Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

Eduardo Pérez Haro

De elecciones y política para el cambio democrático

(Tercera parte)

Para Héctor Manuel Popoca.

En las dos primeras partes de este artículo hemos sintetizado la manera en que el régimen de partido único (PRI), en los años 1970 se revolcaba entre la obsolescencia del modelo económico-político con el que otrora había logrado la mediana industrialización y el férreo control corporativo (la dictablanda), intentando, desde las filas del echeverrismo, emprender una “apertura democrática” como fórmula para insistir en el modelo económico (economía protegida y de intervención directa del Estado) que tantos logros le había dado, postura que adoptaba después de un efímero espejismo provocado por los altos precios del petróleo, pues la realidad se tornó radicalmente distinta al sueño de “administrar la abundancia”, y revigorizar su intocable dominio (1957, 1968, 1971) primeramente se estrelló ante la crisis económica (1982), y en segundo lugar, en la política se mostró con un fraude electoral en 1988. Para entonces el régimen de partido único se había desprendido del modelo de economía cerrada para emprender su inscripción en la apertura económica (GATT) que más tarde se cristalizaría en el TLC. Empero, en el terreno político no se disponía de igual manera; en este campo, el régimen de partido único habría de empeñarse en mantener a la clase que se había ganado su encumbramiento como élite del poder, a la vez que su admisibilidad en la clase empresarial, en donde la dinastía de Miguel Alemán tendría un lugar emblemático, y detrás de ellos los Díaz Ordaz, los Hank, los Salinas, etcétera.
Cambiar el régimen económico no tenía alternativa ante el estrangulamiento de la vieja fórmula de la economía cerrada, pero cambiar el régimen político le resultaba impensable; en este terreno de la política, de lo que se trataría sería de cambiar y aceitar nuevos mecanismos, pero bajo la égida de la élite del poder, lo que supondría dar lugar a los actores de la clase empresarial (emergente) proveniente de la apertura y la globalización que se venía procesando con especial dinamismo, a la vez que sustituir el corporativismo con el auxilio de los nuevos medios de comunicación y, porqué no, con la compra de voluntades. Estados Unidos, y en general la clase dominante proveniente de la era global, le daban pasaporte a la idea, pues a cambio vendría su ensanchamiento (TLC) y no venía mal que la clase política mexicana, que había probado su eficacia por encima de las dictaduras y guerrillas de Centroamérica y Sudamérica, tuviese el beneficio de la duda, por decir lo menos. Carlos Salinas de Gortari fue el principal artífice y beneficiario de esta modalidad de apertura económica y cerrazón política, un personaje que entendía de ambas cosas, a diferencia de quienes le antecedieron y sucedieron en el mando del Poder Ejecutivo, pues tuvo la habilidad de crear una base social (Pronasol) para emprender los cambios estructurales (reformas constitucionales al 27, 115, apertura TLC, privatización de las empresas del Estado, etcétera), a la vez que medrar las filas del PRD y revigorizar al régimen, hasta que sus ambiciones lo llevaron a una crisis, pues se le negó desmantelar al PRI para crear un nuevo partido (Partido Solidaridad) y reformar la Constitución para posibilitar su reelección (no dé por cierto esto último, pues no hay manera de probarlo, pero eso se rumoró en esos días y, en cualquier caso, su ambición y su crisis fueron un hecho innegable).
Ernesto Zedillo relevaría la candidatura del PRI ante el asesinato de su candidato Luis Donaldo Colosio y ganaría la elección de manera contundente; 1994 había iniciado con la toma de las principales plazas municipales de Chiapas por parte del EZLN, vendría el asesinato de Luis Donaldo Colosio y después el del secretario general del PRI, José Francisco Ruiz Massieu, el éxito y auge salinista se truequeaba por un clima de inestabilidad política y zozobra que, entre otras expresiones se traducía en la fuga de muchos capitales, y todo ello generó un síndrome de temor que provocó un voto conservador. Al menos esa fue la explicación que muchos nos dimos para explicar un voto amplio a favor del PRI y Zedillo, quien durante su mandato se dedicó a resarcir la crisis que se desveló