Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

En El Treinta, un ritual en el que no faltan los 43 normalistas desaparecidos

El juicio sumario hecho a Jesucristo recuerda los procesos judiciales que se hacen en Guerrero

 

Óscar Ricardo Muñoz Cano

VIII

Ya en la explanada y bajo el rayo del sol, soldados, acusadores y penitentes están seguros de una cosa: siempre es posible lo peor.
–¿Por qué? ¿Por qué me has abandonado? Son los gritos que se escuchan en medio de una nube de polvo que apenas y dejaba ver a los cientos de personas que se arremolinan al pie del cerro para ver el final; niños corren y van para acercarse y observar, señalar, lamentar, mientras sus padres disfrutan el espectáculo de la mano de alguna cerveza.
–¿Padre, por qué me has abandonado? Dice una y otra vez a sabiendas de que ni los clavos en las manos, los golpes en las piernas o la corona de espinas lo hacen sufrir tanto como el silencio.
Jesús agoniza, tiembla, gime y desvaría; busca una respuesta mirando a todos lados y no la encuentra (quizás y al último perdió la fe con los latigazos).
–“Padre, perdónalos, no saben lo que hacen”, se lamenta resignado ante los flashes de los fotógrafos y las grabadoras de los reporteros.
Un arroyo de sangre, lágrimas y sudor se forma sobre el cuerpo delgado de Jesús a quien la ansiedad ataca una y otra vez con la misma fuerza con que los soldados lo pican en el costillar o le envenenan la boca con vinagre.
Parpadea, escucha una voz, o cree escucharla, mientras un viento fresco le pega en la cara y sonríe; “Padre, en tus manos encomiendo mi alma”, susurra mientras su cabeza se cuelga por última vez.
En el cielo ni una nube y acá en la tierra ni otro viento fresco. Son pasadas las 3:30 de la tarde y Jesús de Nazaret acaba de morir en El Treinta.

VII

Hay violencia en las calles que nos recuerda que no es poblado tranquilo; los soldados romanos a punta de palos intentan mantener a raya a los fotógrafos y la muchedumbre que quieren ver de cerca la golpiza; el arquitecto Domitilo Soto se tumba frente a Jesús y le planta una cartulina “Nos faltan 43”, pero con la cruz a cuestas el nazareno no alcanza a entender.
El camino, que cruza por la carretera nacional México-Acapulco, va desde el corral de toros hasta el cerro, y es de apenas dos kilómetros, suficientes para que Jesús caiga tres veces; María, su madre, le pide a gritos que desista, que use su poder, que haga algo digno del hijo de Dios.
Jesús levanta el rostro y la mira y no dice nada. (Tal vez porque en el trayecto pensaba y pensaba que no era fácil sentirse hijo Dios y tener que morir como un hombre de la manera más cruel).
Antes de llegar al pie del cerro, Judas aparece y le grita en medio de la muchedumbre llena de vendedores de aguas, sombreros y abanicos: “Jesús, que tu cuerpo y el mío se encuentren en la eternidad”, para después dejarse caer de un árbol y morir en un acto de profundo amor y cumplir así, con su traición, la profecía. (Si no, ¿de qué otra manera Jesús se podría proclamar el hijo de Dios?).

VI

Poncio Pilatos, a pesar de los berridos de Claudia, su mujer, y María la madre de Jesús, acepta que el pueblo deje libre a Barrabás, ladrón y asesino, y no a Jesús, en medio de un proceso judicial muy propio de Guerrero; sólo las acusaciones de los sacerdotes judíos replicadas por la muchedumbre bastaron.
No obstante hay una última tabla de salvación: ¿Eres tú el Rey de los judíos, el que se proclama Rey de reyes? (Jesús dudó en responder una y otra vez; es posible que después de todos los latigazos, ataque, golpes, especulara sobre la posibilidad de no ser hijo de Dios, y si sí por qué no, decidir cómo y cuándo sacrificarse por los hombres).
–“Tú lo dices,… Mi reino, no es de este mundo”, contesta finalmente mientras a lo lejos Barrabás se ufana y grita al público:
“Maté, robé y sin pensarlo me salvé”.
–“… (Jesús) Cristo fue acusado de alborotador, blasfemo y de ir en contra de la voluntad del César. También fue acusado de nombrarse Rey de reyes y por todo lo anterior será crucificado en el monte…” Firma Poncio Pilatos, gobernador romano para después lavarse las manos.
El público corre a acomodarse para ver la crucifixión que además será triple: los criminales Dimas y Gestas irán con el nazareno.

