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Jorge G. Castañeda

Los acuerdos de Laussane y la geopolítica en Oriente Medio

Nada garantiza que el acuerdo preliminar logrado entre Irán y el P-5+1+UE no sea saboteado de aquí a junio por un sinnúmero de adversarios. Los conservadores en Teherán, los republicanos en Washington, Netanyahu en Israel, y los saudíes y otros en el Golfo Pérsico harán todo lo posible para torpedearlo. Pero de no ser el caso, puede tratarse del acontecimiento internacional más importante desde el 11 de septiembre, o de la desaparición del campo socialista.
No por el fin del programa nuclear iráni con fines militares. Ni tampoco por evitar una carrera armamentista y una guerra regional si los ayatolas lograran construir una bomba atómica y los misiles para transportarla. Estos son los objetivos inmediatos y obvios de las negociaciones de Lausanne; no son algo menor. Pero el acuerdo que se firmará en julio puede implicar mucho más: un cambio radical en la ecuación geopolítica en esa parte del mundo.
Desde los años 30, y luego a partir de 1947, Estados Unidos y Europa occidental han fincado su estrategia hacia la zona en dos pilares: la defensa incondicional de Israel, y una alianza a toda prueba con Arabia Saudita y con los Emiratos, Kuwait, Qatar y Bahrein. El pilar israeli perdurará, aunque no como antes. Pero la otra faceta encerraba desde un principio consecuencias dramáticas para Occidente, que sin embargo no aparecieron hasta principios de los 90. El canje de petróleo por armas, inversiones, anti-sovietismo y estabilidad incubó el huevo del Islam sunnita en sus diversas versiones, del Islam radical en sus diversas versiones, de las madrasas extremistas y dotadas de recursos infinitas en sus diversas versiones, y del jihadismo en sus diversas versiones dentro de las comunidades musulmanas en Europa. Era quizás imprevisible, y probablemente inevitable.
A partir del acuerdo de Lausanne, se vuelve posible una alternativa: que el interlocutor privilegiado de Occidente en el mundo islámico de esa región no sea el reino de devoción wahabi y de características feudales, imbuído de las prácticas más retrogradas, brutales y degradantes del Islam, sino el régimen shiita de un país de clase media, moderno, cada vez más liberal en sus usos y costumbres aunque no en sus leyes incumplidas, y que puede llegar a integrarse en la globalización con mayor facilidad que Arabia Saudita. ¿Qué detesta a Israel? Sí, pero todo lo político es negociable; no lo religioso. ¿Qué arma y apoya a Hamas y Hezbolah? Sí, pero son grupos terroristas con propósitos políticos, no morales. En un mundo ideal, habría un camino intermedio entre el Shah y los Ayatolas Khomeini y Khamenei; en el que nos tocó, prefiero la civilización persa milenaria a los beduinos de los desiertos arábicos.

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