Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Rogelio Ortega Martínez

Guerrero, ¿Jano y Sísifo de nuevo?

(Segunda parte)

Y, finalmente, miramos al futuro. ¿Recuerdan mis cuatro lectores (y que el maestro Catón me permita copiarle) que en el primer artículo de esta serie hice referencia al dios Jano, el de las dos caras; y al mito de Sísifo, el de la roca a cuestas y el desafío de la montaña? Sí, el dios de enero, el que tiene a uno de sus rostros observando el pasado (diciembre, el año que concluye, por así decir) y el otro mirando hacia el futuro (el año que comienza). Si vemos el pasado, allí estarán los bloqueos de autopistas, la toma de casetas y ayuntamientos o la quema de edificios oficiales. El Congreso, símbolo de la representación popular, en llamas.
Mirando hacia el pasado, vemos una sociedad polarizada, atenazada y muy pesimista. Por ejemplo, había serias dudas de que los vacacionistas llegaran, tanto en Navidad como en Semana Santa. Si miramos al pasado, no las teníamos todas con nosotros para la realización con éxito del Tianguis Turístico, o la reunión en Acapulco de la Convención Nacional Bancaria, el Abierto de Tenis, la competencia internacional de tiro al blanco, el FICA. Pero, aún más, sobre la celebración de las elecciones del 7 de junio rondaban las nubes negras de la incertidumbre e incluso la afirmación tácita de que éstas no se realizarían.
Les podría proveer de cifras respecto de tumultos, plantones y otras expresiones de protesta y descontento que han sido nuestro día a día en los meses pasados y su sensible disminución en las semanas recientes. No lo haré, porque, no son datos para campanas a vuelo, alguien –siempre hay gente suspicaz- pudiera decir que se trata de una derrota de la sociedad movilizada y en esencia no lo es. Pero hagamos entonces otros ejercicios de medida. Que se pregunte a las y los ciudadanos de los ayuntamientos que estaban tomados (llegaron a ser 46) si ahora su vida, al menos en algunos aspectos, no ha mejorado. O, usando las posibilidades que nos ofrece la tecnología, si miramos en el archivo de un periódico, por ejemplo de éste, y al azar nos desplazamos meses atrás, las noticias de portada reflejaban un estado convulso, a punto de la debacle total, de absoluta ingobernabilidad. Y comparemos con los titulares de ayer y hoy.
Es verdad que no nos hemos vuelto Noruega de un día para otro. O, por poner un ejemplo más cercano, estamos todavía lejos de Hidalgo, el estado que, con grandes rezagos ancestrales como nosotros, según varios indicadores, es hoy una entidad en ruta de progreso social y el más tranquilo de la república. La herida pendiente de la tragedia de Iguala, el drama de Ayotzinapa y la presentación con vida de los 43 normalistas sigue presente, lacerante y supurando, es herida que no cauteriza. Los problemas atávicos del estado, sus rezagos e inequidades, sus carencias, como en el cuento de Tito Monterroso, siguen ahí; y ahí están acechando siempre los dinosaurios que no nos dejan respirar.
Pero por algo los vacacionistas llegaron, el Tianguis y la Convención Bancaria se celebraron y los negros nubarrones de la incertidumbre sobre las elecciones se han dispersado en el más amplio territorio de nuestro horizonte sureño. La noche quedó atrás, la oscuridad del túnel se disipa por la entrada de luz en su salida.
Miremos, pues, al futuro, y conjuremos la tragedia de Sísifo. Seguimos subiendo la roca hasta la cima, y sigue siendo pesada, y la cumbre queda todavía lejos. Pero quizás Sísifo esta vez vencerá su tragedia, le va a ir bien. Quizás hoy, si nos empeñamos, todas y todos, es posible que la roca no se derrumbe de nuevo. Juntas y juntos podemos.
Pero para lograr conjurar el drama de Sísifo y superar a través de la justicia el drama de Ayotzinapa, tenemos que empeñarnos en ese desafío colectivo. Y tenemos que hacerlo todas y todos. El pacto de civilidad que hemos anunciado y signado puede ser el comienzo de otros grandes acuerdos por la paz y la nueva gobernabilidad democrática, serán también los nuevos pactos que se suscribirán en los próximos días los que habrán de establecer las bases de la armonía, la reconstrucción del tejido social necesario para transitar en la recuperación de la confianza de toda la sociedad en las instituciones, en la política como vocación de servicio y como la oportunidad de gobernar con honradez y humildad.
En nuestro país hay algún rechazo a la idea del pacto. No sé si es porque trasladamos a la vida política las pasiones del futbol, donde no hay de otra que ganar, y el pacto es lo más parecido a un empate. O quizás porque hay sospechas –a veces fundamentadas– de que los arreglos, y en especial si se hacen “en lo oscurito”, son para imponer costos y perjuicios a alguien, a un sector social o a algún grupo. Por cierto, estas prácticas a veces producen resultados peculiares, como las interpretaciones paranoicas: A y B se reunieron en el lugar C, para pactar que el estado E sería para el partido P. ¿Estamos desquiciados? ¿Qué pasa? ¿Qué la gente no vota?
