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Tomás Tenorio Galindo

OTRO PAIS

“¿De qué tendría que perdonar el pueblo al PRD?”

La noche fatídica del 26 de septiembre en Iguala, y la enorme responsabilidad y descrédito que cayó sobre el PRD por la matanza y desaparición de los estudiantes de la Normal de Ayotzinapa, ofusca a la candidata de ese partido al gobierno de Guerrero, Beatriz Mojica Morga.
Quizá con el criterio irresponsable de que todo pasa y por lo tanto también el episodio de Iguala pasará al olvido, lo que entonces nos llevaría a la desconsoladora conclusión de que nada importa en la vida, Beatriz Mojica dijo la semana pasada que “hay una cosa que no queda clara, ¿de qué tendría que perdonar el pueblo de Guerrero al PRD?”.
Esa óptica sin compromiso, sin solidaridad ni compasión por el destino de los demás, destroza la visión que estuvo en el origen de izquierda del PRD y desnuda las ambiciones que anidan entre los actuales dirigentes de ese partido.
“El pueblo de Guerrero le está dando otra oportunidad al PRD” en estas elecciones, dijo también la candidata perredista, “porque somos mucho más que dos personajes que están en la cárcel”, en referencia al ex alcalde de Iguala, José Luis Abarca, y su esposa María de los Ángeles Pineda, encarcelados por haber ordenado el ataque contra los estudiantes a los policías municipales y sus socios del grupo delictivo Guerreros Unidos. “Creo que Ayotzinapa no sólo le pegó a un partido político, hay que decirlo con todas sus letras, le pegó al sistema político guerrerense y al mexicano”, agregaría Beatriz Mojica, en franca evasión del papel concreto, específico e intransferible que el PRD –y la corriente Nueva Izquierda de Los Chuchos– tuvo en la incubación de la matanza. (El Universal, 17 de abril de 2015).
La admisión llana y humilde de su responsabilidad en el caso Ayotzinapa, con su necesario componente ético y moral, y la asimilación de las consecuencias de todo ello, es una acción que el PRD no ha sido capaz de realizar hasta ahora. El interés del grupo hegemónico de Los Chuchos de permanecer a toda costa en el negocio de la política, lo llevó a cometer todos los errores que era posible cometer frente a un acontecimiento tan terrible y tan comprometedor.
La protección que el PRD ofreció a Abarca en los días posteriores a los hechos, tarea asumida por el diputado Sebastián de la Rosa y por el mismo dirigente nacional, entonces Jesús Zambrano, y el perdón de dientes para afuera con el que Carlos Navarrete, una vez que reemplazó a Zambrano, pretendió contener las implicaciones para su partido, son parte de la infamia. Lo es también la simulación y la actitud evasiva que la candidata del PRD ha desplegado en su campaña, como tratar de dispersar las culpas entre todo el sistema político para desvanecer la del PRD.
La presunción de que no hay nada que el pueblo de Guerrero deba perdonarle al PRD, descansa en el supuesto de que los diez años de gobiernos perredistas trajeron felicidad, cuando es exactamente lo contrario, pues fue en este periodo cuando todo se echó a perder definitivamente en materia de inseguridad pública y violencia, y se agudizó la represión y los asesinatos contra los movimientos sociales, mientras por otro lado los índices de pobreza y marginación del estado siguieron intactos. Para terminar igual que los gobiernos del PRI, a los gobiernos del PRD les faltaba una matanza como la de Aguas Blancas, y esa ocurrió en Iguala, con el agravante de que se trata del crimen colectivo más atroz que registra la historia del país desde los tiempos de la Revolución. En ese contexto, sólo con una mezcla de cinismo y soberbia puede alguien preguntar “¿de qué tendría que perdonar el pueblo de Guerrero al PRD?”.
El fracaso de los dos gobiernos del PRD en Guerrero, el de Zeferino Torreblanca Galindo y el de Ángel Aguirre Rivero, no fue algo fortuito. El hecho mismo de que esos personajes hayan sido sus cartas para encabezar el gobierno, era reflejo de la descomposición moral que carcomió a ese partido.
Por consecuencia, la matanza y desaparición de los estudiantes de Ayotzinapa fue el resultado de un sistema de conducta alegremente fomentado por las corrientes del PRD, que durante años dejaron a un lado principios, escrúpulos y ética, y privilegiaron sus intereses políticos y económicos. No tiene nada de sorprendente que un criminal como José Luis Abarca llegara al PRD y se convirtiera con gran facilidad en alcalde de Iguala, pues ese partido estaba (y está) abierto a esa clase de figuras, que van con las alforjas llenas de dinero para repartir.
Una prueba viva de lo anterior puede encontrarse en el insólito caso del diputado Bernardo Ortega Jiménez, coordinador de la fracción del PRD y presidente de la Comisión de Gobierno del Congreso local, quien ocupa esas posiciones pese a que su hermano (como antes su padre, asesinado hace cuatro años) es el jefe de la banda de Los Ardillos. Es como si en Michoacán el Congreso estuviera presidido por un hermano de La Tuta. Cómo pudo un político con semejante historia familiar ascender a esas posiciones, no es algo que al PRD le haya interesado explicar. Y las autoridades han mantenido hasta ahora un silencio cómplice. Pero tan hay conciencia en el PRD de que existe un problema de integridad con el caso de Bernardo Ortega, que los dirigentes de su propia corriente, la de Los Chuchos, le impidieron en estas elecciones ser candidato a diputado federal. Sin embargo, Ortega Jiménez ha acompañado a Beatriz Mojica, sin que a la candidata perredista le perturbe en lo mínimo el singular perfil de su compañero de partido.
Entonces, “¿de qué tendría que perdonar el pueblo de Guerrero al PRD?”.

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