Periódico con noticias de Acapulco y Guerrero

José Gómez Sandoval

POZOLE VERDE

*Las fábulas de Zubillaga

Un hijo de perra

Los relatos de Jorge Zubillaga Lacayo (1953) son un ejercicio de imaginación poco frecuente en estas tierras surianas. En 1998 publicó Un hijo de perra: 18 textos breves sobre temas aparentemente caseros que tarde o temprano se disparan fantásticamente hacia su propia mitología. Así aparecen el perro bígamo, las mariposas amarillas que visitan una tumba, el caracol que sueña con regresar al mar, el condón-globo que se robó a un niño, el alacrán azul que provoca una lucha de colores y sobresaltos en un padre de familia, y hasta un moco reseco tiene aquí una existencia singular. En un texto plantea la existencia de unos dioses controvertidos y “demasiado humanos”, pero la tendencia mitologizante de Zubillaga suele asentarse más cómodamente cuando su eje temático es el sexo o las relaciones humanas. “Los ostiones” (asentados en El Sur, 25-febrero-2015) provendrían de clítoris sesgados y tirados al mar. La pérdida de senos de las mujeres provoca la autodestrucción de la humanidad. Aquí un mosco preña, poro a porito, a una mujer, y una mano chaquetera adquiere cualidades de gran personaje, en un texto cochinón pero muy bien resuelto. En el Prólogo, Alejandra Cárdenas Santana dice que se trata de cuentos para adultos que no han expulsado la fantasía de sus mentes racionales.

Mariposas amarillas

Si en Un hijo de perra ya abundan los espacios caseros y se deslizan las referencias personales (un hombre solitario, una mujer fantasmal, un resentimiento amoroso… –recalcado por las citas de desoladoras letras de Roberto López Rivas, Maná y Eduardo Lizalde, a quien Zubillaga llama Poeta del Resentimiento, sin haber necesidad–) y el expreso y narrativo homenaje que Jorge hace a los integrantes de su familia, en El beso de la mariposa (Ius, 2015) duplican su presencia. De hecho, éste prolonga y refuerza temas pilares del primero. Varias veces cita Zubillaga a Augusto Monterroso: como el autor de “La letra E” (pa’ya no citar “el cuento más chiquitito del mundo”), la fábula es su género predilecto, y la ironía, cuando no el sarcasmo, la principal tendencia de su fabulación. Agreguemos que, como en “Obras completas” y especialmente en La oveja negra y demás fábulas, de Monterroso, el tema de las palabras, la escritura y el escritor adquieren gran presencia. Otro escritor presente (empezando con las mariposas amarillas) es Gabriel García Márquez.
A ratos puede uno sospechar que los textos, con tantos trasfondos familiares y cotidianos, provienen de la vida íntima e intelectual de Zubillaga, que así, auxiliado por su talento, habría transformado sus fantasmas neurálgicos en vivencias sensibles. Hablando de intelectuales, no entendí el enigma de “Los 13 caracoles de Gramsci”, de “Bullying intelectual” hay varias versiones cantinescas y, para mi gusto, la frase que remata la anécdota limita considerablemente el ingenio súbito que se aún se atribuye al maestro Juan Conde. Lo demás son buñuelos con miel, diversión y misterios gozosos.
Por cierto, el hijo de perra de Zubillaga se llama Sam, como el perro de una crónica de Verónica Murguía, y, luego-entonces, como el perro al que Arturo Pérez-Reverte dedicó un relato después de piratearse la crónica de Verónica Murguía (léase El Sur, 8-abril-1015). Si el primer Sam es el de Jorge, éste podría demandar a Pérez y hasta a la Murguía de piratearse el nombre, pero nada más, si tomamos en cuenta que aquellos Sam eran unos perritos callejeros amistosos y el de Zubillaga, que hasta el nombre pierde en su reaparición, es un hijo de perra bien hecho.
Seguro que, cuando los dos libros sean publicados juntos, a pesar de que en ambos hay mariposas amarillas fantásticas, se llamarán como el primero. Jorge dedicó los dos a sus hijos. El primero fue ilustrado por Octavio Hernández, el segundo por Rubén Augusto Iglesias. Éste recarga más la mano que aquél, pero los dibujos de uno y otro son, al tiempo, amplios y detallistas, sintéticos y tan profusos que hasta se pasan levemente. En la Presentación de El beso, Juan Sánchez Andraca opina que muy pronto el nombre de Zubillaga “se incluirá en el catálogo de los más prestigiados escritores mexicanos de nuestro tiempo”.
Jorge Zubillaga es coautor de La Hoja, un órgano de expresión crítico y desmadroso que editaba en la Preparatoria 9 en tiempos de crisis.

Con la maestra Julia Jiménez Alarcón

Noviembre de1989. En Tixtla se realizaban las Jornadas Altamiranistas y algunos amigos de Chilpancingo fuimos a comer pozole a la casa de la maestra Julia Jiménez Alarcón, a un costado de la plazuela de San Isidro Labrador. En la convivencia festejamos el floreado jardín y el mezcal de Apango. Al rato, la maestra deberá estar presente en el auditorio municipal, encabezando el homenaje que se ofrecía a Ignacio Manuel Altamirano, como alcaldesa del pueblo en que nació el autor de El Zarco que era. Faltando media hora para el evento, la maestra Julia se fue a acicalar, y cuando volvió a la mesa traía el pelo humedecido y olía a flores del tiempo. Sobre el huipil blanco que vestía caían las esferillas de plata de su collar. Algo alucinó Marco Antonio Damián en relación al collar de plata de Julia (a la que sólo Imelda y yo llamábamos maestra), haciendo que ésta presumiera la largura de su cuello con simpática coquetería. Marco prendió el foco, y, más rápido que diligente, Ricardo Klimek Valdéz escribió el primer verso, dedicado al collar de Julia, en una servilleta.
Luego todos, hasta el que se quedó con la servilleta, olvidamos quién siguió o de a tiro qué líneas escribió. Juan Carlos Alarcón e Imelda se abstuvieron, pero los demás agradecimos el pozole y la cortesía entrañable de Julia Jiménez Alarcón con un puñado de versos sin ton ni son, en los que apenas se notan los “mundos de afectos” que la maestra tixtleca creó a su alrededor y, en cambio, es clara y desesperante la sensación de que, aunque el mezcal no se acabe, los deberes institucionales llaman a Julia Jiménez Alarcón y la reunión debe de terminar.
Seguro que ninguno de los que escribimos, Victoria Enríquez, Alejandra Cárdenas, la misma Julia Jiménez, Tito Klímek, Marco Antonio Damián y Gómez Sandoval, citados en mezcalero desorden, esperábamos versos “buenos”, pero tampoco nos importa que salieran tan malos. Con ellos recordamos la tarde que compartimos con la siempre cordial maestra Julia Jiménez Alarcón cierto día de pozole, en el corredor de su casa. Dice:
Ensartar
En lo lívido de la plata
El reflejo de la sombra
Oculta
Que acaricia las cuentas
argentinas
Espirales que unen mundos
de afectos
Fragmentos de luna desteñida
Lamen tu cuello una noche
de noviembre
En la casa de Tixtla
Que llueve dulcemente
En la mesa
Las esferas de plata
Tintinean
Amedrentando
La espera…

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