Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Eduardo Pérez Haro

Etapa difícil se complica

Para Pascual López Gutiérrez.

Las reformas estructurales son necesarias y son positivas, lástima que no se hayan resuelto de la mejor manera por someterse a jaloneos y negociaciones entre los partidos y el congreso; éste es el caso de la fiscal, que ya es la tercera reforma fiscal estructural y nada más no queda, así no se puede; la educativa no se cumple porque la Coordinadora de maestros no la deja pasar en dos o tres entidades, como Oaxaca y Guerrero; la bancaria es muy buena, pero el oligopolio financiero en manos extranjeras, y la amenaza de incremento en las tasas de interés de Estados Unidos no dejan que el crédito sea barato y accesible; y bueno, la de telecomunicaciones ahí va, ya no cobran la larga distancia en la República mexicana, y parece que el duopolio de las televisoras al fin se acaba, con la apertura de otras emisoras que lamentablemente queda en manos de los dueños de la radio y los periódicos, pero al menos son mexicanos, que no es lo mejor pero es un avance. La reforma energética, pues no prospera, pero no es culpa del gobierno, porque lo de los precios del petróleo viene de afuera, y con todo y eso el recibo de luz, como dicen los comerciales del PRI, ya viene más barato, ¡ah! y ni se diga que lo de Aristegui es una acción en contra de la libertad de expresión, bueno si lo es, pero bien que se pude decir y publicar y denunciar, el hecho mismo de que eso de denuncie es prueba de que las cosas al menos no son como antes, y ¡claro! lo de la Casa Blanca, Malinalco y Miami es un exceso, pero eso siempre ha sido así y no por ello hay que negar que existen algunos avances, y que por ello no debamos ir a las urnas en las próximas elecciones, porque si no, qué otra salida se tiene, la violencia no es sino retroceso. Y, claro, lo de los normalistas de Ayotzinapa es una tragedia, pero en medio de miles de crímenes y desaparecidos, la muerte de 43 no puede detener al país, es una lástima, pero la vida sigue y hay que insistir en democratizar al país para que las cosas cambien.
Palabras más palabras menos, este es el relato que se escucha en muchas expresiones de las clases medias urbanas de cualquier ciudad del país, oficinas, restaurantes, cafés, pasillos escolares y, con alguna sofisticación de términos –no siempre–, en los programas de opinión televisiva, radiofónica y medios impresos. Unos de buena fe, siempre preocupados de no correrse al extremo de la crítica ante el riesgo de parecer radicales y de pronto poderse confundir con los violentos que queman patrullas, estrellan globos de pintura en los edificios y hasta incendian oficinas; otros lo dicen de mala fe y, así, trastabillan en el uso de la palabra o la pluma, pero se atreven y se dan a la tarea de buscar culpables en las fuerzas externas o en las fuerzas oscuras del interior para así alcanzar a presentarse entendidos y protagónicos sin dejar de darle mantenimiento a las prerrogativas de las que son objetos sus patrones o ellos mismos, sea así a pesar de conocer y entender de las dificultades en grado crítico de las condiciones nacionales de la economía y la política, y de conocer de las deficiencias profesionales, y las corruptelas y fechorías de los dueños del poder y sus empleados (integrantes de la clase política de uso corriente como gran parte de los legisladores, o sofisticados como algunos ministros del Poder Judicial y gobernadores, aunque, estos últimos se jalonean porque no les gusta que mordisquen, desde el centro, su rebanada del pastel).
Por angas o por mangas, se colocan dentro de este anodino y fútil discurso que mucho sirve para construir una opinión pública conformista que, a su vez, mucho sirve para crear el caldo de cultivo en el que las elecciones pueden sucederse asegurando la comodina continuidad de su circunstancia y la de los dueños de los negocios (grandes) y las decisiones de un gobierno vertical (antidemocrático) que ha hecho del poder público un negocio en sí mismo. Sin embargo, México cruza por un momento muy singular de su atrofiada historia contemporánea no por la mediocridad del sentido común con que se mueven los diversos y muy influyentes actores de las clases medias por cuanto favorecen el empoderamiento de políticos no preparados dentro y fuera del gobierno, sino por el desfasamiento que sufre el proyecto nacional respecto de la oportunidad o posibilidad de salir del atraso y perfilar una circunstancia de menor desigualdad e injusticia, por decirlo de una manera sencilla en referencia a las gestas históricas que dibujaron un anhelo de tales dimensiones, y al que se le pueden agregar los preceptos de democracia y libertad, equidad de género y sustentabilidad, pero que no habiendo los primeros como base lo demás parece correr el riesgo de ser asimilado sin lo primero y eso aritméticamente no cierra la ecuación de la modernidad en su sentido ontológico.
