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Las pruebas de impresión de Cien años de soledad son propiedad de un productor mexicano

Jorge Ricardo / Agencia Reforma

Ciudad de México

Le bastó mirarlas unos minutos para describirlas: “Hojas grandes y amarillentas unidas con argollas”, dijo Conrado Zuluaga, agregado cultural de Colombia en Madrid.
Era junio de 2001. Zuluaga rápidamente le escribió al presidente de su país, Andrés Pastrana, para darle la noticia que sería retomada por el mundo entero: las pruebas de impresión de Cien años de soledad, corregidas por Gabriel García Márquez, el gran borrador que se creía destruido, iba a ser subastado en Barcelona hasta en un millón de dólares.
Subastas Velázquez creyó lógico ofrecerlas primero a Colombia, quien envió a su agregado cultural para cerciorarse del documento.
¿Cómo se conservaron las pruebas en secreto por 35 años?
Un texto publicado en 2001 por García Márquez resolvió las dudas: En junio de 1967 destruyó el original para que nadie pudiera describir los trucos de su “carpintería secreta”. En adelante, usaría para correcciones sólo las pruebas de imprenta que el editor Francisco Porrúa le había enviado. Temiendo que se fueran a perder en el camino, copió las correcciones a máquina y las mandó a Porrúa, quedándose con las pruebas.
En una fiesta en casa de su amigo Luis Alcoriza, lo vio tan interesado en el arte de la corrección que le regaló el documento: “Para Luis y Janet (su esposa), una dedicatoria repetida pero que es la única verdadera: ‘del amigo que más los quiere en este mundo’. Gabo, 1967”.
En 1985, cuando a Cien años de soledad ya le había dado el Nobel, Alcoriza mostró a Gabo que aún guardaba el original. “Prefiero morirme antes que vender esta joya dedicada por un amigo!”, le dijo, y García Márquez lo autografió de nuevo: “Confirmado, 1985”.
Alcoriza falleció en 1992, su mujer seis años después, y sus bienes pasaron al productor Héctor Joaquín Delgado, quien cuidó de la pareja al final de su vida.
“Es una operación legítima”, afirmó el Nobel sobre la subasta fijada para el 21 de septiembre de 2001, de la que el gobierno colombiano desistió por falta de fondos.
En un café de Polanco, 14 años después, Delgado recuerda aquellos días: “Los organizadores de la subasta dijeron que el artículo de Gabo era todo lo que se necesitaba: era la confirmación de que el documento era verdadero”.
El heredero, hoy de 73 años, el cabello y la barba blancos, muestra el dossier de la subasta donde se afirma que las 181 hojas numeradas a mano son el único documento autógrafo de la novela más importante en lengua castellana del Siglo XX.
Contiene mil 26 correcciones que incluyen párrafos eliminados y añadidos y la sustitución, en roja y negra, de 150 palabras: las mariposas deben ser “amarillas”, “Ópera Magna” es “Alquimia”, “ninguno” es “alguno”, “troglodita” es “atarván”, los “fenómenos” son “cambios”, o el patriarca de Macondo debe ser José Arcadio Buendía y no, algunas veces, José “Antonio”.
Y entonces el 11 de septiembre, 10 días antes de la venta, un atentado terrorista destruyó las torres gemelas de Nueva York. “Había gente de Estados Unidos, de España, de Inglaterra atenta por teléfono, pero nadie se quiso arriesgar porque no sabían qué iba a pasar con la economía”, recuerda Delgado.
En 2002, en Christie’s, las galeradas tuvieron otra oportunidad, pero tampoco se vendieron.
El productor encoge los hombros: “No sé por qué”, dice. “En 2001, el original de On the Road, de Kerouac, se habían subastado en 2.2 millones de dólares. Y Gabo es más importante”.
Dos semanas después recogió los documentos y los llevó a su casa. Así han pasado 13 años.
En noviembre, siete meses después de la muerte de García Márquez, la Universidad de Texas compró en 2.2 millones de dólares el archivo del Nobel. De Cien años de soledad sólo se encontró una edición original con un par de correcciones y una foto donde el autor corrige las galeras.
“Si alguien tuviera dicho documento revelaría esa ‘albañilería secreta’ que Gabo no quiso mostrar”, dijo José Montelongo, uno de los especialistas que valuó el archivo. Se sorprende al saber que un documento así descansa en una caja de seguridad en Madrid.
“No están perdidas. A mí nadie me ha buscado”, dice Delgado.
Confiesa que estaría dispuesto a vender las pruebas: “Es mejor que estén en una biblioteca a que esté dormido junto a ellas”.

Hay interés por borrador de Gabo

El Conaculta declaró su interés en adquirir las galeras de Cien años de soledad corregidas a mano por Gabriel García Márquez, un documento del que no se tenían noticias desde 2002, cuando se subastó sin éxito en Christie´s.
“Estamos hablando de una de las obras cumbres del Siglo XX y sobre todo de la literatura universal”, expresó Rafael Tovar y de Teresa, pero aclaró que se deben analizar los costos y la viabilidad financiera del Consejo.
El original, con más de un millar de correcciones, es propiedad del mexicano Héctor Joaquín Delgado, quien lo heredó del cineasta Luis Alcoriza y está dispuesto a venderlo.
“Lo malo es que, al parecer, él quisiera muchísimo dinero, que tal vez algún coleccionista medio loco o muy audaz pudiera ofrecerle, pero no una biblioteca”, dijo ayer José Montelongo, uno de los expertos que valuaron el archivo de Gabo que adquirió la Universidad de Texas, y que se prevé se abra a consulta en octubre.
Ayer, día del primer aniversario luctuoso del autor, el Conaculta convocó a una jornada nacional sobre las obras del colombiano en sus salas de lectura y que espera concluir con una lectura pública el 26 de abril a un costado del Palacio de Bellas Artes. Se leerá La hojarasca, Crónica de una muerte anunciada y El coronel no tiene quien le escriba, en voz de Luis Felipe Tovar y Julieta Egurrola.

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