Es conveniente recordar que en la democracia, además de ser el único régimen político en el que se accede al poder por la vía pacífica del voto libre de las y los ciudadanos, es también en donde se gana y pierde por un voto, donde los ganadores convocan a la más amplia unidad para gobernar, donde los perdedores reconocen de inmediato y sin ambages el triunfo de sus adversarios, donde compiten con equidad más de un partido político y por lo mismo nadie puede asegurar su triunfo a priori, donde las reglas de la competencia política están plenamente establecidas y reguladas, donde se puede reformar permanentemente a las instituciones y al Estado, donde existe la garantía de la ciudadanía para la revocación del mandato y la exigencia de rendición de cuentas, donde debe garantizarse la gobernabilidad y la gobernanza, donde debe de garantizarse la plena calidad de vida de toda la sociedad. Estos son los valores de la democracia que debemos consolidar y perfeccionar, lo que no debemos de permitir que se nos diluya como el agua en las manos.
Pero volvamos a la idea del pacto. Es verdad que a veces no hay de otra que recurrir a “lo oscurito” si queremos que el acuerdo prospere y se fortalezca. Por poner un caso reciente, los gobiernos de Cuba y Estados Unidos han estado negociando en lo oscurito la mejora de sus relaciones bilaterales, con el resultado que ya conocemos: retirada de Cuba de la lista de países que apoyan el terrorismo y apertura de embajadas en las respectivas capitales de los países que han vetado y bloqueado al régimen castrista desde hace más de 50 años. Si desde que comenzaron los contactos éstos se hubieran hecho públicos, los enemigos del acuerdo –que los hay, y muy poderosos– lo habrían obstaculizado con tanta intensidad que el objetivo de iniciar la reconciliación entre ambos países, en el mejor de los casos se hubiera retrasado y en el peor no se habría alcanzado. Gracias al periodo en lo oscurito, cuando los enemigos del acuerdo fueron a enterarse, ya no había marcha atrás. Y lo mismo puede decirse con las negociaciones en curso para la búsqueda de la paz en la hermana República de Colombia.
No siempre hace falta recurrir a una fase de discreción para alcanzar un acuerdo. Pero con oscurito o sin él, los pactos, los consensos, los acuerdos, son siempre positivos si lo que se quiere es la consecución de bienes públicos, esto es, bienes que favorecen a la comunidad y engrasan la convivencia. En la convivencia social el acuerdo es un resultado que no tiene su reflejo en el mundo del futbol: los dos equipos (y para el caso que nos ocupa, los actores políticos) ganan y no solo ninguno pierde, como ocurre con el empate o peor, en el juego de suma cero, donde el que gana gana todo y excluye a su adversario, y el que pierde pierde todo, sin posibilidad de continuar en el juego.
Hemos privilegiado, con el diálogo y la tolerancia extrema, la búsqueda de acuerdos y grandes consensos y ahí están los resultados. Pero hay que seguir. Convoquémonos para que las elecciones del 7 de junio sean lo que deben ser, la fiesta cívica de la democracia. Convoquémonos para que las campañas prioricen la educación cívica, el debate libre de las ideas y las propuestas para el desarrollo de Guerrero. Convoquémonos para que, en la confianza con nuestras instituciones electorales, sea cual fuere el resultado, ganadores y perdedores miren hacia adelante.
En la ruta de la gobernabilidad, el licenciado Ángel Aguirre Rivero ha declarado públicamente que pedirá licencia al Congreso por tiempo indefinido, esta acción abona a la paz y la armonía necesarias. En unas horas la soberanía del pueblo de Guerrero, depositada en las diputadas y diputados de nuestro Congreso local, tomarán la decisión de nombrar al gobernador sustituto para concluir el mandato constitucional para el que fue electo el Lic. Ángel Aguirre. Si el Congreso decide nombrarme gobernador sustituto, emprenderé con energías renovadas el camino que permita construir las grandes alamedas frondosas por donde transitemos en la nueva gobernabilidad democrática las mujeres y los hombres libres de Guerrero.
Miremos al futuro. Hagamos de Jano el dios de un solo rostro. Al día siguiente de las elecciones, renovemos el pacto de civilidad y recordemos que podemos hacer renacer el nuevo Guerrero entre todas y todos. Yo tengo una modesta proposición. A mi juicio, y volviendo de nuevo al primer artículo de la serie, el auténtico “tema de nuestra época” es la lucha contra la desigualdad. Sin afrontar este desafío no habrá desarrollo sustentable para nuestro estado. Pero de todo ello se tratará en el siguiente artículo de esta serie. Desde donde esté.

468 ad