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Transcurre en calma el viacrucis en Taxco, pese a los rumores de movilización social

No obstante a las cifras oficiales de ocupación hotelera, al cien por ciento en estos días, en la afluencia real en las calles se nota una baja en relación con años anteriores

 

Claudio Viveros Hernández

Taxco

En el viernes de la Semana Santa en Taxco, se representó al mediodía, la procesión de Jesús camino al Calvario y las tres caídas, previas a la pasión y muerte, así como la procesión del Santo Entierro por la tarde, a las que siguieron a la medianoche la Procesión del Silencio, todas caracterizadas por la fe, el duelo de los lugareños y por la peculiar participación de los penitentes, con un sello de misterio y exhibicionismo.
Pese a las cifras oficiales de ocupación hotelera, al cien por ciento en estos días, la afluencia real se vislumbró en las calles donde se notó una baja en relación con años anteriores, lo que en parte se relacionó con la tragedia en la vecina ciudad de Iguala y la falsa alarma que se expandió, sobre la posible presencia en esta ciudad de alguna movilización social, lo que finalmente cayó ante una celebración religiosa blanca, sin mayores incidentes que los congestionamientos, el ambulantaje sin control y los abusos de prestadores de servicios.
Al amanecer de este viernes las actividades se reanudaron sin contratiempos a las 6 de la mañana, tras la larga jornada del jueves, que se extendió a las primeras horas de ayer, con la impresionante procesión de Los Cristos.
A las 10 de la mañana, la capilla de San Nicolás mostró bastante actividad, que inició con la procesión que sale de ese lugar hacia el zócalo en el que se escenifican las tres caídas, con la imagen de Jesús cargando una pesada cruz sobre sus hombros, siempre custodiado por medio centenar de soldados romanos, representados por igual número de jóvenes y adultos, entre ellos algunos niños, al compás de una flauta y un tambor, que emiten notas peculiares de festejo militar.
A la par del paso de la procesión, con una avanzada de personas que portaban enormes cirios encendidos, se intercalaron penitentes hombres y mujeres, todos en el anonimato, cubiertos con un capuchón de color negro y vestimenta del mismo tono; unos con la carga en sus hombros de espinas atadas a sus brazos, con el torso desnudo y los pies descalzos, con las huellas de la sangre en sus espaldas, derivados de los azotes de la flagelación de la noche anterior; y ellas con vestimenta toda negra y capuchones, por donde sólo asoman sus diminutos ojos, descalzas, con crucifijos sobre sus manos y cadenas atadas a sus tobillos.
Ante las altas temperaturas, que calaron hasta los huesos, y el calentamiento de las calles empedradas la penitencia se incrementó para los integrantes de ambas hermandades que, en los descansos que tuvieron, se refugiaron en las orillas de la ruta en búsqueda de las sombras de los árboles y los tejados de las casas cercanas, para amortiguar el contacto de los pies y las piedras casi en ebullición, no así los fieles, quienes no se despegaron del trayecto y se mantuvieron de pie, a paso lento en una, dos y las tres caídas, mientras transcurría el sermón.
El sacerdote anónimo, de quien sólo se escuchó la palabra a través del sonido local, expresó aquí en un mensaje en todas direcciones: “Y podemos caer muchas, muchas veces, hasta pudiéramos pensar que eternamente, por el pecado, nuestras caídas nos pueden hacer perder el paso y el rumbo de la vida; la perdición, la falta de sentido sería la peor caída nuestra, la peor caída del hombre”.
Agregó que “la perdición, el extravío, la vida vacía y sin sentido es siempre una posibilidad, pero puede ser el fracaso, el más absoluto fracaso del amor, de la esperanza”, a lo que sumó el tema de la libertad, pues sostuvo “somos libres y en nuestra libertad, podemos hacer una historia con Dios o sin Dios”, para sentir la presencia de Jesús y entonces “continuar el camino de la vida, llenos de fortaleza y esperanza” porque el calvario también “es un símbolo de nuestra propia vida”, sentenció.
Por la tarde, luego de la crucifixión en el templo del ex Convento, así como la liturgia de la pasión y muerte de Jesús en la parroquia de Santa Prisca y San Sebastián, aconteció el descendimiento de la imagen y el pésame a la Virgen de los Dolores, para proseguir la procesión del Santo Entierro, con una hermandad que carga la imagen de Jesús y recorrió las calles con decenas penitentes, en medio de cientos de fieles, observadores y la música lastimera en señal de duelo, a cargo de músicos que preservan obras y notas originales, donde a la medianoche seguiría la procesión del Silencio, en luto absoluto que impacta, como reza el lugar común, a propios y extraños.
La única amenaza, y natural, fue una leve llovizna que se negó a caer de lleno para apaciguar el calor o para evitar una estampida de la gente que se mantuvo ahí, de cerca, en espera de la aparición y el paso de la imagen del Santo Entierro en una tarde-noche nublada.
Aquella amenaza, regada a través del ciberespacio y los rumores de la gente, ante presuntas acciones de protesta en plena Semana Santa que se anunciaron y ligaron vanamente con los familiares y padres de los estudiantes normalistas de Ayotzinapa, pareció esfumarse.
Apenas fue un eco que permanece en ese ente social, que no olvida y guardó en esta tradición religiosa, donde de acuerdo con reportes de integrantes de la comisión organizadora, todo transcurría con normalidad hasta el el anochecer.
La marea humana salió a las calles, la Semana Santa la hicieron suya, en una celebración única que congrega a todos, taxqueños, turistas, católicos y no católicos, de todo como en botica, regados por todos los rincones, unos en la reflexión y los demás en periodo vacacional, para el disfrute, el descanso y lo que resulte a la menor provocación de los placeres del paladar, de la carne y las bebidas espirituosas en este Taxco, un antiguo real de minas, cuna de los mineros en huelga que sufren otro viacrucis ante la negligencia de la empresa del Grupo México para dar solución a sus demandas, de seguridad y mejoras salariales.

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