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Fernando Lasso Echeverría

Vicente Riva Palacio, el distinguido descendiente de Vicente Guerrero

Nieto del general Vicente Guerrero Saldaña, Vicente Riva Palacio fue un personaje polifacético notable en el México del siglo XIX, pues se distinguió como político liberal, militar, abogado y escritor. Fue hijo de Mariano Riva Palacio, prestigiado jurista y distinguido político igualmente liberal, que desempeñando sus funciones como gobernador del Estado de México, cedió la parte de esa entidad federativa que llegaba hasta la costa Atlántica para fundar el estado de Guerrero; su madre, fue Dolores Guerrero Hernández, quien como todas las mujeres de la época que le tocó vivir, se desenvolvía en un segundo plano apenas perceptible.
Nuestro personaje nació en 1832, al parecer, en la casa que ocupó el antiguo Hospicio de San Nicolás, situado frente al callejón de Santa Inés, en el centro de la ciudad de México, inmueble que, al triunfo de la Independencia, le fue adjudicado a su abuelo el general Vicente Guerrero, como recompensa por su heroica aportación a la causa libertaria, finca que heredó posteriormente doña Dolores su madre.
Gozando de envidiable posición social y económica, el joven Riva Palacio se dedicó al estudio de la abogacía, obteniendo el título en 1856 en el Colegio de San Gregorio, y desde temprana edad dio muestras de notables facultades literarias, hecho que le facilitó alternar su profesión con el cultivo de las bellas letras. Asimismo, a Riva Palacio le tocó vivir una de las más dramáticas etapas de nuestra historia: aquella que abarcó la invasión estadunidense y la división de México, la Revolución de Ayutla, la guerra de Reforma y la imposición –propiciada por los conservadores– del imperio franco-austriaco encabezado por Maximiliano; se afilió al Partido Liberal, engrosando desde un principio las filas juaristas, y se lanzó decidido y entusiasta a la lucha armada, conquistando en los campos de batalla el generalato. Su ideología y su ánimo crítico manifestados en los frentes de batalla, en sus escritos periodísticos, y en los dramas y comedias teatrales que escribió conjuntamente con otro literato apellidado Mateos, revitalizando al teatro mexicano, le provocaron no sólo enemistades, sino también varios encarcelamientos en el transcurso de su vida.
En su carrera política, ascendió desde regidor del Ayuntamiento de la ciudad de México hasta ministro de Fomento, Colonización e Industria del primer periodo de gobierno porfirista, pasando por diputado y gobernador. Fue la suya, pues, una existencia batalladora que polarizaba su energía hacia los campos de la política, la literatura y el periodismo. Esta última actividad la inició en La Chinaca, periódico fundado en 1862 por Guillermo Prieto para combatir la intervención francesa, y al decir de Prieto “escrito única y exclusivamente para el pueblo”, en el cual se satirizaba violentamente a los intervencionistas franceses y mexicanos; posteriormente, Prieto y Riva Palacio fundaron otro periódico satírico llamado El Monarca, ilustrado por Villasana, futuro dibujante del famoso y recordado Ahuizote, éste, quizá, la mejor muestra de su espíritu satírico y mordaz. Estos medios de difusión duraban poco tiempo, pero poco después de desaparecer uno, se organizaba otro; en Huetamo, Michoacán, don Vicente establece un folleto que llevaba el nombre de Pito Real, haciendo pasar cómicamente a Labastida, el arzobispo de México y regente del imperio, como responsable de esta publicación que ridiculizaba terriblemente al emperador francés, Napoleón III, y a Maximiliano y divertía y animaba a las tropas liberales.
Es precisamente en este medio, donde aparece la canción de Adiós Mamá Carlota, con la cual Riva Palacio divirtió tanto a las tropas y a la población que la cantaba, melodía que hasta la fecha no se ha olvidado; en esta canción Riva Palacio, parafrasea la poesía Adiós, oh patria mía y utilizó la tonada de Los Cangrejos, muy de moda entonces, y fue compuesta cuando le llegó la comunicación de la derrota de los franceses en Puebla y la “huida” de Carlota hacia Europa para buscar ayuda. La tonada llegó a ser tan popular, que la tocaban los clarines de las tropas, y las mujeres de los soldados la repetían levemente como canción de cuna.
En 1872, con la muerte del presidente Juárez, asciende al poder Sebastián Lerdo de Tejada, quien no respondió a las expectativas de los liberales, y Riva Palacio –otra vez– haciendo uso de un periódico fundado por él, El Ahuizote, zarandeó terriblemente a la administración de don Sebastián, y luego se une a las tropas de Díaz para derribar al gobierno por medio del Plan de Tuxtepec. A fines de 1876, Porfirio Díaz asume el poder, y al nombrar su gabinete pone como ministro de Fomento, Colonización e Industria a Vicente Riva Palacio, quien se desempeña exitosamente opacando a otros miembros de la administración porfirista, hecho que hizo pensar a don Vicente, que era merecedor de suceder a Díaz, quien todavía guardaba para sí mismo sus ansias dictatoriales; pero éste era tan listo o más que Riva Palacio, y sabía que don Vicente no le garantizaba seguir gobernando el país a través de él y luego, volver al poder cuatro años después. Es por ello que Díaz señala con su índice flamígero a su compadre y mediocre funcionario, Manuel González, quien se convierte en una auténtica marioneta de Díaz durante cuatro años, y le prepara el terreno para que éste vuelva al poder, ahora sí, sin ningún pudor, por haber empuñado –en su golpe de Estado contra Lerdo de Tejada– la bandera de la no reelección.