con la devaluación del peso a menos de cumplir su primer mes de gobierno. Durante seis años administró y descentralizó el andamiaje del gobierno federal, terminando con un crecimiento del 7 por ciento en la economía, fortaleció el Instituto Federal Electoral y no intervino en las elecciones con la vehemencia tradicional del gobierno, teniendo como resultado la alternancia con el ascenso del candidato del PAN a la Presidencia, quien no representaba ninguna modificación sustantiva al régimen económico emprendido desde 1982 y sí, en cambio, refrescaba el panorama político, por lo que los poderes fácticos de dentro y de fuera lo miraron con agrado.
Del gobierno de Vicente Fox no es preciso decir mucho que no sea que derrochó la renta petrolera y la mediocridad que estuvieron presentes durante el sexenio 2000-2006, amén de su contubernio con las artimañas que preparaban la continuidad de la derecha en el gobierno.
El entonces presidente Fox, con una marrullería legal, había intentado sacar de la contienda por venir (2006) a su principal adversario, Andrés Manuel López Obrador, pero la movilización social que se generó ante la intentona y la indisposición de Estados Unidos de avalar la maniobra obligó a dar marcha atrás. En una visita que Fox hiciera a Washington, y estando al lado del primer ministro de Canadá, George Bush felicitó a Fox por sus progresos en favor de la democracia y le expresó que Estados Unidos respetaría el resultado de la elección, fuera quien fuera el ganador, con lo cual no queremos decir que Bush fuese un demócrata, sino que en realidad el proyecto social de López Obrador no atentaba en sentido estricto contra los intereses principales y de carácter estratégico de Estados Unidos. Se asumió que AMLO vendría inevitablemente en las boletas de la próxima contienda electoral.
Elba Esther Gordillo, como líder del magisterio crea a través del sindicato de maestros del sector público, un partido político (Nueva Alianza) y, desprendiéndose de sus orígenes (PRI), dobla algunas plazas en favor del PAN, siendo ésta tan sólo una muestra de lo que se había tejido para repetir el PAN al mando del Poder Ejecutivo federal.
Felipe Calderón gana por 0.5 por ciento de ventaja sobre López Obrador, y tras la denuncia de fraude, el Tribunal Federal Electoral se niega a dar procedencia al reclamo de apertura de casillas y el reconteo de boletas. La liberalización comercial, el redimensionamiento del Estado y la alineación al Consenso de Washington parecieron suficientes para conceder la “legalidad” de las maniobras que aseguraron la continuidad del PAN.
De ahí, con Calderón sobrevienen seis años más de mediocridad gubernamental al estilo del PAN, paradójicamente, con un personaje menos rústico que su antecesor, pero que al no encontrar otro tópico con el cual intentar su realce, optó por enfrascarse en la guerra contra el narcotráfico y, abusando de la faramalla de encarcelar capos, dejó más de cien mil muertos y más de veinte mil desaparecidos, con lo que la repetida circunstancia de intentar llevar al país hacia un crecimiento económico sostenido nunca apareció. El PRI le había ayudado a tirar sus pretensiones por repetida vez, pues en todo momento había bloqueado la iniciativa del PAN de llevar adelante las reformas estructurales que le pedía el mundo global, y en especial Estados Unidos, de manera que tras sus gobiernos fallidos todo se prepara para el regreso del PRI al poder (léase Presidencia de la República). Todos los poderes fácticos estarían de acuerdo aunque, de otra parte, la población ya se hallaba distante de aquel entusiasmo que López Obrador le significó en la contienda anterior y el mismo personaje se mostraba envejecido de discurso, actitud y reflejos, sin embargo, se reposicionó cuando los estudiantes, después de muchos años –tal vez desde el movimiento del CEU en 1986–, regresaron a encabezar la denuncia que la maquinaria del PRI, ahora encabezada por Enrique Peña Nieto, venía fraguando junto con las televisoras y los principales medios impresos para construir un triunfo mediático anticipado a las urnas, que requería sólo de enterrar la puntilla con la compra de voluntades el día de los comicios para culminar su artificio. Así sucedió y, sin más, López Obrador murió en el intento o casi.

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