V

Jesús no ayuda a quienes quieren ayudarlo; confunde con sus enigmáticas respuestas a sus jueces: “Yo para esto he nacido”, “para esto he venido al mundo”, mientras sus acusadores, los sacerdotes judíos, se plantean incriminarlo en delitos religiosos y también políticos.
(A decir del doctor en leyes Roberto Miranda Moreno, Jesús fue sometido en forma arbitraria a un arresto por delitos no comprobados; el juicio a Jesús fue sumarísimo y con falsos testigos de cargo; Poncio Pilatos tuvo hasta tres oportunidades para absolverlo, pero cedió ante la presión de la casta religiosa judía y, la sentencia contra Jesús no fue apelada por carecer de las prerrogativas y calidades de ciudadano romano).
El último interrogatorio al que Jesús se somete incluye 39 latigazos y por supuesto, una corona de espinas así como el escarnio público y la exhibición de su sufrimiento en las redes sociales, selfies incluidas, en cuestión de minutos.
Crucifíquenlo, crucifíquenlo, gritaban al unísono decenas de personas y los aplausos de cientos más.

IV

La turba airada de sacerdotes llega con Jesús hasta el palacio de Herodes, para aguardar allí su interrogatorio y si hay algo que le molesta a un funcionario es que lo interrumpan en una fiesta (Si no, recordar a aquel triste ex gobernador y sus amigos un día antes del huracán Manuel de 2013).
Herodes, aún con aliento alcohólico, ve en Jesús más bien a un loco y hasta bromea con él pero como no logra siquiera satisfacer su curiosidad, lo regresa a Pilatos. La cabeza de Herodes, como la de la mayoría de los hombres presentes en la obra, más bien está con la bella Salomé.

III

Quiero la cabeza de Juan el Bautista, exige Salomé a Herodes, para bailar ante él en medio de una fiesta llena de alcohol.
Los minutos vienen lentos, pero prisa es lo que menos se tiene, luego de un momento Herodes acepta y manda a asesinar al predicador judío que de ya, tenía cautivo.
Así que Salomé, en un pequeño vestido turquesa, se contonea y se pierde entre los brillantes de su ropa y aparece y repta despacio para después atacar el escenario con una osamenta que vibra sin descanso y la pólvora de una sonrisa puesta y dispuesta que se embarra en las retinas de muchos de los presentes.
Salomé, triunfante, alza la cabeza de Juan y la pasea sabedora de que acaba de conquistar un territorio en la memoria de los presentes. La fiesta debe continuar.

II

Jesús aparece en medio de flashes, sangre y escoltado por decenas de soldados romanos; cual rockstar desfila sobre el camino de tierra que se levanta y traga a la fuerza la multitud que lo mismo lo aclama o lo abuchea; es el que se dice hijo de Dios, gritan algunos.
Calmo, avanza aún con la fe conseguida a fuerza de rezar los días previos a su captura la noche anterior, hizo ayunos e incluso se retiró al desierto para repetirse una y otra vez que tenía una misión que cumplir.
Quizás por ello ignora a los sacerdotes judíos, sus denuncias, a la gente, a los reporteros, a los fotógrafos… (Tal vez pensaba en que ha de ser feo que te saquen a la fuerza de una cena con tus compas y luego amanecer crudo y en la cárcel… como dijo una vez Julián Herbert)

I

–¿Crees en Dios, Poncio?, porque he tenido un sueño… Dice Claudia, la esposa de Poncio Pilato y a quien mira con terror por lo que viene ante cientos de personas que le miran iniciar una vez más el martirio de un semejante que se supone morirá para darle una oportunidad a los hombres.

***

Actuaron en la 49 representación de la pasión de Cristo en el poblado del Kilómetro Treinta: Jesús: Luis Felipe Torres; Poncio Pilatos: Cristian Jiménez; Claudia: Ana Silvia Arizmendi; Herodes: Jorge Luis Torres; Salomé: Nabil Cristal García; María: Nuria Ramos; Judas: Álvaro Trejo.

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