6, noviembre-diciembre de 1955) escribían Jules Supervielle y Lanza del Vasto, Paul Eluard y Jean Giono. Señalo este hecho para recordar el esfuerzo que llevamos a cabo algunos escritores de ese momento en defensa de una novela que, medio siglo más tarde, es considerada una de las mayores, en cualquier lengua, de la pasada centuria y, para mí, la mejor novela mexicana de todos los tiempos […]” (Prólogo de Fuentes a México: Juan Rulfo fotógrafo, Lunwerg Editores).

La mejor novela mexicana de todos los tiempos

“La mejor novela mexicana de todos los tiempos”, eso es lo que dijo Fuentes en 2001, redondeando lo que había perfilado en su breve ensayo de presentación de Pedro Páramo a los lectores franceses en noviembre-diciembre de 1955, y repitiendo letra a letra el señalamiento que ya había hecho en 1980 en su ensayo “Radiografía de una década: 1953-1963”, aparecido en su libro Tiempo mexicano. Años antes, en 1973, el autor de La región más transparente había señalado en una entrevista a James R. Fortson: “Ya quisiera yo haber escrito una novela como Pedro Páramo, ¿verdad? Me tiro al Sena al día siguiente, con una pesa amarrada al cuello”.
Se parece mucho a lo que en 1978 Gabriel García Márquez, otro grande de la literatura universal, dijo en torno a la misma obra de Rulfo: “Si yo hubiera escrito Pedro Páramo no me preocuparía ni volvería a escribir nunca en mi vida”.

Una mirada a las “otras miradas” sobre la obra de Rulfo

Víctor Jiménez, director de la Fundación Juan Rulfo, hacía, sólo para el año 2010, el siguiente apunte en torno a las traducciones de las obras de Rulfo: “En abril de 2010 supimos de la traducción al feroés (lengua de las Islas Feroes, departamento autónomo de Dinamarca) de Pedro Páramo, en versión de Marianna Hoydal. Esta edición se realizó sin contrato y la información que tenemos es indirecta. La editorial posiblemente sea Sprotin. Independientemente de las condiciones de su publicación, esta edición es otro testimonio de ‘las traducciones que implican una reivindicación cultural nacional’, como las del euskera y el gaélico […] También en 2010 se publicó la nueva traducción al chino de El Llano en llamas, por el mismo editor Yilin Press. Tampoco, como en el caso de Pedro Páramo, sabemos el nombre del traductor […] En estos momentos se está haciendo una nueva traducción de El Llano en llamas y Pedro Páramo al turco, e igualmente está por aparecer una nueva versión de Pedro Páramo al árabe, en Marruecos”.
Para quien no se haya topado con ella, presento aquí la opinión sobre la obra del escritor jalisciense del cineasta alemán Werner Herzog, vertida para la prensa en marzo de 2011 (una versión integrada de esta opinión de Herzog es presentada por Víctor Jiménez en el libro Juan Rulfo: otras miradas, de Juan Pablos Editor-Fundación Juan Rulfo). Así registró La Jornada (26 de marzo de 2011) algunas de las palabras expuestas por Herzog en conferencia: “Siento mucha afinidad con Joseph Conrad, Hemingway y Juan Rulfo, quien viajó por México vendiendo neumáticos y era un gran escritor. Para mí, Pedro Páramo es la pieza más fina, no sólo de la literatura mexicana, sino de toda Latinoamérica. La experiencia de la poesía detrás de esa obra es una visión muy profunda; Pedro Páramo es el libro al que regreso siempre; puedo repetir sus pasajes de memoria”.

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