Las reformas estructurales no están mediatizadas por los factores externos y las fuerzas oscuras del interior, las reformas estructurales son mediocres de origen porque pecaron de la simplicidad de la subordinación al otrora omnipotente país vecino del norte, a cambio de la permisibilidad del particular estilo de gobernar (control vertical como modelo sucesor-transexenal) lo que significa que las reformas del régimen no fueron listadas, ni pensadas, ni diseñadas para superar las deficiencias estructurales por su importancia y lugar en la economía, la política y la cultura nacionales y, la reinserción de México en mundo global que presupone el cambio incremental de sus capacidades y el perfil de sus desempeños productivos y comerciales incluso, el reacomodo gradual de circunstancias con los Estados Unidos y su participación dentro de la discusión y el reordenamiento del mundo globalizado. Nada de eso, las reformas estructurales del régimen principalmente se colocaron como un paquete de cambios legislativos para ligar el gran negocio energético al financiamiento del desarrollo entendido como la nueva o más amplia oportunidad de los mega negocios con los que muchos se imaginan el robustecimiento de los agregados macroeconómicos por más que detrás se procese una aguda diferenciación productiva, económica, regional y social, y más aún, para que ello sucediera, las reformas estructurales colocaron los hidrocarburos, petróleo y gas, a un interés estratégico de los Estado Unidos por reposicionarse en la guerra de los energéticos y apalancar desde ahí, la recuperación de su hegemonía mundial en la economía despejando el riesgo de sólo quedar como la potencia militar preponderante, y no hay exageración en esto, el paquete energético de México tenía esa posibilidad de jugar como el fiel de la balanza en la correlación de fuerzas entre los bloques de países-regiones dentro de la contienda energética mundial, pero se chispó con la reacción de los contendientes y la consecuente caída de los precios del petróleo.
La gran reforma energética falló, es un hecho al menos para lo que le resta al régimen encabezado por Enrique Peña Nieto, y el resto de éstas, en el rosario de reformas, no trae capacidad transformadora ni en paquete, insisto porque fueron colocadas detrás de la energética y no traen por sí mismas capacidad efectiva de transformación, pues dependían del negocio petrolero como gran palanca financiera, pero no estando ya a la disposición y ni siquiera a la vista, las demás reformas ya no cuentan más que para hacer el discurso que en su glotonería presume impacto tras impacto creando un puente mediático para evitar mayores deterioros y alcanzar a llegar a las elecciones como salvavidas. Antes de que se diera el arranque de las campañas electorales de los partidos, se promovió una multicampaña mediática en la que todos los secretarios de estado, incluso con la presencia de representantes extranjeros, para decir y hacerlos decir que las reformas ya estaban dando resultados, de pronto tres o cuatro secretarios del poder ejecutivo salían el mismo día, con desordenada resonancia en los medios de comunicación, para decir que todo lo que pasaba era bueno, positivo y producto de las reformas estructurales, todo, todo hasta el fastidio porque en realidad no hay mayor cosa en comparación con lo que deja de haber en materia de crecimiento económico, empleo e ingreso y costo de la vida para el patrón de gastos de las clases medias y populares sin dejar de mencionar las dificultades de importantes segmentos de las clases medias acomodadas, y empresarios medianos y pequeños, que son los más.
No es una afirmación gratuita, los recientes precriterios de política económica presentados por la Secretaría de Hacienda para 2016 mantienen el estilo de un pronóstico de crecimiento económico alto del PIB, con un rango de variación del 30 por ciento entre el piso 3.3 por ciento y el techo 4.3 por ciento, evidenciando sus intenciones meramente mediáticas, porque para efectos del cálculo de los ingresos fiscales y otros factores macroeconómicos se toma el nivel más bajo y simultáneamente se presenta un recorte del presupuesto originalmente formulado ahora de 135 mil millones de pesos, con dos agravantes implícitos primero, después de toda la vulgar propaganda sobre los insignificantes hechos llamados logros (podríamos detenernos para exhibirlos pero no vale la pena quemar el espacio en tan grotesca demostración) de las reformas estructurales se procede a un recorte presupuestal como reconocimiento implícito de las dificultades y los pobres criterios de política que no les dan más que para imaginar que no sea un accionar del llamado ahorro a la par del ciclo económico, para sólo conseguir cómo financiar el déficit de las finanzas públicas, que de suyo denotan insuficiencia y debilidad de la economía (petróleo-industria), amén de reasignación al achicamiento y demérito del papel del Estado en el fomento de la dinámica y el crecimiento económicos (neoliberalismo de manual).
