Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

José Gómez Sandoval

POZOLE VERDE

*Greguerías

Pura coincidencia

No sé por qué, las puntadas que por aquí y por allá escuchó y recopiló Edmundo Valadés nos remiten de inmediato a algunas greguerías de Ramón Gómez de la Serna. Y es que no son lo mismo. Las aseveraciones de la señora de cultura enrevesada provienen de un lapsus lingüístico-cultural y equivalen a tonterías afortunadas, es decir, simpáticas. Las greguerías, en cambio, fingen cierta confusión mental para crear escenas frecuentemente cómicas, con efectos poéticos. La señora hace chismejos risibles de chiripa, por hacerse la viajada y culta. Don Ramón utiliza cultura y sensibilidad, con buena dosis de “escepticismo y cansancio”, para crear una caricatura inteligente y sugestiva. Desde 1910, cuando nacieron, tras eludir la denigración de los críticos que no veían poesía en ellas ora sí que ni de chiste, “la greguería es para mí –dijo Gómez de la Serna– la flor de todo lo que queda, lo que vive, lo que resiste más al descreimiento”. Para él, la fórmula de la greguería es: Humorismo + Metáfora. Y para que no le anden, don Ramón escribió más de 10 mil greguerías.
Los lectores pueden encontrar puñados de greguerías (ordenadas por temas) en Internet. No por eso nos vamos de aquí sin algunas de ellas.

Algunas greguerías

–Nunca es tarde si la sopa es buena.
–La sidra quisiera ser champán, pero no puede porque no ha viajado al extranjero.
–El perchero está enojado porque no lo sacamos a pasear.
–La bufanda es para los que bufan de frío.
–Cuando el armario está abierto parece que toda la casa bosteza.
Para Gómez de la Serna, los gansos andan en zapatillas y el camello lleva a cuestas el horizonte y la montaña, mientras el caracol siempre está subiendo su propia escalera. La jirafa es un caballo alargado por la curiosidad, y las gaviotas nacieron de los pañuelos que dicen ¡adiós! en los puertos. El cocodrilo es un zapato desclavado, la pulga hace guitarrista al perro, el ladrido es el eco de sí mismo, cuando vemos correr un conejo parece que se nos ha escapado una zapatilla y, por si no lo sabíamos, el pez siempre ve de perfil. Para no abundar con los animalitos que capturó don Ramón con su ojo biónico.
Las siguientes greguerías prefirieron la mezcolanza. Nomás decimos: ¡cuidado con don Ramón!
En la noche de los vagones solitarios vamos con dos mujeres: la nuestra y la que se refleja en el cristal.
La mujer que después de riña cierra su puerta por dentro no temáis que se suicide. Se está probando un sombrero.
La novia que le regala una cartera a su novio le comienza a administrar.
Los ojos de las estatuas lloran su inmortalidad.
En el fondo de los espejos hay un fotógrafo agazapado.
En cuanto se abre la rosa comienza a dictar testamento.
El fotógrafo nos coloca en la posición más difícil con la intención de que salgamos naturales.
El amor nace del deseo repentino de hacer eterno lo pasajero.

Luis Beristáin y José Gálvez, dos actores maldadistos

Ahora que recuerdo, a esto de las anécdotas simpáticas y los juegos de palabras llegamos tras reseñar los libros de dos autores calentanos, Viliulfo Gaspar Avellaneda (éste, por cierto, uno de los apellidos que Javier Mariano firmó uno de sus poemarios) y Offir Damián (chéquese El Sur, 29-octubre y 5-noviembre-2014). De ahí pasamos a las puntadas esperpénticas y claridosas que recogió Edmundo Valadés… Quiso la suerte traer a esta pozolería, del brazo de Enrique Alonso, las puntadas que se aventaban Luis Beristáin y José Gálvez. Nada qué ver con lo que cuenta Valadés y lo que escribe Gómez de la Serna, sólo la tergiversación de palabras, que, como veremos, con los actores que mencionamos adquiría una dimensión burlesca. José Gálvez llegó de Sudamérica y en México consolidó su carrera escénica, hasta que se convirtió, “junto a Ignacio López Tarso, en el primer actor de su época”. Beristáin fue galán de la compañía de María Tereza Montoya y actuó en muchas películas de la época de oro del cine nacional.
Enrique Alonso fue secretario y amigo íntimo de María Conesa, mejor conocida como La Gatita Blanca, la diva que tanto furor causó en los teatros de México antes, durante y después del movimiento revolucionario. Para más señas, Enrique Alonso, Cachirulo, es aquél que en los sesenta dirigía en la televisión cuentos fantásticos para niños, en los que actuaba y al final de los cuales se despedía con su “chocolatote” Carlos V en la mano y largando eso de: ¡Adiooos, amigoooooos!… que siguen recordando los niños de entonces.