Inicialmente, Riva Palacio condesciende con la candidatura de González, con la esperanza de volver a ser secretario de Estado y tener la posibilidad de alcanzar la primera magistratura después de éste, pero con muchas dificultades sólo alcanza una curul en el Congreso, e inicia sumamente frustrado sus actividades en este foro, pero con esperanzas de mantenerse todavía como probable candidato en el futuro próximo, sin conocer las intenciones reeleccionistas de Díaz; sin embargo, Riva Palacio poco a poco va tomando las causas populares y abraza iniciativas contrarias al gobierno de don Manuel, hasta que truena “el rey atrás del trono” contra él y sin juicio alguno, ni acusación objetiva, lo meten a la cárcel de Tlatelolco, con todo y su fuero constitucional, y lo aíslan hasta que Díaz se reelige nuevamente.
Los cuatro años del segundo periodo gubernamental de Díaz, Riva Palacio se dedica a atender su bufete y a coordinar la obra de México a través de los Siglos que el mismo don Manuel –el anterior presidente– le había asignado por instrucciones de don Porfirio, y que él había dividido en cinco tomos, escribiendo personalmente el segundo de ellos; Riva Palacio continuaba anhelando suplir a don Porfirio en la silla presidencial al concluir éste su segundo cuatrienio en 1888, pero otra vez Díaz se le adelanta, pidiéndole aceptar el cargo de embajador plenipotenciario ante España y Portugal; por fin le cae el veinte a Riva Palacio y se da cuenta de las intenciones dictatoriales de Porfirio Díaz y del estorbo que él representaba para el ya franco tirano… y acepta. El negarse era una forma de irse al ostracismo social y político total, con riesgo para su vida o su libertad. En España estuvo 10 años como embajador hasta su muerte, ocurrida en 1896.
No obstante todo lo mencionado, se puede afirmar, que Vicente Riva Palacio alcanzó la popularidad fundamentalmente por sus novelas históricas; él tuvo a la mano gran parte de los archivos de la inquisición, y esto le permitió la posibilidad de manejar un riquísimo material para sus obras, tanto novelescas como históricas. Su primera novela titulada Calvario y Tabor (1868) es la epopeya del ejército del centro que se enfrentó al invasor francés y culmina con el triunfo de la República. Es la única novela de Riva Palacio con tema contemporáneo y se refiere a acontecimientos en los que participó él mismo. Fuera de ésta, se dedicó a escribir sobre historias de los tiempos de la Inquisición. Monja y casada, virgen y mártir y su continuación Martín Garatuza –ambas publicadas también en 1868– tratan aspectos de la vida colonial en el siglo XVII, incidentes de la vida del pícaro e hipócrita personaje que le da nombre al título de la segunda obra, y el juicio inquisitorial que se le sigue a una familia de origen judío de apellido Carvajal; todo ello, entre las rivalidades de la población criolla y mestiza. En Los Piratas del Golfo (1869), se recogen detalles de la vida y aventuras de los bucaneros del siglo XVII. Su última novela, llamada Memorias de un impostor, Don Guillen de Lampart, Rey de México (1872), se refiere al proceso que la Inquisición siguió contra el irlandés Guillermo Lombardo de Guzmán.
Es notorio que, a pesar de que Riva Palacio pretendía apegarse a la realidad histórica en sus obras ésta desaparecía entre la fantasía inagotable del autor, que tenía como objetivo inmediato divertir al lector y, al lado de esto, repasar a los mexicanos su historia y reafirmarlos en su nacionalismo. Fue notable, la influencia que ejercieron sobre él los escritores, Dumas, Sue, Feval, Fernández y González. Por otro lado, Riva Palacio también escribió cuento, y es su obra Cuentos del General la considerada como la mejor y la más representativa de todo lo que hizo en este género literario.
La poesía de Riva Palacio, que es lo menos conocido de su obra, guarda los caracteres mexicanistas señalados por Altamirano como deseables en la producción de los escritores mexicanos; mantiene el culto de los héroes nacionales, busca en la poesía descriptiva un sello propio, y le son gratos los temas de evocación del pasado y la recreación de episodios históricos y legendarios. Este autor, como poeta, alcanza una madurez melancólica con sonetos como Al viento y La vejez.
Don Vicente Riva Palacio, casó con Josefina Bros, con quien procreo un hijo de nombre Federico Vicente. Su agitada existencia le impidió tener una vida normal y tranquila con su familia; en 1893, estando en España como embajador, le avisan que su mujer, que radicaba en México, se había puesto mal, y don Vicente atiende su llamado pero no la alcanzó con vida, pues después de una larga travesía marítima llegó a la ciudad de México sólo para llevarle flores al panteón donde ya se encontraba sepultada. Volvió a España en abril de 1894, y al hacer una escala en la Habana, comiendo pescado en un restorán local se le atora en el esófago una espina del marisco, y continúa el viaje con esa molestia; dos semanas después lo intervienen en Madrid y, según las crónicas, esto motivó que año y medio después muriera en ese país, en donde fue enterrado en el panteón de San Justo, en el cual estuvieron 40 años sus restos, tiempo que se tardaron los gobiernos mexicanos en trasladar sus cenizas a la ciudad de México, y colocarlas en la Rotonda de los Hombres Ilustres, después de una ceremonia realizada en la Secretaría de Relaciones Exteriores.

*Presidente de “Guerrero Cultural Siglo XXI”

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