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Humberto Musacchio

El dilema de votar o no votar

Son varias las voces conocidas que piden no votar en las próximas elecciones. Dicen que es una manera de darle la espalda a un sistema comicial viciado o que la abstención es para no legitimar la actuación antipatriótica del gobierno federal y de los partidos. Otros abogan por no emitir el sufragio para llamar de esa manera la atención de las autoridades en torno a la inseguridad, la carestía, el desempleo y otros problemas que agobian a la sociedad mexicana.
En fin, que razones no le faltan a los abanderados del abstencionismo, aunque no resulta fácil negarse a emplear un sistema electoral que en casi cuatro décadas ha requerido de múltiples reformas para darle credibilidad, aunque siempre los tramposos encuentran caminos para anular los avances y continuar con su juego chapucero.
La sociedad no olvida que cuando Andrés Manuel López Obrador era por mucho el precandidato más popular, en forma infame fue desaforado con los votos del PRI, el PAN y sus comparsas y que ese voto de la vergüenza le significó a cada legislador un millón de pesos y a los líderes seguramente más (el numerito se repitió ahora con la reforma energética, en la que se pagó al mismo precio el despojo a la nación). Como ni así quedó fuera de combate el tabasqueño, en la elección presidencial de 2006 se recurrió a otras engañifas para darle el triunfo al candidato del PAN con la bendición del IFE, el Trife y la intelectualidad de derecha.
Entre los abstencionistas de hoy están muchos desilusionados con esta simulación seudodemocrática. Saben que los órganos electorales están copados por los representantes de la derecha priista y panista, esa misma derecha que se hace de la vista gorda ante la descaradísima y sistemática violación de las leyes electorales por parte del Partido Verde. Ese disimulo ante las tropelías y el enorme gasto publicitario del PVEM tiene una explicación: ante el profundo desprestigio del PRI, la verdulería puede aportarle los votos y escaños que necesita para continuar con el saqueo del país. Lo mismo puede decirse del “castigo” infligido a Cuauhtémoc Gutiérrez por convertir el PRI capitalino en casa de lenocinio: su premio ha sido darle casi dos decenas de candidaturas, incluida la de su señora madre, que para sorpresa de muchos la tiene.
Está claro que no será el voto el que lleve a la necesaria gran transformación del país, pero salvo prueba en contrario, puede afirmarse que hay condiciones para impulsar pequeños cambios y otros no tan pequeños. Por ejemplo, Morena aparece en la ciudad de México como una opción a la que algunas encuestas le dan desde hace semanas entre nueve y 15 por ciento de los votos, los que probablemente serán muchos más conforme avance la campaña electoral y se haga más evidente la quiebra moral y política del PRD.
El enemigo a vencer en la ciudad de México es el perredismo, o lo que queda de él, pues el PRI y el PAN tienen una posición marginal frente a la ciudadanía más politizada del país. En contra del PRD pesarán no sólo sus alianzas con el gobierno priista, sino el hecho de que se ha convertido en un partido con cada vez menor movilidad interna, excluyente para fuerzas que le podían allegar votos y con amplio favoritismo hacia familiares y compadres. Esos vicios del perredismo pueden abrirle la puerta a Morena, especialmente en distritos y delegaciones donde tiene candidatos fogueados y con recursos de todo tipo, los que desde ahora se ven muy superiores a la morralla que les ha puesto enfrente la oligarquía amarilla. Habrá que observarlos.

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