Y eso no es lo más grave, sino que todo parece que detrás del déficit y el reiterado recorte existe chanchullo, pues como señala el economista Juan Moreno Pérez en entrevista con la revista Proceso de esta semana, en el documento de los precriterios de política económica de la Secretaría de Hacienda al Congreso se omiten dos importantes fuetes de ingresos, de una parte “más de 60 mil millones de pesos” provenientes del cobro de las coberturas que se adquirieron para proteger 228 millones de barriles de crudo de 2015 (que tanto cacarearon para decir que la caída de los precios no le afectaba a México), y de otra parte “el remanente de operación del Banco de México que resulta siempre que éste interviene el mercado cambiario” y de lo que “podrían obtenerse entre 70 y 80 mil millones de pesos”, con lo que se puede fundamentar una estratagema de incremento del gasto para fines electorales, o sea, no hay dinero para el fomento económico y de ahí la política de recortes, pero se esconde la bolita para aumentar el gasto… ¿Para qué? Pues para las elecciones. Que siniestro resulta que se sacrifique la historia, la teoría, la nación y la vergüenza con tal de armar el negocio de salvamento que se ha colocado en las elecciones intermedias de julio próximo.
Efectivamente, el descredito del Presidente en los planos internacional y nacional desde Ayotzinapa, la Casa Blanca y la de Malinalco, el departamento de Miami y el Tren a Querétaro, teniendo el antecedente de Tlatlaya y de colofón a Carmen Aristegui fuera de MVS, sin perder de vista el impacto no ya del precio del petróleo como de la estrategia monolítica de las reformas estructurales del régimen, en suma, le representan una “debacle de la administración presidencial”, como señala José Luis Reyna, del Colegio de México, quien destaca que “En México la credibilidad de Peña Nieto es casi nula: así opina el 80 por ciento, de acuerdo con una encuesta reciente (GV Castellanos, Milenio Diario, 25/III/15), y después del oneroso teleteatro de los logros de las reformas, la apuesta está en las elecciones y ahí va su resto. Es de estimarse, otra vez, un mal resultado, no hay bases para imaginar lo contrario, no hace falta abundar sobre el efecto que este desprestigio del Presidente está teniendo, más allá de que a la par de las campañas ha iniciado la ya descubierta manipulación de las encuestas, recordarán el 50-25 que se manejó en 2012 y el resultado final, nada que ver, el PRI no levanta y los demás partidos tampoco resultan creíbles. El descrédito, más allá de los disidentes en movimiento sea por Ayotzinapa, el agua o Aristegui, se ha metido a los hogares y no hay quién tenga un entusiasmo parecido a los directos beneficiarios de la partidocracia, el gobierno y analistas de conveniencia, las elecciones serán poco asistidas, y aunque eso beneficie el voto comprado por persuasión televisiva, o por plásticos o lo que se les ocurra, representa un ahondamiento de la crisis institucional y el descrédito del Presidente y el régimen, no debería de ser motivo de contento para nadie pero tampoco puede evitarse ni lamentarse del hecho mismo pues no se trata de que le vaya bien al Presidente sino a los mexicanos todos, que son los que le dan contenido y forma a México, sí con instituciones pero seamos serios y aceptemos que las instituciones democráticas no son lo mismo que verticales instrumentos de control. En todo caso, la reflexión tiene que ir más al problema de cuáles pueden ser las vías y las perspectivas de transformación en el sentido de la historia que nos antecede y corresponde con las exigencias del tiempo actual, y que no necesariamente quedan encerradas en el discurso baladí de las clases medias imbuidas por la ignorancia y la desinformación de los panegiristas o en la partidocracia tradicional, sus nuevos satélites o el “menos peor”. Pero eso será materia para la próxima oportunidad de este espacio.

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