Admirados y temidos

En Conocencias (1998), el libro de sus memorias teatrales, Enrique Alonso recuerda que, tras coincidir en una obra, “Luis y Pepe se hicieron muy buenos amigos, casi inseparables, pues los unía, además de su amor al teatro, el gusto por las mujeres, ya que ambos fueron unos conquistadores impenitentes. Después de las funciones –apunta– les agradaba mucho tomar una copita –o varias– e inventar frases y sobrenombres a sus compañeros, y no sólo eran apodos graciosos, sino que a veces eran una ácida crítica”.
“Apenas salía de sus labios uno de los motes, cuando ya se sabía –vía el chisme– en todos los teatros de la ciudad. No me equivoco si afirmo que al día siguiente el apodo creado era del dominio de todos, público y actores”.
Afirma don Enrique que lo certero de las “maldades” del par de pícaros “hizo que son sólo los admiráramos y temiéramos, sino que los quisiéramos y nos sorprendiera su humorismo y talento”. Y es que Alonso reconoce que “en aquellos años, por encima de muchas otras cualidades artísticas, los actores tenían un sentimiento del humor que poco a poco nos ha ido abandonando, para convertir a muchos de nuestros nuevos hombres y mujeres de teatro en seres vanidosos, incapaces de reír de la gracia de algunos de sus compañeros”.
Así se las gasta, recordando, Enrique Alonso “Cachirulo”.

Algunos motes

Tamara Garina, bailarina rusa, primera figura del ballet de Ana Pavlova, llegó a México como primera actriz. Se enamoró del país y aquí se quedó a vivir y a morir. “Era amada por todos debido a su talento… siempre parloteaba en tono fuerte y con acento ruso, que hacían que su conversación fuera un cacareo. Ella pasó a ser, gracias a los maldosos, en vez de Tamara Garina… ¡Tamaña Gallina!”.
Los maldosos llegaron a decir que antes de conocer a María Victoria, el locutor Rubén Zepeda Novelo era muy aficionado a las copas, por eso su nombre cambió por el de “Rubén se empeda… ¿No?… ¡velo!”.
Estela Inda fue el prototipo de la belleza indígena, en versión del cine nacional. Bella, distinguida, inteligente… y sobre todo, muy mexicana; por eso pasó a ser “Esta-es-la-India”.
Beatriz Baz, llamada “la bella Baz”, era de familia aristócrata y quiso seguir –sin conseguirlo– los pasos de otra dama de sociedad: Marilú Elizaga, quien logró ser una muy importante actriz. Beatriz no era nada querida por sus compañeros, porque la consideraban una advenediza y la acusaban no sólo de mala actriz sino de mala compañera. La antipatía que le tenía el gremio se manifestó en el cambio de nombre de Beatriz Baz al de “Beatriz Vaz… y chingas a tu madre”.
Lorenzo de Rodas siempre ha sido muy vehemente para hablar y siempre quiere salirse con la suya. Para tener razón solía decir: “Hablé con el autor sobre ello y me dijo que…”, varias veces habló con autores muertos y sin emplear la ouija. Todo eso le valió un mote a Lorenzo de Rodas, que debía ser dicho en tono de súplica: “Lorenzo… no jodas”.
La hermosa y simpática actriz Chula Prieto, creadora indiscutible de Despedida de soltera, fue bautizada como “Chupa Prieto”, la verdad no sé el porqué. Julio Taboada, espléndido actor de principios de la televisión, fue bautizado como “Julio Tabeodo”.
A Carlos Bracho, los maldosos le pusieron “Carlos Borracho”, y ellos mismos se rebautizaron como “Pede Gálvez” y “Luis Pedifáin”.
A doña Prudencia Griffel se pusieron “Pendencia Griffel” y a Isabela Corona “Isabuela Jodona”.
Tito Junco, gran amador, fue “Pito Junto”, y en tono de orden llamaban a “Queta a lavar” a la simpática Queta Lavat, y “Socorro… ¡A volar!”, a Socorro Avelar.

Algunas frases

Los maldosos también perpetraban frases célebres, como: “Lola Beltrán dejó a Ramón Tirado por serle a Alfredo Leal”. De Antonio Passy y su hermano Luis Rizo: “Antonio pasó porque Luis quiso”.
A la muerte de su querido amigo Ramón Gay, decían tristemente y haciendo adiós con la mano: “Ramón Bay”.
Lola Bravo, la esposa de Beristáin, era “Bola Brava”. De la vedette Ivonne Govea declararon que no era posible ponerle apodo porque ya su nombre era de enfermedad venérea.
Lalo El Mimo pasó a ser “Lalo el Mismo” y María Eugenia Ríos cambió su apellido por “Líos”.
A Wally Barrón, que en sus principios se ponía únicamente W. Barrón, lo hicieron conocido como “W.C. Barrón”, y a la gran actriz Pilar Souza la declararon “Sauza”, como el tequila.

Picardías agrupadas

Permanentemente ingeniosos, maldosillos y “certeros”, Luis Beristáin y José Gálvez crearon un grupo de Amigos Silvestres: Germán robles, Luis de llano, Flor silvestre y Pepe del río.
También inventaron un menú intelectual para el buen comer: Cocteau de frutas, platón de arroz. Shiller en nogada. Moliere verde. Jamón Virginia Woolf. Netzahualcoyos de frijol. Carne asada a la TanPicasso. Como postre, Camus de chocolate. Quizá a muchos les apetezca.
Va, por último, la numerología intelectual que idearon los maldosos, del cero al dieciséis: Alí Chumacero. Miguel de Unamuno. Benito Pérez Galdos. Jean Paul Sartres. Torcuatro Tasso. Quintiliano. Julio Sexto. Séptimo Severo. Octavo Paz. Salvador Nueve. Enrique Diez Canedo. Juan García Ponce. Doce Emilio Pacheco. Santa trece de Jesús. Luis Catorce. Luis Quince… y ¡Luis Dieciséis!…

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